Bilbao
El desbordamiento del Nervión nada tuvo que ver con la desgracia que asoló dos de los barrios obreros más antiguos de Bilbao. La ría está a unos kilómetros de Rekalde y El Peñascal. Aún así, ambas zonas sufrieron las terribles consecuencias del histórico aguacero. Nadie se imaginaba por aquel entonces que las aguas torrenciales de aquella jornada veraniega trastocaran el transcurrir normal de la vida de toda la gente que allí vivía. La fuerza de la lluvia y el desbordamiento del subterráneo río Helguera provocaron que parte de la cantera del alto de El Peñascal se viniera abajo, sepultando todo lo que encontró a su paso. Esta mina a cielo abierto fue la causa principal de que parte del barrio y la arteria central de Rekalde, la calle Gordóniz, se convirtiera en un barrizal de varios metros de altura
"Llegamos a Rekalde cuando ya era de noche. Fuimos a la calle en la que estaba la tienda y de toda la tierra que había arrastrado el agua, parecía que el edificio se había torcido", explica Roberto Marañón, vecino de Rekalde y dueño de la tienda Bolsos Pili. "Esto era desolador, en todos los rincones había piedras y tierra", recuerda José Luis del Campo, dueño de la ferretería más longeva de Rekalde.
Pilar Torrescusa, vecina de El Peñascal y trabajadora en una panadería familiar, se encontraba aquel día como monitora voluntaria en un campamento no muy lejos de Bilbao. A Pilar le llamaron en cuanto pudieron. No era para menos, ya que las cosas en su barrio no auguraban nada bueno. Cuando llegó, su casa se había esfumado y la panadería estaba sepultada bajo toneladas y toneladas de piedras y tierra mojada. "Nos quedamos con lo puesto", comenta Torrescusa.
Agua del cielo y del monte Aquellas horas críticas en las que el agua no dejaba de caer del cielo y bajar del monte dieron lugar a situaciones difíciles de olvidar. "Recuerdo que eran las 4.00 de la tarde y que llovía muchísimo. Salimos todos los vecinos a ver cómo una chica salía del portal con el vestido de novia", relata Roberto Arias, vecino de El Peñascal. Pasados unos días, en el barrio se enteraron de que la joven, a pesar de las dificultades, se casó en Basurto llena de barro. Horas más tarde, Arias recuerda como desde la ventana de su piso vio derrumbarse la casa de enfrente. "Estábamos viendo como se iba llenando el bar y la gente de dentro salió por una ventana pequeña, se subió a un balcón y justo cuando pasaron de un balcón a otro la casa se vino abajo", explica Arias rememorando los últimos momentos antes de que el sol se escondiera. A este vecino y a su familia les evacuaron y durmieron en la casa de un hombre de San Antón. "Recuerdo como el dueño del txakoli mató a un potro que tenía, lo troceó y dio de comer a toda la gente que pudo. Fue una cosa muy rara, pero un gesto muy bonito", comenta.
Al día siguiente de la tromba llegó el caos. Con los pies todavía bajo el agua, vecinos y amigos sabían que era hora de organizarse y de apoyarse unos a otros. Los montones de tierra que había en la parte externa de la cantera y fragmentos de los montes de alrededor de El Peñascal podían verse ahora con claridad sepultando medio barrio. "La fuerza del agua arrastró camiones y hormigoneras hasta Rekalde", asegura Del Campo. Los coches habían nadado por las aguas a sus anchas ayudados por las fuertes corrientes. "La plaza de Rekalde era un cementerio de coches. Estaban todos apelotonados y aplastados", manifiesta Marañón.
Mucho trabajo y pocas manos Todos sabían que era demasiado trabajo para tan pocas manos pero, por suerte, cientos de voluntarios llegaron de todo Bilbao. "Todas las mañanas nos reuníamos en una plazoleta y nos repartíamos el trabajo. Éramos muchos. Ahora somos 3.000 habitantes, pero en aquella época éramos 11.000", explica Arias.
Los que fueron evacuados del barrio por haber perdido su vivienda fueron repartidos por diferentes puntos y colegios de la villa. El destino de Pilar Torrescusa y su familia fue el colegio Escolapios, allí les atendieron y les ofrecieron comida y cama. "Dormíamos en el colegio, pero cada día subía a El Peñascal a ayudar en todo lo posible", aclara Torrescusa.
Como en el resto de zonas castigadas del entorno, el pillaje fue habitual. Para evitarlo, vecinos y cuerpos de seguridad hacían guardias. Además, la desgracia atrajo a decenas de mirones. Era una atracción, algo con lo que entretenerse. Pero todo ello fue frenado gracias a una decena de hombres que hacían guardia en la entrada del barrio para no dejar pasar a extraños.
La unión vecinal en ambos barrios se vio fortificada tras la inundación. El apoyo y los recuerdos del momento, a pesar del malestar general, convive hoy en la memoria de todos. "Fue una experiencia muy dura y una desgracia, pero en cierto modo fue algo positivo para el barrio porque se descubrió la unión que había entre los vecinos", recuerda Arias. "Todo llega y todo pasa y estoy seguro de que esto no volverá a pasar nunca en la vida", sentencia José Luis del Campo.