Bilbao. La amatxu de Kepa Larrabe comenzó criando apenas un centenar de pollitas en su caserío, cuyos huevos vendía luego en el mercado local de Gamiz-Fika. Cinco décadas después, esta empresa familiar cuenta con 180.000 gallinas que producen casi otras tantas unidades cada día. Larrabe es una de las 23 granjas de huevos que existen en Bizkaia, un territorio que es prácticamente autosuficiente en este sector; el 70% de los huevos -siete de cada diez- que se consumen en los hogares vizcainos han sido producidos en granjas vizcainas, algo poco común en otros ámbitos agrarios.
Dentro de las gigantescas naves de esta explotación, el cacareo de las gallinas es casi ensordecedor. Las jaulas están dispuestas en largas filas de seis alturas. En cada una, las gallinas disponen de varios listones donde apoyarse para descansar y, lo más curioso, un pequeño rincón, cubierto con cortinas rojas de plástico, para poner sus huevos con cierta intimidad, a modo de nido. En muchos de ellos cuelga el cartel de ocupado. "Lo cierto es que las utilizan mucho", reconoce Kepa Larrabe. Esta granja, al igual que las siete restantes de gallinas ponedoras en jaula que existen en el territorio, han realizado una importante inversión económica para adaptarse a la nueva normativa europea que, entre otras, prohibe la producción en instalaciones que no cuenten con una superficie mínima por cada ejemplar. Gracias a esta adaptación progresiva, que ha contado con el apoyo de la Diputación en forma de subvenciones, las ocho explotaciones vizcainas han podido empezar este año 2012 al 100% de su producción.Una directiva europea estableció unos requisitos mínimos para mejorar la salud y el bienestar de las aves. Así, a partir del 1 de enero, todas las instalaciones de aves ponedoras en jaula tienen que contar con, al menos, 750 centímetros cuadrados de superficie por gallina, algo menos del tamaño de esta hoja de periódico. También deben medir, al menos, 30 centímetros de alto, entre otras exigencias; si no, tenían prohibida la producción. Requisitos que han supuesto un fuerte esfuerzo de inversión al que las ocho explotaciones que existen en Bizkaia han tenido que hacer frente. Solo en el caso de la granja Larrabe, han tenido que invertir 2.5 millones de euros para adaptarse a esta normativa. "Tuvimos que hacer una reestructuración total de la empresa. De las jaulas que había antiguas no valía absolutamente ninguna y tuvimos que comprar todas nuevas", relata Kepa.
Conscientes de esta realidad, el departamento foral de Agricultura ha colaborado desde 2009 con la Asociación de Avicultores de Bizkaia para evaluar el estado de las granjas y cómo podía abordarse ese proceso de adaptación. "El sector lo tuvo claro desde el principio: estaban dispuestos a hacer esa inversión y adaptarse para poder seguir adelante. Ninguna se planteó no continuar", explicó ayer la diputada de Agricultura, Irene Pardo, que visitó la granja de Fika. Así, se realizó un plan de inversiones a tres años, de modo que todas las granjas pudieran cumplir con la normativa a fecha de 1 de enero y no tuvieran que parar su producción por no cumplir los requisitos. En todo este periodo, la Diputación ha subvencionado con 2,5 millones de euros las adaptaciones que han tenido que acometer. "Hemos cumplido el objetivo: en 2012, todos los huevos que se producen en Bizkaia han podido estar en el mercado con todas las garantías exigidas", se felicitaba Pardo.
Mantener sus costumbres Los cambios se han realizado teniendo en cuenta las costumbres de estos animales. Así, por ejemplo, dentro de cada jaula, las gallinas tienen varios tablones metálicos -aseladeros en su denominación técnica- para dormir; un trozo de plástico, llamado baño de arena, para rascar sus patas en el suelo, como acostumbran a hacer en libertad, e incluso ese rincón recogido, a modo de nido, resguardado con cortinas para poner los huevos.Antes de entrar a las naves -la explotación dispone de dos, más una tercera que está en construcción- hay que vestirse con monos blancos y calzas; un felpudo impregnado en desinfectante es paso imprescindible a las instalaciones. "Se trata de tener las instalaciones lo más aisladas posible del exterior", explica Kepa. Dentro, las jaulas de gallinas se alinean en interminables corredores de 60 metros de longitud, dispuestos en seis alturas.
Alteradas por los extraños, las gallinas cacarean y se revuelven al paso de los visitantes.
Asoman la cabeza entre los listones de las jaulas, picoteando el pienso que tienen siempre disponible en una canaleta inferior. Unas máquinas que ruedan a través de todo el pasillo se encargan de que nunca les falte comida; el agua la tienen también disponible dentro de la propia jaula, en una especie de pipeta roja que cuelga del techo.
Con una pequeña inclinación, los huevos recién puestos caen a una cinta que también recorre toda la fila de jaulas; una vez al día, todas las mañanas, la máquina se pone en marcha y la cinta lleva los huevos hasta uno de los extremos de la nave. Ahí, otra máquina que gira en vertical recoge las unidades de todas las alturas en sus pinzas de plástico para no dañar el huevo, hasta depositarlas en la planta baja. Desde aquí, con una cinta exterior completamente cubierta, se llevan hasta otra nave donde primero se criban de forma manual -para eliminar los huevos rotos o sucios- y después, ahora sí automáticamente, se clasifican dependiendo de su peso y se envasan. "Cada partida está perfectamente controlada; incluso sabemos de qué nave es cada huevo", explica Kepa.
La limpieza es algo que también llama la atención entre las jaulas; apenas se ven excrementos. Bajo las jaulas, estos se depositan en una cinta que se cambia dos veces por semana. Cuando las gallinas terminan su ciclo de producción -al de un año y medio, más o menos- toda la nave se limpia y se desinfecta en profundidad. Entonces se traen nuevas gallinas, de unas 17 semanas, que empezarán a poner huevos en apenas un mes. Las naves tienen controlada también la temperatura -"hay que tener cuidado con el calor", explica Kepa- y, en contra de lo que cuenta cierta leyenda negra, las lámparas que iluminan los corredores se apagan por la noche. "No ponen más huevos, aunque las tengan encendidas", desmiente.