Bilbao

CARMEN es toda una institución en Areatza. "Cocina los mejores callos, morros y patas de cerdo del mundo", proclama el panadero del pueblo mientras le deja una baguette sobre la barra del Bar Azul. A sus 83 años, Carmen sigue atendiendo con cariño, maestría y un puntito de descaro la taberna que cogió traspasada por 50.000 pesetas en 1965. Se mantiene al pie del cañón desde entonces. Abre sus puertas a las ocho y media de la mañana y cierra a las diez de la noche cuando dice con energía: "Todos a casa". Y nadie le lleva la contraria "porque yo soy tremenda, tengo contestación para todo". Ya no sirve comidas porque le "cansa cocinar", pero los fines de semana prepara unas gildas muy apreciadas por la clientela. Piensa seguir trabajando "hasta que Dios quiera", a pesar de que sus tres hijos le insisten en que se jubile. Pero ella contesta con rebeldía: "¿Y qué hago yo en casa sola? Me moriría".

Para combatir esa soledad, Carmen pone en marcha el bar todas las mañanas. "Aquí tengo muchos amigos y amigas, les sirvo unos vinos y hablamos de todo", aclara. Así resume su jornada, que no distingue entre laborables y festivos porque abre todos los días de la semana. "Yo trabajo desde que tengo uso de razón", dice orgullosa esta guisandera de la vieja escuela muy querida y reconocida en Areatza. Aunque nació en Deusto, "yo soy tomatera", aclara, Carmen llegó al valle de Arratia cuando apenas tenía cinco años. "Mi madre, Inocencia, era de Castrojeriz, Burgos, y vino aquí a trabajar", recuerda. Tras su paso por el "colegio de las monjas", Carmen comenzó a ganarse la vida desde muy joven. "Ya ni me acuerdo cuáles fueron mis primeros trabajos", dice, "porque estoy perdiendo bastante memoria". Lo que sí recuerda con nitidez fue su paso por la pescadería que regentó en el centro del pueblo. "Aquello era muy duro", comenta, "porque tenía que levantarme muy temprano para estar a las cuatro y media de la mañana en Mercabilbao". A pesar de la dureza del trabajo, Carmen siempre buscó tiempo para divertirse. "Yo, de joven, era muy pingo", dice con una sonrisa picarona. "Siempre me iba con un grupo de amigas y amigos al Último Lunes de Gernika y a las romerías de Urkiola y de todos los pueblos de alrededor". En una de esas romerías conoció a Francisco, "un pan bendito", con el que se casó y fue feliz hasta que falleció con poco más de 55 años. "El pobre", recuerda Carmen, "se puso malo después de unas nevadas en las que tuvo que ir andando hasta Lemona a trabajar, cogió una pulmonía y estuvo tres años ingresado en Santa Marina hasta que murió".

Gastronomía Viuda y con tres hijos, Carmen optó por mirar hacia el futuro con determinación. Se animó a coger el Bar Azul, donde hace 45 años colgaba el cartel de Se traspasa. Lo primero que hizo fue cambiar el color azul de las paredes del bar al que debía su nombre. No tenía experiencia, pero pensó que iba a ser mejor que la pescadería. Así que comenzó a aplicar en el bar sus dotes de buena comunicadora y los conocimientos culinarios heredados de su madre. "Daba comidas y cenas, y cocinaba de todo, pero eso lo dejé hace unos años porque me cansaba". Quienes conocen las artes guisanderas de Carmen le suelen pedir que haga de vez en cuando algunos callos o una sopa de ajo, pero ella se niega. "Ya no estoy para trotes", dice.

Hoy en día se limita fundamentalmente a servir vinos y zuritos y a elaborar los pintxos que pone sobre la barra los fines de semana. "Este es un bar de txikiteo al que viene gente de todas las edades, aunque los jóvenes potean menos que los mayores, además beben más cerveza que vino", explica. Pero a Carmen le da igual. A todos les obsequia con algún pequeño manjar para acompañar el txikito o el zurito. Bien sea unos cacahuetes o unas nueces, siempre tiene algo. Incluso para los más pequeños, que les regala caramelos o globos. Ese ha sido probablemente el factor en el que se ha basado el éxito del Bar Azul, la generosidad de su dueña.

Feliz Carmen ha sido y es feliz detrás de la barra. "La vida es dura", reflexiona, "pero yo he tenido suerte porque tengo unos hijos buenísimos, una nueras a cada cual mejor y la gente del pueblo me quiere". Donde no está tan a gusto es, en su vivienda, que está a pocos metros del bar. "Aquí me entretengo y en casa me aburro sola", sentencia. Apenas ve la televisión, sólo los telediarios, porque del resto "no hay nada decente". Eso le hace tener más tiempo con los clientes, con los que habla y discute de cualquier tema "porque yo tengo respuesta para todo".

Carmen apenas ha salido de Areatza. "Ni he querido", aclara. En una ocasión fue a Benidorm, pero no pudo disfrutar porque se puso mala una de sus acompañantes. Así que no ha vuelto a intentarlo. De lo único que se arrepiente es de no haber sacado el carné de conducir. "Eso sí que me hubiese gustado porque me habría dado independencia para poder moverme por los pueblos, pero cuando quise, ya era demasiado tarde", explica. También tiene una espinita clavada con el euskera, que no pudo aprender lo que ella hubiese querido, porque "las monjas prohibían hablar a las chicas que sabían". Pero eso no le ha impedido comunicarse y transformar el Bar Azul en un txoko.