dON Xabier Eskauriatza, párroco de Santa Ana, definió el convento de San Francisco de Durango como un pequeño Asís, un lugar de descanso, de recogimiento, un lugar de ensueño. Y no iba desencaminado al hacer estas declaraciones. Los vecinos de Durango lo saben bien, tal vez por los valores adquiridos, por las vivencias experimentadas o por la enseñanza de la vida misma que han recibido por parte de las monjas.

A menudo muchos les tienen presentes en sus pensamientos y estos días más. La presentación el pasado 7 de diciembre del libro “Franciscanas Clarisas de Durango. Klausuratik herrigintzan”, ha hecho posible que se volvieran a rememorar capítulos vividos entre los muros del convento de San Antonio de Durango. Muchas personas han sido las que han estado dispuestas a colaborar en la redacción del libro con sus vivencias y sus recuerdos. En este trabajo han querido dar a conocer al pueblo de Durango su trayectoria desde la fundación en la Edad Media, hasta los 400 años que llevan en la villa como Clarisas. Un recorrido verdaderamente emotivo que merece la pena leer y sentir.

En la presentación, la ex alumna Josune Ariztondo, diputada de Cultura, definió la publicación como “un pequeño homenaje y un agradecido recuerdo hacia el colectivo amplio y heterogéneo que forma parte de la historia de Durango y de Bizkaia. Cada palabra recogida en el libro pretende recordar y honrar el trabajo, la dedicación y la entrega generosa de las mujeres que han vivido y viven hoy en día en el convento de las Clarisas”. Una historia de cuatro siglos que en los alrededores se ha vivido de cerca. La prueba es que la gente aprecia a las monjas y ellas aprecian al pueblo. Se definen como una “comunidad que ora, que acoge y sobre todo que comparte”, algo que hoy en día tiene suma importancia. Para ellas el convento es “una pequeña joya. Su lugar de oración y de tranquilidad”.

La actividad más importante que tenían, que era la labor de enseñanza, ha sido asumida en los últimos años por la cooperativa de profesores San Antonio-Santa Rita. Aita Fermín Iraolagoitia fue quien impulsó su creación.

Actualmente, en la congregación viven 17 monjas. Algunas de ellas se encuentran impedidas por enfermedad. Sor Mª Espe, Sor Mª Josefa, Sor Juana Mª, Sor Mª Teresa, Sor Mª Francisca y Sor Araceli. La mayor de todas es Sor Mª Verónica, que tiene 91 años. Ella dice que trabaja a su ritmo. Entre otras cosas, hace compota para la merienda. Sor Clara Inés tiene 78 y se encarga de la recepción. Sor Mª Evelia es la segunda más joven, tiene 70 años, y cuida a las enfermas. Sor Mª Garbiñe, es una gernikarra a la que le encanta la limpieza y de ella se encarga. Sor Mª Olatz de 78 años da la medicación a las enfermas, ayuda en las tareas de limpieza y es la que más contacto tiene con el exterior. Sor Mª Blanca, ha vuelto al convento después de pasar 50 años en Trujillo de Perú. Sor Purificación, más conocida como Purita, de 75 años, hace “de todo y todo lo hace bien”. Sor Inmaculada de 89 años, fue alumna del internado y el convento ha sido su casa toda la vida. Sor Mª Ascensión, de 89, es la sustituta del Torno. Sor Corazón de María es la abadesa, o madre superiora. A sus 86 años sigue teniendo una sonrisa preciosa, pícara e infantil que le contagiaron quienes fueron sus alumnos de cinco años y que aún no ha perdido. Durante 43 años ha dado clase a los parvularios. Y, por último, Sor Mª Esther, que con 82 años sigue trabajando mucho en la cocina, lleva la administración, la contabilidad por ordenador, junto con la hermana Olatz.

Todas ellas son protagonistas de infinidad de anécdotas difíciles de recoger en este espacio, pero que aparecen detalladas en el libro.

Estos nombres les fueron asignados al entrar al convento porque la tradición marcaba que cuando una persona viene a entregarse a Dios tiene que cambiar todo. Su habitación, su ropa, sus costumbres?Y antiguamente se pensaba que cambiándose el nombre se convertirían en otra persona, pero como dice Sor Corazón, “cambias tu vida, pero sigues siendo tú”. Muchos niños, hoy hombres y mujeres hechos y derechos, la recordarán como la monja que les sacaba los dientes de leche. “Se fiaban más de ella que de sus padres. Cuando se le acercaban para enseñarle el diente que se les movía, ella les decía: Todavía no. Ven mañana, que le falta un poco”.

La zarauztarra Sor Olatz, Cruxita Arruti de nombre original, estudió magisterio por ciencias y pedagogía. Dice que no tenía vocación y que entró al convento porque tenía un excesivo romanticismo. “Porque a todos los que tenía alrededor les veía alguna pega. Entré con 22 años. Me costó mucho dejar a algunos amigos más que a otro, pero veía que me faltaba algo. Me gustaba la playa, nadar, bailar, lo que hacían todas mis amigas. Pensaba que me iba a casar, me gustaban los niños. Pero no encontraba la perfección. Y buscándola, encontré el camino a Jesús de Nazareth. Para mí era la perfección. Era el camino, y al final encontré lo que buscaba”, subrayan.

Han cosechado muchas amistadas durante todos estos años. “Llevamos una vida de oración, de alabanza y vemos que por suerte afuera también hay gente comprometida que trabaja desinteresadamente. Aunque el tema vocacional ha decaído, vemos que están surgiendo unos movimientos sociales que están por ayudar a las personas necesitadas”, señalan.

Todo son buenas palabras para estas religiosas que viven el carisma franciscano aceptando a cada uno como es, respetando la pluralidad en comunidad, viviendo el Evangelio e imitando a Jesús de Nazareth. “Los sentimientos son muy agradables y muy bonito recordar los años que hemos convivido con ellas. El trato a día de hoy sigue siendo agradable, familiar y cercano. Nos han enseñado a coser, a pintar, a saber estar. Creo que esta congregación ha aportado todo lo que una persona puede recibir”, comentaba la gente cercana.

Las monjas de San Francisco nos invitan a hacer una reflexión, vivir en el amor lo máximo que se pueda. Predican la importancia de amar a las personas tal y como dice el Evangelio: Amaros unos a otros como yo os he amado”. Ellas nos recuerdan que sus puertas siempre están abiertas para encontrar al “amigo” que nunca falla.

“Si vives alegre te salen mejor las cosas. Esa alegría que se siente cuando haces algo bueno, hace que te sientas realizada”, matizan.

Amor, respeto, felicidad, educación, compartir, aceptarse a uno mismo y a los demás son las palabras que han mencionado por igual todos los que han dado su testimonio en el libro.