Hontza, un hogar libre de adicciones
El centro de acogida nocturna para consumidores de droga que Cáritas abrió en San Antón cumple diez años con otro premio en reconocimiento a su labor social
Bilbao. Según entran por la puerta van directos a la ducha. Después echan la ropa a lavar y se ponen el pijama y las zapatillas para cenar. Con este hábito diario, de obligado cumplimiento, los responsables de Hontza buscan que los usuarios de este centro de acogida nocturna para personas con problemas de adicción "tengan la sensación más parecida a la de un hogar". Y lo consiguen. Noche tras noche, sus instalaciones se convierten en un hogar, eso sí, algo atípico porque cada una de las dieciocho personas que acuden a dormir es hijo de un padre y una madre diferente, pero donde hay mucho cariño. Ellos lo saben. Por eso, su comportamiento es ejemplar dentro y en los aledaños de la vieja iglesia de San Antón, donde se encuentra Hontza. Son conscientes de que es su único hogar, un hogar libre de adicciones, ya que en su interior está terminantemente prohibido consumir drogas. Este proyecto, que fue puesto en marcha por Cáritas hace diez años, ha recibido ya cuatro premios en reconocimiento a su labor social en el campo de las drogodependencias. El último, el Reina Sofía de la Cruz Roja.
Todos los días del año, a las ocho de la noche, comienza el trajín de la maratoniana jornada nocturna en el interior de Hontza. A esa hora, los trabajadores del centro, es decir, su responsable, tres educadores sociales, una voluntaria y un guarda de seguridad, se preparan para recibir a los usuarios, que entran media hora después. Lo hacen de dos en dos para seguir un ordenado protocolo. "Les obligamos a ir a la ducha", señala Sonia, coordinadora diurna del centro, "por un tema de dignidad y de recuperación de hábitos, además de higiene, por supuesto, porque esta gente vive en la calle". Tras el aseo cenan gracias al catering que les suministra de forma gratuita Lapiko, la empresa de inserción promovida por Cáritas, y que los primeros años hacía la Fundación Peñascal. Y antes de irse a dormir, que lo pueden hacer a partir de las diez de la noche, tienen a su disposición otros servicios como el de enfermería (curas básicas sanitarias) o la intervención socio-educativa que prestan los profesionales del centro. La hora del silencio es a las 23.30 horas. Pero no hace falta recordárselo. La mayoría opta por irse a la cama en cuanto puede subir al dormitorio "porque llegan muy cansados de la calle".
Café y Calor Hecho el silencio en el dormitorio y realizadas las valoraciones del día por parte de los monitores, se pone en marcha el Proyecto Café y Calor. Desde las 12 de la noche y hasta las 4.30 de la madrugada, al comedor de Hontza entran tres grupos de 20 o 25 personas, hora y media cada uno. Durante ese tiempo pueden utilizar todos los servicios del centro (ducha, asistencia sanitaria, comida...) excepto alojamiento, lógicamente. Al mismo tiempo, y durante toda la noche, hasta las 7.30 de la mañana, se desarrolla el Proyecto Proximidad, que consiste en el "intercambio de material de consumo y educación en salud". Se trata de un programa cuyo objetivo es "el acercamiento a la población más distante de los recursos socio-sanitarios". Van entrando de uno en uno en demanda de jeringuillas o de atención sanitaria. Y así pasa la noche hasta la hora de la diana, que son las 7.30. Tras el desayuno, el aseo y la toma de medicamentos, los 18 pernoctas de Hontza abandonan el centro rumbo a su segunda casa, la calle. Allí pasarán el resto del día, esclavos de sus adicciones.
Esa, la de la adicción a las drogas y su consumo activo, es la única y triste condición para poder dormir en Hontza. Una adicción que en la mayoría de los casos está asociada prioritariamente al alcohol, seguida por la heroína, la cocaína y el cannabis. Los hábitos en este sentido también han cambiado algo, no mucho, con los años y la crisis. En los últimos tiempos se está dando un aumento del alcohol, "ya que es más barato que otras drogas". Aun así, los técnicos de Hontza señalan que el perfil predominante es el del "policonsumidor". De la década de los noventa, los años duros de la droga por vía intravenosa, apenas quedan supervivientes. "Muchos se han muerto", comenta Sonia, "y los que sobreviven, de entre 40 y 41 años, están muy deteriorados y cronificados". La mayoría de ellos tiene el VIH y hepatitis. Otra cosa que, lamentablemente, les une, tal y como resalta Sonia, son "las patologías mentales". "El 60% de la gente los padece", dice.
Perfil Lo que sí ha variado bastante es el perfil del usuario en cuanto a procedencia. Hace diez años, el 90% de las personas que dormían en el centro "eran de aquí", señalan. Hoy en día ese porcentaje ha cambiado: "El 60% son nacionales y el resto, comunitarios o extracomunitarios". El denominador común de todos ellos, además de las adicciones, es que "carecen de redes familiares sociales". Y respecto al género, también ha cambiado. Del 90% de hombres y 10% de mujeres del principio, ha evolucionado al 80% hombres y 20%, mujeres.
Según los datos aportados por Sonia, en diez años han dormido en Hontza un total de 3.505 personas diferentes. El año pasado, por ejemplo, se contabilizaron 683 personas, de las cuales 131 eran mujeres y 551, hombres. Con todas las personas que pasan por Hontza se crea un vínculo especial de cariño que es recíproco. "Recibes lo que das", dice Sonia. Y todo el equipo de Hontza ofrece algo tan simple como humanidad. "Nosotros tratamos a la gente por su nombre", señala Sonia, "y hay que tener en cuenta que esta gente no habla con nadie en toldo el día". Por eso luego reciben muestras de agradecimiento en forma de cartas o regalos o de una simple sonrisa. Eso es lo que les hace seguir trabajando en el proyecto Hontza.