CASERÍOS, casas torre, iglesias, palacios, puentes? Si hablaran, contarían cómo transcurría la vida en Enkarterri en siglos pasados. Algunos todavía desvelan pistas, pero otros ya no pueden, al haber sucumbido a los avatares de la historia. Txomin Etxebarria ha recopilado cerca de setenta de estos monumentos desaparecidos en su último trabajo sobre tradiciones y costumbres de la comarca. “Es bueno conocer las obras que dejaron las generaciones que nos precedieron con su trabajo y esfuerzo. Algunas de ellas, incluso, las hemos visto todavía en pie”, indica. Esto ha facilitado la labor de investigación para reunir material fotográfico en una publicación que hacía años le rondaba por la cabeza. Se trata de un estudio inconcluso, abierto a futuras aportaciones. “¡Ojalá salgan a la luz más imágenes y se pueda actualizar el trabajo!”, afirma el autor.

El lanzamiento de este nuevo libro junto con otro dedicado a puentes de origen romano y medieval coincide, además, con el cincuenta aniversario de la salida a la callle de la revista Itxartu, en la que también colaboraba su hermano, y con las bodas de plata de su primer libro. “Ya he editado 62, tantos como mis años, y tengo otros doce entre manos”, revela. Entre sus proyectos más inmediatos planea saber más sobre la ermita del Kolitza -que este año acogerá la fiesta de los montes bocineros- y continuar la ruta emprendida con un libro sobre el patrimonio que amenaza ruina, como la iglesia y palacio de San Antonio de La Mella, en La Herrera, Zalla.

Aunque el tiempo corre en contra, el daño no es tan irreparable como en otros casos que han ocupado a Txomin Etxebarria. Siempre con la mochila al hombro en sus constantes viajes por Enkarterri ha permanecido vigilante para evitar la desaparición de vestigios históricos. “De todas las peleas que tuvimos no ganamos ninguna”, lamenta. En cierta ocasión se presentó en las obras que se llevaban a cabo cerca de la casa pinta de Zalla para pedir que no sacrificaran un pequeño puente contiguo que al final desapareció.

Las instantáneas muestran el gran cambio en la zona, una tendencia general. Para hacerse una idea del aspecto que presentaba el casco histórico de Balmaseda vale un dato: “En 1487 existían veinte torres, de las cuales solo hemos conocido restos o partes de dos y en el término de Güeñes se alzaban otras tantas”. Centrándose en Balmaseda, a las dos torres mencionadas se les conocía como de Ahedo y estaban enclavadas en la calle Correría. A la primitiva hicieron referencia Pedro Garmendia y Juan de Ybarra y Bergé en un libro de 1946 sobre las torres de Bizkaia. Estaba en el jardín de un palacio del siglo XVI. Dentro de la torre había una carpintería que se incendió hace cerca de sesenta años. “Recuerdo perfectamente el fuego porque vivíamos enfrente”, rememora. En el lado opuesto de la calle se encontraba la segunda torre de Ahedo. Al derribarse para construir en el solar “un particular adquirió las piedras que formaban el acceso en arco, que se conserva en el antiguo molino habilitado como vivienda a las afueras de Balmaseda”. Además, en algunas de las fotografías se aprecian vestigios de una antigua torre que habría existido en la calle El Cubo.

En la plaza San Juan se levantaba un edificio del siglo XVII, el palacio de Llaguno, “una típica casa de la nobleza rural que durante las guerras carlistas sirvió de cuartel general y residencia al pretendiente Carlos VII”. En los años setenta el palacete fue derribado para construir viviendas. La misma suerte corrieron el palacio de la plaza del Marqués o el chalet de Doña Marcela contiguo al colegio Mendia, la que fue casa familiar del beato Pedro Asua. En los años ochenta desapareció del paisaje la ermita dedicada a San Isidro, “situada junto a la vieja calzada que comunicaba con Castro Urdiales” y en 1895 el pórtico de la iglesia de San Severino erigido un siglo antes.

Mirando al pasado, el Ayuntamiento de Zalla replantó un árbol en el mismo lugar ocupado por el célebre tilo convertido en centro de reunión. Sin embargo, los edificios a su alrededor difieren de los originales. “Estaba en una plazoleta redonda frente al antiguo Ayuntamiento, que además, albergaba una escuela y las dependencias de los albañiles”, explica. También se perdió el chalet indiano de Tepeyac que dominaba la localidad desde una colina y muchos veían como el lugar idóneo al que trasladar el Ayuntamiento cuando cambió la sede de la administración municipal. Una torre en Aranguren, una cabaña en Malabrigo, caseríos en Longar y Terrero o un palacio Lusa, engrosan la lista del patrimonio sacrificado.

La transformación de Balmaseda, Zalla y Güeñes salta a la vista, pero la Enkarterri rural tampoco se ha librado de la desaparición de ferrerías, torres, ermitas, caseríos o teatros como el de Lanestosa. Txomin Etxebarria también ha querido reflejar el caso inverso: la torre Loizaga de Galdames que resurgió imponente de sus cimientos.