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Ruedos bilbainos en tres dimensiones

El Club Cocherito programa una exposición de maquetas taurinas realizadas por el monje Jaime Laita del Barco

Ruedos bilbainos en tres dimensiones

Sin prejuicio de aquellos que rechazan los festejos que implican el sufrimiento animal, el arraigo de la tradición taurina en Bilbao es innegable. Como muestra están los doce ruedos erigidos en la ciudad durante siete siglos de historia, tantos como posee la villa. Jaime Laita del Barco se ha encomendado a la representación de estos doce cosos taurinos para acercar el pasado a través de maquetas en tres dimensiones. Su laborioso trabajo, que le ha llevado tres años, estará visible en las salas del Hotel Carlton durante los días de las Corridas Generales, mediante una exposición organizada por el Club Cocherito.

Jaime Laita del Barco, monje en excedencia para atender a su madre, confiesa que realizó los prototipos en miniatura como “terapia ocupacional”. La idea surgió “durante una noche de insomnio”, después de haber visto unos reportajes en la televisión. Tras ponerse en contacto con el Museo Taurino de Bilbao y el citado club de tauromaquia, Laita del Barco inició una intensa labor de documentación en la que contó con la ayuda de varios colaboradores que arrojaron luz sobre sus dudas. Además de indagar el libros y colecciones privadas, investigó en profundidad “el mundo de los grabados”.

Recuerda con especial cariño el hallazgo realizado sobre el alcázar de Bilbao donde actualmente está la iglesia de San Antón. Ahí es, precisamente, donde nació la primera plaza de toros de Bilbao, en la época medieval. Fue alrededor de 1375 cuando en los límites de la ría, junto a la torre de caballeros de Leguizamón, donde había torres adosadas, se configuró una plaza de toros de “matices hérvicos” donde toros, jabalíes y carneros “se alanceaban en una lucha sin piedad ni freno”.

Aquel primer coso fue mutando a través de los años, igual que lo hacía la villa. En los albores del siglo XV se construyó la iglesia de San Antón, en el solar de la antigua fortaleza. Aquella plaza, en la que se ubicaban también el Ayuntamiento o el Consulado de Bilbao, era la única de toda la villa y, por lo tanto, escenario de todos los acontecimientos, incluso de desafíos entre caballeros de distinguidas familias. “Algunas reses eran ensogadas o citadas a pie para disfrute de los habitantes. Este estilo de lucha o deporte de gran riesgo duró, según los cronistas, hasta 1670”, expone el monje, quien se considera “aficionado modesto, sin ser un forofo” de los toros.

A partir de 1681, cuando se nombró patrón de Vizcaya a San Iñigo de Loyola, la plaza de toros de San Antón -también conocida como la del Mercado de la Ribera- comenzó a celebrar festejos taurinos con las calles cerradas por medio de barreras de madera para la protección del público. Las casas del entorno, con sus galerías, ventanas y balcones eran las protagonistas de la configuración temporal del ruedo. En aquel entonces, el público se arremolinada apiñado y finalizado el festejo, el Ayuntamiento ofrecía una recepción y una merienda para los protagonistas. Así fue hasta 1848, cuando decidieron autorizar la construcción de una plaza de toros fija.

Los primeros cosos fijos

“La primera se hizo en los terrenos de La Concordia de Abando, enorme. Fue construida por el arquitecto Julián de Salces”, explica Jaime Laita del Barco. La plaza era toda de madera y carpintería de fragua, de un estilo “muy sobrio”. El coso fue sufriendo constantes reparaciones y modificaciones en su estructura original para dotarla de una mayor capacidad de espectadores, llegando a más de 7.500 personas. “Desmontada la plaza de La Concordia en 1859, se volvió a construir en Zabalburu un año más tarde”, cuenta el monje cartujo. “Se mejoraron los accesos pero de ahí al cabo de pocos años, en 1864, la volvieron a trasladar porque quedaba muy lejos de lo que era Bilbao, que apenas trascendía del Casco Viejo”, añade el artista.

Después se trasladó, pieza a pieza, a la calle Hurtado de Amezaga con El Cano, aunque pasado un tiempo, se desmontó para dar paso a otro coso más sólido, con una capacidad para unos 9.000 espectadores. En 1970 se construyeron unos muros de mamposte de un espesor de metro y medio. Años más tarde, los desencuentros bélicos de la época influyeron en su puesta a punto, aunque se reinauguró. La plaza de toros de Fernández del Campo estuvo en activo hasta 1884, cuando fue entregada a otros intereses urbanísticos y económicos y finalmente fue derribada, “sin contemplaciones”.

Otras plazas

“¿Cuál es la más desconocida para los bilbainos? Yo creo que casi todas”, expone Laita del Barco, a quien le cuesta decantarse por su coso favorito. “En la Alhóndiga existía una plaza de toros, en Alameda Urquijo con Bertendona. Otra muy desconocida era la de San Vicente Mártir de Albia, muy curiosa porque no era una plaza, sino un teatro de festejos taurinos. No tenía tendidos, tenía gradas y palcos”, describe el experto cuyas dotes artísticas comenzaron a labrarse en la niñez, cuando ya realizaba miniaturas.

La segunda que menciona, la plaza de toros de San Vicente Mártir de Abando, inició su andadura en 1710, en un entorno “de gran belleza, con un amplio arbolado”. Era totalmente de madera, con un ruedo de 48 metros. Aunque no hay excesivos datos sobre su existencia, se conservan crónicas de ciertos incidentes entre autoridades municipales. En 1849, la estructura de la zona norte estaba muy dañada, por la potencia destructiva de la intemperie. “Necesitaban mucho mantenimiento, eran plazas de toros que se realizaban en madera con una estructuras enormes. Con la humedad se iban pudriendo”, indica el monje sobre este coso que desapareció en 1869.

A pesar de la voluntad de edificar plazas fijas, también se instalaban otro tipo de ruedos más improvisados, como el de la Plaza Nueva de Bilbao. Su estilo neoclásico de inspiración romana albergó diferentes festejos, como la famosa Naumaquia, celebrada en honor de visitantes ilustres y cortesanos. Aunque intentó competir con la plaza de San Antón, entre los siglos XVIII y XIX no lo logró. El ruedo instalado en El Arenal, en 1874, también es un ejemplo de coso taurino improvisado.

Al otro lado de la ría, desde 1872 a 1904, existió una pequeña plaza de toros de los Campos Elíseos, con capacidad para 850 aficionados. Ahí, donde el objetivo era que los espectadores experimentaran sensaciones desde dentro del ruedo, se inauguró la primera Escuela de Tauromaquia de Bilbao. A esta le siguió la que se instaló en la plaza de toros de El Recreo, que estuvo en funcionamiento desde 1892 a 1896, donde actualmente se ubica Azkuna Zentroa.

Y no fue la única de Indautxu. De 1909 a 1919 el centro de la ciudad contó con un edificio taurino “de gran impacto visual, como reflejo de su promotor, el Marqués de Villagodio”. Con 7.800 localidades, disponía de amplias terrazas de descanso, desde las que contemplar la gran llanura del naciente Ensanche. Mientras tanto en las laderas del monte Irala, la plaza de toros de Vista Alegre se alzaba desde 1882, realizada de piedra de mamposte, ladrillo, madera y aparejo y con capacidad para más de 12.000 personas. Estuvo en pie hasta que un incendio se la llevó en 1961. Sobre sus cenizas se edificó un año después la actual plaza, siendo la única que queda en la ciudad.