BILBAO. En primera línea de fuego, la psicóloga de Cruz Roja Susana Vicente trata de “ayudar a digerir” el impacto que supone verse en la calle de un día para otro. Ha asistido a los afectados de los incendios de Sestao y Bermeo y también a los del deslizamiento de Ondarroa.

¿Qué tienen en común estos tres trágicos sucesos?

-En los tres ha habido una pérdida y las familias se tienen que enfrentar a un duelo. Han perdido su casa, donde tienen sus enseres queridos, sus recuerdos, donde han pasado momentos... Al final han perdido eso que llamamos hogar.

Salvando las distancias, ¿el proceso es similar al que se sufre cuando se pierde a un ser querido?

-El proceso es el mismo, más o menos intenso dependiendo de si es un ser querido o muy querido o un hogar al que le tengo mucho apego.

¿Qué secuelas psicológicas puede dejar perder la casa en estas circunstancias?

-Podemos tener la sensación de inseguridad. Nuestra casa es el sitio donde nos sentimos protegidos. De repente he salido corriendo y ya no puedo volver. Esa sensación nos puede acompañar mucho tiempo. Si estas emociones intensas que tenemos las primeras horas no se normalizan y no hay un apoyo, pueden derivar en un trastorno psiquiátrico, por ejemplo, trastornos de estrés postraumático o fobias, depresión, crisis de ansiedad, etc.

Recién ocurrida la tragedia, ¿qué les causa más desasosiego?

-Lo que verbalizan muchas de las personas que se encuentran en estas situaciones es la incertidumbre. Y ahora ¿qué va a pasar? ¿Voy a poder entrar en mi casa? Normalmente esa incertidumbre causa bastante desasosiego.

¿Suelen tener pesadillas?

-Las pesadillas, que de repente me acuerde de lo que me ha pasado sin venir muy a cuento o que me encuentre más intranquilo son reacciones normales hasta cuatro o seis semanas después del suceso.

Pasado ese tiempo, si no remiten o se agudizan, ¿hay que consultarlo?

-Pasado ese tiempo, la persona tiene que ver si lo que siente sigue siendo tan intenso que no le deja hacer su vida con normalidad o va a más o se siente muy desamparado. En esos casos, deberían plantearse visitar a profesionales de la salud mental para que los valoren. Tampoco quiere decir que tengan ningún tipo de trastorno, pero, por lo menos, que estén controlados.

¿Tendrán especial miedo al fuego?

-La mayoría de las personas tienen capacidad de reponerse, pero en caso de que desarrollaran algún trastorno psiquiátrico, sí podrían darse miedos irracionales al fuego.

Tras sufrir un hecho tan traumático no debe ser fácil conciliar el sueño. ¿Es habitual que las personas tengan que medicarse?

-Puede ser que por la ansiedad y el nerviosismo de los primeros días les cueste mucho conciliar el sueño y no estaría contraindicado que tomasen una pastilla para poder relajarse y dormir, pero, por mucho que las pastillas mitiguen el dolor, el proceso psicológico hay que pasarlo.

¿Tienen la sensación los damnificados de que han perdido ‘toda una vida’ en el incendio?

-Que digan: “Ahí estaba toda mi vida” es una de las reacciones habituales.

Cuando se les dice: “Te has salvado. Tienes que estar contento”, ¿se sienten incomprendidos?

-Eso, en principio, está desaconsejado. Verlo desde fuera es como: “Estás vivo, ¿qué más quieres?”. Pues quiero mi casa, mis objetos personales, quiero volver y estar tranquilo y no tener que estar durmiendo en un albergue o en un hostal o realojados en casa de un familiar todos apretados. Nosotros pensamos: “Podría haber sido peor”, pero es que ya está siendo suficientemente malo.

Cada vez que haya un incendio, ¿revivirán su experiencia?

-Cuando pasamos por un suceso traumático, bien sea un incendio, el deslizamiento de Ondarroa o un accidente, nunca lo vamos a olvidar, pero aprendemos a vivir con ello. Sería normal que, aunque hayan pasado años, veamos un incendio y nos vengan a la memoria los recuerdos que vivimos. Otra cosa es cuando me vienen a la memoria y me siento tan mal que me paralizo y no puedo continuar con mi vida.

Dormir en un frontón, ir a vivir a otra casa... ¿Los niños viven estos cambios como una ‘aventura’?

-Dependiendo de la edad, lo pueden vivir como una aventura porque igual no son capaces de analizar las consecuencias que va a tener: ya no puedo volver a mi casa o he perdido mis juguetes. Cuando empiezan a entenderlo y a elaborar este duelo, entre los 8 y 10 años, lo que tendríamos que hacer es transmitirles seguridad. También hay que tener en cuenta que pueden estar muy influidos por lo que se diga en los medios de comunicación y, de alguna manera, controlar esa rumorología.

Una vez que son conscientes de que no van a volver a su casa, ¿se adaptan a los realojos y la ‘nueva vida’ con relativa facilidad?

-Normalmente sí, pero va a depender de cómo los adultos les transmitan las cosas. La primera pauta a seguir sería normalizar las emociones que sentimos: Amatxu llora porque está triste porque no podemos volver a casita. Y, sobre todo, darles información. Si les marcamos ciertas pautas, no deberían tener ningún problema para ir superándolo.

A veces, aunque estén delante, no resulta fácil mantener la calma.

-Ellos se fijan mucho en las reacciones de los adultos. Si los padres están nerviosos o discuten mucho, van a entender que está pasando algo muy malo y que se tienen que sentir muy mal. A los padres les damos las pautas para que puedan manejar esa situación. Si me pregunta, ¿qué le digo? La verdad con un lenguaje adecuado a su edad.