La historia se cuenta en un santiamén: es el despertar a la ternura de un viejo cascarrabias cuando el reloj de la vida parecía que no iba a darle una segunda oportunidad. Ese es el argumento, resumido a trazos gruesos, de La sonrisa etrusca, la legendaria novela de José Luis Sampedro que se ha teatralizado en las manos de Juan Pablo Heras, si es que los insignes señores de la Academia de la Lengua lo permiten decir así. El viejo calabrés Salvatore Roncone, apegado a la tierra, llega a Milán acompañado por su hijo Renato y es allí donde le detectan un cáncer lo que le impulsa a contar a su nieto Bruno, de apenas unos meses de vida, todas las vicisitudes de su larga vida. Sobre la escena Héctor Alteiro y Julieta Serrano bordan sus respectivos papeles, acompañados por un elenco donde Nacho Castro, Olga Rodríguez, Israel Frías, Carlos Martínez Abarca, Cristina Arranz y Sonia Gómez Silva recrean la hermosa historia escrita por Sampedro, el viejo escritor que se ha asomado en los últimos meses al balcón de la calle para alentar el grito del ¡indignaos! cuyo radio de alcance aún se desconoce.
Con el patio de butaca reventón -hubo un lleno que no acostumbra en estos tiempos de bolsillos microscópicos...- el montaje de José Luis Plaza tocó el corazón de los presentes. Entre ellos se encontraba el técnico del Athletic, Marcelo Bielsa, José Luis Sabas, Teresa Fernández, Alfredo Huidrobo, Ainara Sáez, Leire Larrañaga, María Luisa Urbaneja -acudió con la convicción de que el libro que le enamoró hace taitantos años sería mejor que la obra vista ayer. Ignoro el desenlace de su duda...-, Ana María Zaitegi, Mariastun Pérez, Lola Blanco, David Barbero, Begoña Gaztelurrutia, Miren Ormaetxe, Irma Rutkauskaite, directora del coral Zozoak de Las Arenas; Roberto Pozo, Gaspar Egiluz, Bernadete Muñoz, Janire Ojanguren, Imanol Alberdi, Isabel Azkarate, Javier Palacios; el pintor Darío Urzay, Iskander Cabezas, Axel Gómez, José María Gómez, Isabel Toural y Sergio Bilbao. En su inmensa mayoría, el público salió del teatro conmovido y emocionado. ¡El viejo José Luis, qué cabrón!