DESDE Nelson Mandela hasta Charles Chaplin, pasando por Vieja con palomas, El precio de la libertad o el Mercado de la Ribera, entre otros, el pintor de Ortuella Julián Momoitio es un notario de la realidad, un hombre que trabaja en las minas del arte para extraer los mejores minerales de su imaginación. Allá donde florecen los metales, Momoitio saca de la chistera una secuencia de cuadros con fuerza y brío, una obra de estilo personal e intransferible con la que el artista ha encontrado un universo propio. Tanto que sus cuadros pueden contemplarse en un sinfín de latitudes. En medio mundo, para entendernos.
No es un cualquiera. Eso ya se intuyó cuando en aquellos duros y brillantes tiempos industriales el bajó a los pinceles a la misma edad, 14 años, que algunos niños entraban en las minas. Su biógrafo, Mario Ángel Marrodán, recuerda como en aquellos días tuvo como maestro al pintor José Luis Aldekoa y que ya se intuía en él un alma inquieta. Da un no se qué unir en la misma frase Ortuella y niños, habida cuenta que parece flotar sobre aquella localidad una maldición macabra para los infantes, como si el cabrón destino quisiese cometer una fatal falta ortográfica: escribir escuela con 'q'. Ayer, sotto voce, se escuchaban algunas lamentaciones en la Eurogalería Llamas que regenta Enrique Alonso Llamas, la habitual pista de despegue de Julián cuando ya reúne una reata de lienzos, dicho sea con el mayor de los respetos. Venga esa oración, ese Padrenuestro, que estás en Ortuella para el consuelo del alma, que tanto se atormenta con la temprana muerte de los niños. Siempre lo es.
Julián gasta un estampa pintoresca que, para quienes no le conocen bien, recuerda un punto a la del gran mago Juan Tamariz. Y algo de él tiene, toda vez que se intuye en su trabajo una capacidad insólita para mantener vivo el romanticismo en cualquier tiempo y bajo cualquier circunstancia, incluso con la técnica que ha desarrollado en su última etapa. Los críticos y eruditos hablan de "un desarrollo de abstracción moderna neocubista, de un impresionismo único, como lo fueron los maestros Dalí y Picasso en su figuración en sus obras creando sus propios mundos en las artes plásticas". Vamos, latín para los profanos.
Lo importante de la pintura de Julián es que gusta. Gusta a la gente porque le alcanza como un rayo en el corazón. Ayer pudo comprobarse de nuevo en el cóctel de la inauguración de la exposición. "El arte, la justicia y el amor alientan nuestra existencia", explica el propio Julián en el catálogo. No hacía falta: lo explican sus obras solo con verlas. Desde Sandía infantil a La paz de la niñez, pasando por Las frutas del humor, entre otros muchos. Al fin y al cabo, la muestra cuenta con 34 obras, repartidas en lienzos y tablas.
Entre ellos, por las alamedas de ese jardín de los colores, se movieron Ander de Arambalza, Cristina Rocha, Imanol Migue, Ariane de la Cruz, Marta y Lorena Momoitio, Nerea Rocha, Luz Bilbao Momoitio, Javier Agirre, Begoña Alonso, José Luis Oñaederra, Cristina Martínez, Olga Muguruza, Amaia Agirre, Juan Cruz Hoces, Pablo Momoitio, Carlos González, Begoña Iturriaga y un buen puñado de familiares, amigos, clientes, admiradores y curiosos, de gente que no se queda indiferente ante la obra de Momoitio.
Hubo, entre los presentes, quienes elogiaron la decisión del artista de romper con todas las cadenas. Lo ha repetido en los últimos tiempos hasta la saciedad: ya no hay razones para seguir ningún dictado. Hay que dejarse llevar por los dictados del corazón, viene a decir el artista cada vez que le preguntan. En un tiempo tan rebaño como el actual que aún se mantenga en pie el diferente, alguien que se sale de la manada, es algo digno de aplaudir. ¡Plas, plas, plas!