Bilbao
ROBERTO sufrió una crisis vocacional cuando acabó la carrera de Medicina. "Yo quería ser médico de pueblo y llevar a cabo una práctica humanística de la profesión, pero vi que la Medicina era demasiado técnica y estaba muy basada en la farmacología", recuerda. Así que renunció a ponerse la bata blanca. Optó por otro camino, el del yoga, un mundo en el que ya se había iniciado durante sus últimos años universitarios. Y el yoga resultó ser su mejor medicina. Gracias a la meditación superó la crisis, encontró la felicidad y a la que hoy en día es su pareja. Actualmente es profesor de yoga y puede decir que vive de las clases que imparte en Getxo, Gasteiz y Agurain. Pero no siempre ha sido así. Durante 20 años, Roberto ha sido agente judicial, lo que le ha permitido compaginar su trabajo en los juzgados con las clases de yoga. Pero en su último destino estuvo asistiendo a embargos y desahucios. Y eso le hizo recapacitar. "No era coherente que por las mañanas estuviera estresando a la gente y por las tardes, transmitiendo tranquilidad con el yoga", cuenta. Así que el año pasado decidió pedir la excedencia, ya que es funcionario, para poderse dedicar plenamente a su verdadera pasión: el yoga.
El día que se licenció en Medicina enmarcó el título y fue donde su madre para decirle: "Ama, ya tienes un hijo médico; ahora tu hijo quiere ser persona, quiere vivir feliz". Le dijo eso porque Roberto vio que el ejercicio de la Medicina no le iba a proporcionar la felicidad que él buscaba. No estaba dispuesto a seguir recluido otros dos o tres años más en la biblioteca de la Universidad para intentar sacar el MIR. "Eran tiempos", señala Roberto, "en los que había muchos alumnos en la facultad y era difícil sacar una plaza de especialista". Corría el año 1991 y Roberto tenía 25 años. Confiesa que tuvo "problemas de ansiedad y a nivel familiar". Por eso dice que llegó a la conclusión de que "no podía curar a otros si yo me sentía mal mentalmente". Esa reflexión fue decisiva para cambiar el rumbo de su vida.
Funcionario Tampoco perdió el tiempo una vez tomada la decisión de que no se iba a dedicar a la Medicina. Se apuntó a una academia para preparar unas oposiciones de agente judicial. "Tenía un hermano", cuenta Roberto, "que trabajaba de funcionario en los juzgados y eso me animó, porque yo lo que quería era tener un trabajo seguro para poderme dedicarme al yoga con más tranquilidad". Y aprobó la oposición. "Es curioso", dice, "estuve siete años estudiando para no tener trabajo y en siete meses saqué un trabajo para toda la vida". A partir de ese momento, pudo compaginar la vida laboral con su incipiente vocación como profesor de yoga. Comenzó dando clases en Santutxu y posteriormente compró un local en Las Arenas, donde puso en marcha el centro Kurma, que actualmente sigue funcionando. "Fueron unos años muy buenos porque vivía en Romo, ya que me había casado con una chica de allí, y estaba cerca del centro", recuerda. De esa forma fue afianzándose como yogui y como agente judicial, que es de lo que se ganaba la vida. Hasta que el matrimonio se separó. Esa circunstancia hizo que Roberto decidiera tomarse "un tiempo de reflexión para cambiar mi vida". Se fue a un retiro de meditación, a un monasterio en Orense. Y allí, vaya que si le cambió su vida. Conoció a la que hoy es su pareja y con la que acaba de tener un niño. "Después de estar diez sin hablar, porque aquel era un retiro de silencio, estuvimos siete horas hablando sin parar en el viaje de vuelta a Euskadi", recuerda. Gracias a ella Roberto se convirtió en un mochilero. "Yo era de los de no salir, de los que me daba miedo viajar", confiesa, "pero ella me animó a coger una mochila y recorrer Perú". Durante ese viaje se dio cuenta de que "la seguridad no está en el trabajo, ni en tener dinero, sino en la ilusión por hacer algo". Así que de regresó de Perú tomó la decisión de pedir la excedencia. En ello también tuvo mucho que ver el trabajo que estaba desarrollando últimamente como agente judicial. Al pedir el traslado a los juzgados de Gasteiz, ya que su pareja es natural de Araia, le destinaron al negociado de notificaciones y embargos. "Y eso es lo más duro que hay para un agente judicial: tener que echar a gente a la calle, hacer un desahucio", señala. Ante esa tesitura, no dudó. Ha renunciado a la seguridad laboral. "En estos tiempos de crisis", dice, "todo el mundo quiere ser funcionario y yo he decidido ser autónomo siendo funcionario".
Meditación Roberto reparte su tiempo como profesor de yoga entre el centro Kurma de Las Arenas, otro en Gasteiz y un tercero en Agurain. Está contento con los grupos de alumnos que tiene, aunque espera que con el tiempo pueda centralizar más las clases cerca de Araia para "no estar todo el día de un sitio a otro". Tampoco piensa mucho en el futuro porque una de las cosas que ha aprendido con el yoga es que "no hay que anticipar el presente". Roberto es fiel a su teoría. "Yo cada vez vivo más al día", dice, "no debo nada a nadie, nunca he pedido un crédito y lo que gano lo administro para vivir". Vive feliz en Araia junto a su pareja y al bebé recién nacido, en plena naturaleza. Todo ello gracias al yoga. Pero ¿qué es exactamente el yoga?, le preguntamos. "El yoga es un método de mejoramiento humano", contesta. "El yoga", prosigue Roberto, "no es más que estar bien con uno mismo; el yoga es ser más feliz". Eso se consigue, según él, a base de unas prácticas de relajación "que consiguen que las personas tomemos distancia del pensar". Toda una lección de yoga medicinal.