UN calor que funde voluntades de hierro, ocho días de plazo y 1.000 kilómetros que recorrer alrededor de la ría por delante. El reto parece propio de un hombre biónico, pero no. El ultrafondista Óscar Pasarín es de carne y hueso y muy solidario. No en vano se enfrenta a este desafío, desde el pasado sábado, para visibilizar la situación de los refugiados. “Yo estoy sufriendo un poco, pero estoy bien tratado. Ellos atraviesan países en unas condiciones... Abdoul ha tardado dos años en llegar de Malí a Bilbao, ha atravesado el Sáhara, ha ido a Libia, le han echado, ha estado así de país en país. Ha recorrido 15.000 kilómetros para llegar aquí y no ha tenido ningún reconocimiento. Lo que hago yo llama la atención, pero muchos de los refugiados pasan desapercibidos. Cualquier batalla suya es superior”, dice.
En el ecuador de su gesta, de la mano de CEAR-Euskadi, Pasarín hace balance con el móvil en manos libres, mientras corre a un ritmo “soportable” de 9 o 10 kilómetros por hora. Lleva ya pateados 424 kilómetros. Calcula que le faltan 80 horas para completar los 1.000. “Son más que en otros retos, pero al no haber desnivel, estoy avanzando muy bien. Mi truco es no parar. De las 15 o 16 horas que hago al día, solo paro 5 minutos para coger agua y orinar”, desvela, sabedor de que “cuando paras es cuando empiezan los problemas”. Comer, come sobre la marcha. “Me llevo sándwiches, plátanos, barritas de proteínas -porque pierdo mucha masa muscular-, pastillas de sal y muchos líquidos”, detalla el atleta, que recarga las pilas con legumbres al finalizar la etapa. Tampoco faltan en su menú los geles de cafeína para combatir el sueño, dado que empieza a correr “a las doce, una o dos de la madrugada”.
Con ese horario intempestivo le da esquinazo a la ola de calor, aunque las ampollas y rozaduras empezarán ya a darle guerra. Ayer, por ser el Día del Refugiado, paró a las once de la mañana, con 90 kilómetros recorridos entre pecho y espalda, para difundir su mensaje a los cuatro vientos. Cuando retomó la marcha, a las cinco de la tarde, entraba “esa brisa por El Abra de maravilla”.
Pasarín, que el año pasado recorrió 800 kilómetros del Camino de Santiago en una semana y el anterior completó Tarifa-Bilbao en 15 días, reconoce que el actual desafío le está resultando más “cómodo” porque “a cada kilómetro tengo helados, servicios, agua, los amigos me traen comida en bici... Estoy casi todo el día acompañado”, comenta. El lunes, se acercaron a apoyarle unas 70 personas. Ayer, 20, y el domingo espera muchísimas más, dado que su reto concluirá coincidiendo con La Bilbao Refugio, la carrera solidaria organizada por CEAR-Euskadi.
Desde que su hermana, voluntaria de esta ONG, le dijera hace cuatro años: “Tato, ¿por qué no corres por los refugiados?”, Pasarín se ha convertido en “una herramienta” para defender su causa. Ha concienciado contra las concertinas, denunciado las muertes en el Mediterráneo... “Si no damos guerra, al final la gente pierde el interés y desaparece”.