Iñaki es un ejemplo de superación que podrían incluirlo en sus cursos y conferencias los expertos en coaching. A los 14 años le amputaron la mano izquierda, pero lejos de abandonarse se propuso demostrarse a sí mismo y a los demás que “con una mano podía hacer lo mismo que otra persona con dos”. Así que se metió de lleno a practicar un arte marcial de origen japonés, llamado aikido, que entonces era muy poco conocido en Euskadi. Cuarenta años después de lanzarse al tatami, Iñaki puede decir orgulloso que es cinturón negro, séptimo dan, un rango que solo lo han conseguido cinco personas en el Estado. Iñaki compagina, con un horario diabólico que arranca a las siete de la mañana, su trabajo de vendedor en una tienda de material de oficina en Deusto con las clases de aikido que imparte en el Gimnasio Mazarredo de Bilbao. No le importa que su jornada finalice sobre las diez de la noche con el kimono. “El aikido es mi pasión”, dice, “disfruto muchísimo y es una forma de vida para mí”. Eso se lo transmite a los más de doscientos alumnos que tiene en el gimnasio, convencido de que el aikido es más que un arte marcial. “Va buscando la armonía y la energía”, subraya.
A Iñaki siempre le ha gustado el deporte, sobre todo las artes marciales, pero también el montañismo y el atletismo. De pequeño practicaba kárate, iba al monte y corría. En esas andaba cuando sufrió un gravísimo accidente laboral. Él mismo lo cuenta: “Tenía 14 años y yo trabajaba de aprendiz de carnicero en la antigua plaza de Las Arenas, me mandaron picar carne, metí los dedos en la máquina y me los tragó. Me llevaron al hospital con la mano metida dentro de la máquina, pero no pudieron salvarla, me la cortaron”. Lo peor para Iñaki fue lo que vino después desde le punto de vista emocional. “Sin una mano y con 14 años se te rompe la vida”, explica ahora, que está a punto de cumplir 62. Reconoce que sufrió “un bajón y me encerré en mí mismo”. Hasta que descubrió el aikido, que le ayudó a superar la crisis. Tuvieron que pasar dos años desde el accidente para que Iñaki volviera al gimnasio a practicar un arte marcial. Lo hizo en uno que había en Santurtzi, su localidad natal. Allí supo lo que era el aikido. “Vi que era lo que me gustaba”, dice. A partir de ese comenzó a entrenar como si en ello le fuera la vida. “Si los demás metían dos horas, yo estaba cuatro, y los fines de semana me iba yo solo a entrenar al polideportivo de Sestao”, recuerda. “Para mí era una forma de superación”, confiesa. Todo ese esfuerzo le fue dando sus frutos. Poco a poco fue perfeccionando la técnica de un arte marcial que es, según sus propias palabras, “muy armónico y muy plástico”. Pero ¿qué es exactamente el aikido? “Es un arte marcial que lo que hace es aprovechar la energía del contrario, dirigirla y ejecutar una técnica, una proyección”, contesta. Se trata de una modalidad en la que, además de las manos y los pies, también se utilizan armas como el sable japonés, la katana o el bastón. “Las armas”, dice Iñaki, “dan más movimientos y actitud, pero manejarlas es complicado”. Aun así, nunca se utilizan para batir al contrario porque en el aikido “no hay violencia” resalta, “aunque un golpe siempre se puede escapar”. Porque Iñaki insiste en que “el aikido es armonía de mente y cuerpo”. Algo que, según él, viene muy bien a todas las personas, sobre todo a los niños. Por eso tiene más de cien alumnos de corta edad. A ellos les enseña las diferentes técnicas del aikido y “los valores que transmite”.
Timidez A Iñaki, el aikido le ha servido no solo para superarse sino para perder su timidez. “Yo antes era incapaz de hablar en público” dice, “pero ahora me da igual estar delante del rey que de Obama”. Esas “tablas” las ha ido cogiendo a lo largo de los muchos viajes que ha realizado por Europa y España. Y por supuesto, por Japón, cuna del aikido. “Fui hace tres años por primera vez y para mí fue una grata sorpresa y gran satisfacción”, dice. ¿Por qué? “Porque vi que en Japón practicaban lo mismo que yo aquí, en el País Vasco”, contesta. Eso confirmó que Iñaki estaba en el buen camino. Y prueba de ello es el séptimo Dan que acaba de obtener. Ahora bien, tanto en Japón como en el resto de países donde participa en exhibiciones, no acaban de comprender cómo un hombre sin una mano se desenvuelva tan bien sobre el tatami. “Primero se sorprendían y luego se quedaban maravillados”, dice. Eso es lo que pretendía: “Demostrar que una persona con una deficiencia física no es un inútil y pude conseguir lo que se proponga”.