Sara Vega Aznar, la alegría de Urbinaga
Sara Vega Aznar nació el 15 de mayo de 1916 en el castizo barrio de Urbinaga de Sestao Trabajadora de limpieza en La Naval, tiene una hija, tres nietos y dos bisnietos
Sestao - Si la alegría de vivir cotizara en Bolsa, Sara Vega Aznar, una sestaoarra nacida un 15 de mayo de 1916, podría hacerle sombra al mismísimo Bill Gates y a alguno más de la lista Forbes. Y es que esta mujer menuda -menuda mujer-, nacida en el señero barrio de Urbinaga y casada con un portugalujo de Azeta durante la Guerra Civil, fue evacuada a Francia y estuvo en un campamento de refugiados.
Sara vino al mundo en el sestaoarra barrio de Urbinaga en 1916, y de niña iba al patronato hasta donde se desplazaban a dar clases varias monjas de las Hijas la Cruz de Barakaldo. Como a tantos otros jóvenes, a Sara le tocó vivir la Guerra Civil de la que guarda el triste recuerdo de los bombardeos y cuenta que le daba pánico el refugio. “No me gustaba meterme en los refugios. Me ponía enferma. Solo pensar que podía caer una bomba... Si cae una bomba en este espacio lleno de maderas, pensaba yo, se viene todo abajo. Tenía que andar escondiéndome para que no me encontraran los hombres que venían por los portales para avisarnos y llevarnos al refugio”, rememora esta sencilla mujer que para huir de la guerra embarcó en un barco con destino a Rusia y vivió durante más de un año en una colonia en Francia, en Orthez al lado de Baiona.
De vuelta su pueblo, Sara se casó con Luis, un portugalujo de Azeta con el que formó una familia en la que nació su única hija, Yolanda. “Él vivía en la casa en la que pone el nombre de Portugalete, y ahí le conocí, cuando empecé a ir a Portugalete a aprender el oficio de camisera para hacer camisas de hombre, pero me casé con él años después, cuando regresé de Francia”, revive esta simpática mujer que ahora tiene tres nietos y dos bisnietos.
Mala comedora
Sara trabajó en su juventud en el servicio de la limpieza de La Naval en su juventud. “En mi vida había trabajado, y mi pobre madre lloraba porque siempre me habían tenido en palmitas porque yo tenía problemas en la columna vertebral. Siempre fui muy mala comedora de pequeña. Nunca supo mi madre todo lo que yo lloraba por el camino cuando iba a la fábrica a las cinco de la mañana. Tenía que bajar y luego subir cien escaleras todos los días, o bien a través del monte, porque entonces no había casas en el camino que yo usaba”.
Sara enviudó pronto, pero nunca ha perdido la sonrisa con la que cuenta algunas de sus aventuras vitales. “Yo he sido siempre muy parlanchina”, apunta esta mujer que estuvo exiliada en Rusia poco más de un año antes de llegar a un campo de refugiados en Francia, donde conoció a un joven francés con el que a punto estuvo de casarse.
De carácter afable y alegre, Sara recuerda con cariño sus años mozos en los que gustaba de ir a bailar, o sus paseos por los montes que rodean La Arboleda, en Trapagaran. “En invierno, una amiga y yo subíamos los domingos andando a pasar el día. Andando, no en el funicular”, enfatiza esta mujer que de niña bailaba en la cocina ante su madre con la escoba, y para la que el baile siempre fue un sano divertimento. “Muchas veces, cuando bajábamos al casco a bailar, los chicos nos preguntaban si íbamos a ir a bailar a Sopelana o Gorliz. Ellos eran vecinos de Sestao que solían ir de noche con tiendas y nos decían que, si nos animábamos cuando llegáramos tendríamos una taza de chocolate”, recuerda con cariño esta centenaria.
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