Bilbao. Llegaron hasta Bizkaia en busca de una vida mejor y aquí, con la realidad en contra, van sacando sus vidas adelante como pueden. Han ocupado el tanatorio de Basurto -el edificio inacabado cuya estructura de hormigón permanece en pie frente al hospital- para tener un lugar donde guarecerse. Poco a poco, van creándose un hogar.

Actualmente, el edificio alberga a 30 jóvenes africanos -la mayoría procede de Camerún, Nigeria, Guinea y Senegal- que un día cruzaron el Estrecho en busca de una vida mejor. Estas paredes se han convertido ahora en su hogar. "Cuando llegamos al tanatorio estaba todo lleno de latas, de cristales y de porquería de la gente que pasaba por aquí. Hemos limpiado y lo vamos acondicionado para vivir en las mejores condiciones posibles", apunta Ngoleke, uno de los 30 jóvenes que habitan en el edificio.

Así, con tiendas de campaña, con tablones y con plásticos van creando estancias dentro de la estructura de hormigón. Esa es ahora su vida. Tienen camas, sillas, sofás. También algunos muebles. Cocinan sobre pequeñas hogueras en ollas y sartenes ennegrecidas por el uso. Lavan la ropa en baldes y palanganas con el agua que traen en bidones de una fuente cercana y, después de lavarla, utilizan cuerdas para colgarla en las ventanas del edificio.

BROMAS "Vivimos en unas condiciones execrables", denuncia el joven camerunés. Sin embargo, no pierden su sentido del humor y, mientras hablan con DEIA, no dejan de gastar bromas. "Mirad, esto es el Ayuntamiento y esto la Diputación", afirman señalando dos especie de cubículos que han adaptado como habitación. "Pero están cerrados". Y apuntando a una bicicleta estática añaden: "Y esto es el polideportivo".

Hablan también de lo miserable del lugar y de la soledad que sienten allí. Y hasta en eso encuentran un motivo para la sonrisa. "A veces hablamos con los muertos", bromea señalando la morgue del hospital de Basurto que tienen enfrente.

Su vida en Bilbao está llena de necesidades. Pueden apañarse con las materiales... pero hay otras que les duelen más. Al preguntarles si la gente de Bilbao les trata bien, Abdulai, otro compañero sudafricano, se queda pensativo y mirando a su alrededor afirma: "Somos invisibles".

Abdulai Wai tiene 23 años y lleva ocho meses viviendo en el tanatorio. El joven asegura, mientras limpia concienzudamente sus zapatillas, que lo peor, además del frío, es el hambre. "Lo que hay aquí es una emergencia nutricional. Algunos tienen tarjeta para poder ir al comedor social de Mazarredo y a veces a la vuelta nos traen las sobras. Otras veces pedimos ayuda a nuestros paisanos para poder comer y en ocasiones nos traen alimentos que están a punto de caducar", añade.

Abdulai en consciente de la situación en la que se encuentra y recuerda los peligros que corrió hasta llegar a Bilbao. A pesar de ello, asegura que merece la pena. "Aquí tenemos una oportunidad de futuro", dice el joven sudafricano. "Todos queremos encontrar una vida mejor y dejar todo esto atrás. Queremos estudiar o trabajar e integrarnos en la sociedad. Sabemos que ahora no es el mejor momento con la crisis y todo lo que está pasando, pero salir de esto y no tener que preguntarnos cada día cómo vamos a sobrevivir...", añade Ngoleke.

'Paisanos' Y mientras intentan llevarlo como pueden, piden ayuda a sus paisanos para poder comer porque tienen hambre; amigos con los que un día compartieron lo poco que tenían en ese esqueleto de hormigón. Durante un tiempo también fue su casa y, cuando han logrado mejorar y dejar esa etapa atrás, no olvidan a sus compañeros. La conversación con Abdulai y Ngoleke se interrumpe de repente. Llega un chico con una bolsa de comida. Se saludan efusivamente. Entonces Abdulai explica que el joven vivía antes ahí, pero que "ha encontrado una chica blanca y se ha enamorado". Ahora vive con su pareja, pero no se olvida de los que están peor.

Por su parte, Ngoleke Ebeneger tiene 32 años y es camerunés. Lleva varias semanas viviendo en el armazón de Basurto; antes estuvo en Santurtzi. Siempre en la calle. Reconoce haberse puesto en contacto con el área de Acción Social del Ayuntamiento, que le ha empadronado en Bilbao. También se ha puesto en contacto con Acabiz, la Asociación de Cameruneses de Bizkaia, pero las cosas no están muy bien económicamente y no pueden ayudarle aunque le echan una mano de vez en cuando con lo que pueden. "Me gustaría estudiar, aprender una profesión e integrarme en la sociedad".

Para Abdulai y Ngoleke, como para los 30 paisanos que viven en el tanatorio de Basurto es difícil encarar el día a día porque no saben "cómo vamos a sobrevivir". Todos dejaron sus casas, sus vidas, sus familias y su propia identidad en busca de una vida mejor. "Pasar el Mediterráneo no fue fácil. Pasamos mucho miedo y frío, no teníamos nada con lo que cubrirnos o protegernos ni nadie que nos ayudara. Solo esperábamos que nos protegiera el de arriba", dice Abdulai señalando al cielo. "Ahora no estamos bien, pero mereció la pena por intentar lograr una vida mejor", añade. Entonces, otro paisano le interrumpe y dice: "Eso es lo que sentimos", mientras señala a una pintada en la pared hecha con el carboncillo de una hoguera: Muchos no llegan, se hunden sus sueños. Papeles mojados, papeles sin dueño. Es la letra de una canción de Chambao que han pintado en la pared y que se ha convertido en su inspiración.