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El espejo en el que vemos a los ausentes

El espejo en el que vemos a los ausentesPAblo Viñas

Hay dos versos del poeta francés Charles Boudelaire que estremecen: ¡Ah qué grande es el mundo a la luz de las lámparas!/ ¡Y qué pequeño es a los ojos del recuerdo! Ayer retumbaban en la memoria de cuantos conocieron al doctor Juan Ramón Ibarretxe; un hombre de bata blanca y de radio, cuya memoria no se esfuma como el humo de un cigarro. Hace ya un tiempo un mal rayo partió su corazón en dos y aquel relámpago dejó a sus amigos, nos dejó, una nube de lágrimas en los ojos. Una nube que no termina de despejar.

En su nombre se celebra, desde hace tres años, el Premio Juan Ramón Ibarretxe Bilbao y los toros. El recuerdo es así, una cámara oscura que da relieve a lo que queda en la memoria, impidiendo que se vaya. En fin, hechos ya los desahogos, habrá que decir que el cirujano jefe de la plaza de toros de Vista Alegre, José Luis Martínez Bourio, recibió ayer el galardón de la tercera edición de este premio en uno de los salones del hotel Domine. Lo hizo acompañado por su familia -su esposa, María Luisa Allona, y los hijos de ambos, Marta y Gonzalo Martínez Bourio...- y orgulloso de los más de cuarenta años que lleva ligado a los quirófanos de Vista Alegre, donde ha visto de cerca los estragos del toro bravo en las carnes de diestros como Julián López, El Juli; Sergio Aguilar, Jiménez Fortes o Javier Castaños entre otros. Un rictus de emoción se le dibujó en el rostro al recibir la distinción, una escultura de Mercedes Sueskun. José Luis compagina ese quirófano de urgencias taurinas con su trabajo en los del hospital de Cruces y en la Clínica Virgen Blanca. Un todoterreno de los bisturíes.

De entre todos cuantos recuerdan al doctor Ibarretxe, tal vez Fidel Bikandi sea quien mantiene más viva la llama de su memoria. Ayer se movía de acá para allá en las entrecajas de la ceremonia, pendiente de si llegaba uno o el otro, de que todo funcionase como un quirófano a la hora justa: sin fallo alguno. Lo logró. A la cita no faltaron el presidente de la plaza de toros, Matías González; Álvaro Díaz de Lezana, Txema Muguruza, Anton Taramona, o, lo que es lo mismo, el hombre de las mil y un inquietudes; Celia Achúcarro; la historiadora Laura del Rey, Emilio Diego, Tony Fernández, el letrado Rafael Bustamante, Jon Ortuzar, Jesús Ubal, Santiago Iriarte, Leoplodo Sánchez Gil o Juan Astorquia, uno de los personajes más singulares del mundo taurino en Bilbao. Todo ellos cargaron de parabienes los hombros de José Luis, quien, cómo no, también tuvo palabras evocadoras para el dottore Ibarretxe.

Es de un bilbaino, de Miguel de Unamuno, aquella metáfora que decía con maderas de recuerdos armamos las esperanzas. A sus pies (a los de la frase, quiero decir...) firmarían la inmensa mayoría de los presentes, desde el presidente de la Peña Taurina Campera de Bilbao y vicepresidente de la Federación Vizcaina de Peñas, José Antonio Prado, hasta Alfredo Marcos, pasando por Vicente González, el doctor Andrés Macua, José María e Iñaki Betes, Daniel Gómez, el doctor José Ángel Díez Lete, Marisa Montenegro, Víctor Gómez, Raúl Fernández, director del hotel anfitrión; Josune Carranza, Javier Larena, Alfredo Casas, Juanjo Romano, José Luis Fernández, Juan Carlos Angoña, Aitor Cobanera, José York, Nekane Letona, José Ramón Urizar, Carlos Bacigalupe, Marian Varona, Esmeralda Zapater, Lola Badia, Javier Abad, Chus Berro, Rafa Soto, Emilio Campos Ugarte, Joaquín García, Ramón Lecea, el doctor Antonio Marco, Miren Landeta, Juan María Ceballos, Itziar Alberdi, Jorge Fernández García, José Marijuán-Requeta, Carlos Bacigalupe y un buen número de aficionados taurinos, de amigos de Juan Ramón, de amigos de José Luis y gente sensible a los recuerdos, ese material del que están hechos los sueños.

Ya está dicho. Pero aún sirva como broche del artículo aquello que dijo el ensayista y revolucionario francés Joseph Joubert: la memoria es el espejo en el que vemos a los ausentes. En ese espejo recordamos a Juan Ramón, un buen hombre con un mal final.