HUBO un viaje a Granada de Soledad Santisteban que le marcó para toda la vida. Recuerda que vio a “un señor mayor en un taller que vendía un telar” y dos años después, cuando decidió abandonar los estudios de Arquitectura, “volví allí para ver cómo era eso de tejer”. Y ya no hubo vuelta atrás. Descubrió que aquel mundo, el de los telares, le gustaba, le entusiasmaba, era lo suyo. Lo que no pensaba en aquella época es que se iba a ganar la vida tejiendo.

Pues bien, 35 años después de aquel viaje a Granada, Soledad es una reconocida especialista en el arte de tejer, tan olvidado como milenario, pero también en otra difícil técnica relacionada con el manejo de los tejidos como es la restauración textil. También sigue impartiendo clases en el taller que tiene en Bilbao y desde el que salen todas sus creaciones artísticas. Las últimas en las que más está volcada son las realizadas con fieltro. Con ellas ha recibido más de un premio. Sin embargo, el último de los galardones que ha recibido, el Blas de Arratibel, de la Diputación de Araba, ha sido por una camisa tradicional vasca.

Soledad confiesa que “no provengo de ninguna tradición artesanal ni nada que se le parezca”. La única relación que tuvo con la aguja y el hilo fue en el colegio, “que bordábamos”. Y no sabe por qué, “una de las cosas que tenía en la cabeza”, cuando decidió dejar la carrera, “era los telares”.

Así que no se lo pensó dos veces. Se acordó de aquel telar y de aquel hombre de Granada y se fue a la capital del viejo reino nazarí. “En Granada tuve mucha suerte”, dice, “porque conseguí comprar el telar y entrar en la Escuela de Artes y Oficios, donde tuve un profesor que era ingeniero y como yo provenía de la Arquitectura le entendí muy bien todas las explicación, que eran perfectas”. Si a esa circunstancia añadimos que Soledad era una esponja con muchas ganas de aprender, es comprensible que una corta pero intensa estancia en Granada de seis meses fuera suficiente como para que esta mujer nacida hace sesenta años en Bilbao volviera a su tierra para iniciar su propia andadura en el mundo de los telares.

“Primero me instalé en Maruri, en un caserío con unos amigos”, recuerda, “pero como surgió el interés entre la gente por clases de tejido, de tapiz, y era un poco complicado ir Maruri, decidí abrir un taller en la calle Ibáñez de Bilbao”. Allí, además de las clases, tejía mantas de lana, “que era lo que estaba de moda” y tapices que posteriormente vendía a los clientes de la zona y en algunas ferias, muy pocas, a las que acudía. Así hasta que en 1998, un año después de la inauguración del Guggenheim, decidió mudarse a donde está actualmente, en la calle Costa, porque “aquello se me quedaba corto y ya había empezado con la restauración”, dice.

Restauración Recuerda que se inició en los trabajos de restauración por culpa de “un señor de Zarautz que importaba alfombras y me trajo una que le había llegado con un agujero para que se la arreglara”. A partir de ese momento dice que “me metí en una dinámica nueva”, que también le enganchó. Y eso le exigió otro periodo de formación, un nuevo reto que cumplió con creces ya que la restauración llegó a convertirse en la actividad más importante del taller desde el punto de vista económico.

“La restauración es lo más complicado”, dice, “es un trabajo muy laborioso, hay que tener mucha técnica, hacerlo con mucha disciplina y muy despacio”. ¿Y la satisfacción? “Solo cuando se termina”, contesta, “porque durante el proceso te desesperas mucho”. Actualmente tiene tres encargos significativos, dos del Museo del Nacionalismo Vasco y uno del Museo San Telmo. Todavía recuerda la “locura” que le supuso restaurar la bandera de Iurreta, “que había sido zurcida varias veces”. Por eso, insiste en la restauración “hay que tener mucha paciencia y que te guste”. Porque aclara que “no es lo mismo reparar una alfombra para seguir usándola que una alfombra histórica para exponerla en un museo”. El negocio de la restauración estuvo “muy fuerte” durante unos años que “había dinero para cultura y mucho trabajo institucional”. Hasta que llegó la crisis, momento en el que Soledad tuvo que volver a reinventarse y redireccionar su negocio. “Esto siempre ha sido así, he tenido que culebrear”, afirma. Coincidiendo con el inicio de la crisis, retomó la enseñanza “porque volvieron a ponerse de moda los talleres, las mujeres tejedoras”. Y ahí sigue dando clases de tapiz y telar y “talleres puntuales de fieltro”, mientras que una compañera imparte talleres de bolillos.

Artístico El tercer pilar en el que siempre se ha sustentado su negocio ha sido la actividad artística. Actualmente toda su energía creativa está enfocada hacia el fieltro. Pero ¿qué material es este exactamente y cómo se elabora?, le preguntamos. “Es la lana de la oveja, tal cual, que se moja con agua y se golpea hasta que se va haciendo un tejido; es un trabajo muy primario”, contesta. Y como ejemplo de fieltro pone “un tapete de cartas o el de un billar”.

Pero Soledad hace cosas muy diferentes. Hace cuencos de fieltros y elementos decorativos, entre otras cosas. Precisamente, el año 2010 ganó el premio Artesanía de Bizkaia con un cuenco de fieltro “por utilizar una técnica tradicional para hacer un elemento contemporáneo”. Quiere seguir explorando las posibilidades del fieltro con nuevas ideas que ya tiene en mente. Por ejemplo, la utilización de otro tipo de lanas.

El último reconocimiento de su talento artístico ha llegado desde la Diputación de Araba que le concedió el premio Blas de Arratibel por una camisa “que la hice con sus vainicas, basándome en las camisas tradicionales que hay en los museos”. Este tipo de premios le hacen pensar que estuvo en lo cierto cuando en aquel viaje a Granada decidió tomar un camino diferente al de la Arquitectura. De todas formas, ella reconoce que “nunca pensé que me iba a dedicar a esto”. Y aunque sigue disfrutando con su trabajo está “algo cansada, sobre todo de ese culebreo que hay que hacer para seguir manteniendo el negocio”. Le quedan unos años, consciente de que no crea que haya relevo en el taller cuyo nombre lo dice todo: “Telar, artesanía textil”.