Galdames - El interior del recinto de Torre Loizaga, con su colección de Rolls Royce es tan espectacular que obnubila a los visitantes. Pero, lo que espera al aire libre también deja sin aliento: los montes de Galdames, un paisaje precioso, sobre todo “cuando nieva”, señala una de las personas que más conoce la zona. Se trata José Ángel Durán, el encargado del museo, que vive un verano cargado de eventos.

La boda hindú de junio marcó un antes y un después para Torre Loizaga, ¿qué recuerdos guarda?

-Terminamos cansados, pero contentos porque todo salió bien y la gente se marchó encantada.

¿Hay alguna anécdota en particular de aquellos días?

-Muchas. Por ejemplo, algo que yo no sabía es que los novios desaparecían durante media hora. Los llevamos en un coche nuestro y, antes de salir, el coche debía pasar por encima de un coco, rompiéndolo. Galdames no había visto nada como la boda hindú. Un acontecimiento de tres días y los tres con ambientes diferentes.

Si, cuando usted vino, le llegan a decir que el lugar se llenaría de saris...

-Nací en Castro Urdiales y pisé por primera vez Torre Loizaga a los 14 años, así que me considero de Galdames porque mi vida ha transcurrido aquí. No lo cambio por nada del mundo. Si me mandan a trabajar a Bilbao abandono el barco. Los vecinos se asustan en el buen sentido en cuanto comprueban que aumenta el volumen de tráfico por los alrededores. Ya saben que algo se mueve.

¿Residir en núcleos dispersos condiciona? ¿Cómo es el carácter de los vecinos?

-Agradable, amigable... En Torre Loizaga estábamos en el monte, pero bajábamos a comer tanto a Galdames como a Sopuerta, porque nos encontramos a mitad de camino. Fuimos conociendo a la gente y así se ha forjado una amistad maravillosa. Si hay fiestas allí vamos, sean en una localidad u otra.

Y, ¿ha cambiado la forma de celebrar en estos años?

-Apenas. Siguen siendo fiestas muy familiares, más ahora que con la crisis parece que en ese sentido volvemos a las antiguas costumbres. En el barrio de Concejuelo, al que pertenece la torre, hay una ermita de Santiago, cuya festividad se conmemora con música, hinchables y una comida popular. Además, se saca la imagen del santo en procesión.

¿No era en esa jornada cuando inicialmente se abría la colección de Rolls al público?

-Exacto. Los coches solo se podían admirar el día de Santiago. La primera vez acudieron los vecinos de los alrededores. Se fue corriendo la voz y la expectación aumentó. Hasta que, el tercer año que se abrieron las puertas gratis, aquello se colapsó. La Ertzaintza no pudo controlar el tráfico. Fue entonces cuando Miguel de la Vía lo transformó en museo para que todo el mundo pudiera disfrutarlo.

¿La torre siempre ha tenido la misma apariencia?

-En 1984 no quedaban más que cuatro paredes cubiertas de maleza a la mitad de altura que ahora. Miguel de la Vía, que la conocía, la compró y la restauró para traer los coches a Galdames. Empezamos por acondicionar los accesos en una obra faraónica, que duró hasta el año 2000.

Desde luego, el entorno no puede ser más bucólico.

-Es una zona muy tranquila con agroturismos y casas rurales cerca que pueden servir de base para conocer la comarca. Además, a 200 metros del museo se elabora el txakoli Torre Loizaga, que según los entendidos, es de lo mejorcito.

Y se observan animales, un estilo de vida opuesto al de muchos visitantes.

-Aunque los procesos se han mecanizado, aquí todavía se mata el cerdo y en los caseríos hay perros, vacas, burros o caballos, así como leña y chapa.

También tendrá sus inconvenientes. ¿Alguna vez se han quedado aislados por la nieve?

-El 7 de febrero de 2015 cayó la nevada más grande que yo recuerde, con una capa de medio metro. Aun así, este paisaje me gusta más teñido de blanco que en otoño o primavera.

Encargado del museo de rolls royce Torre Loizaga