LA trayectoria vital de Iñigo Mijangos ha estado marcada por dos factores: su vinculación al mar y una actitud solidaria. “Lo primero son las personas”, afirma. Esta es la máxima que le ha guiado a lo largo de su vida. Su pasión por la navegación despertó muy pronto, cuando él y su hermano, que eran unos niños, fueron a un campamento de verano a Galicia para realizar un curso de vela. Y su compromiso con las personas lo ha intentado desarrollar, por un lado, a lo largo de su vida profesional como gestor de una empresa familiar, y desde hace unos años como voluntario en la Cruz Roja del Mar. Recientemente, ese compromiso con las personas se intensificó cuando vio por los medios de comunicación las espeluznantes imágenes de los refugiados de la guerra de Oriente Medio llegando a las costas de Grecia. Dice que pensó “esto no puede ser”. Así que aceptó el reto que le planteó su amigo Borja Olabegogeaskoetxea de crear una asociación para apoyar a las personas que llegan desesperadas al país heleno. En un tiempo récord pusieron en marcha el pasado mes de noviembre Salvamento Marítimo Humanitario y allí, en la isla de Chíos, están desarrollando una encomiable labor a pesar de tener muy pocos recursos. Iñigo estuvo tres semanas en enero y espera volver en verano. El recuerdo de aquellos días es que pasó mucho frío, pero volvió satisfecho porque, según él, “se está haciendo bien el trabajo”.
Hasta hace cinco años, Iñigo no había hecho nada relacionado con el voluntariado, aunque reconoce que “siempre tuve esa inquietud”. Confiesa que “por circunstancias personales”, hubo un momento en su vida en el que “se fundió una bombilla y se encendió otra”. Dice que ese mismo día decidió “preguntar” qué podía hacer él en el mundo del voluntariado. Se acercó hasta la sede en Getxo de Cruz Roja del Mar y allí encontró la respuesta. “Ví que había un proyecto que encajaba con mi forma de ver las cosas y me metí de lleno”, recuerda. Hasta hoy, que sigue trabajando como voluntario en la base de Arriluce. Gracias a su capacitación (tiene los máximos títulos de navegación deportiva) actualmente es responsable de una de las “escuadras” que forman el equipo de Cruz Roja del Mar en Bizkaia. También colabora como “voluntario raso” en el grupo de cooperación internacional que la Cruz Roja tiene en Bilbao. Dice que “de la mano de esas dos experiencias me fui involucrando y surgió la inquietud sobre lo que estaba pasando en Grecia”. Eso y la llamada de su amigo Borja, con el que había coincidido en el curso de capitán de yate, fueron determinantes . “Me llamó un día”, cuenta Iñigo, “y me dijo: yo me voy a ir a Grecia”. En un primer momento no supo qué contestar. Recuerda que le pilló “en un mal momento porque estaba con el planteamiento de dejar la empresa, pero llegué a casa, vi en los informativos cómo se estaba muriendo la gente y dije: no puede ser, hay que hacer algo”. Aunque tardó un par de días en tomar la decisión, al final aplicó otra de sus máximas: “La obligación de todo hombre de mar es salvar a las personas con dificultades en el agua”. La única condición que le puso a su amigo Borja para poner en marcha el proyecto era que “vamos a hacer las cosas bien”. Eso significó tener que peregrinar por los despachos de la embajada griega hasta conseguir el permiso con el que poder ir en misión humanitaria a Grecia. “El servicio de costas heleno nos asignó la isla de Chíos”, señala. Y allí fue una primera expedición. “Un donante nos cedió una ambulancia y en ella metimos la moto de agua y el carro”, recuerda. Por delante, miles de kilómetros de carretera hasta que embarcaron rumbo al destino asignado.
Refugiados
Iñigo fue a Chíos la segunda semana. Pero él mismo confiesa que fue “como un señorito, en avión”. Su estancia en la isla no fue tan dura como la de sus compañeros predecesores porque “no llegaron tantos botes”. En un principio, la Federación Internación de Salvamento Marítimo solo les dejó ayudar a los refugiados una vez que llegaban a los acantilados, pero como “poco a poco nos fuimos ganando su confianza, al final nos dejaron salir al agua”. Su misión consiste en guiar a los botes a puerto, “pero las últimas instrucciones es que a la gente la embarcan a las patrulleras en el mar”. A pesar de ello, Iñigo y todos los voluntarios de Salvamento Marítimo Humanitario piensan seguir allí, en Chíos, “porque no podemos darles la espalda”. “Nuestro abuelos fueron refugiados y en su momento les ayudaron”.