Por la puerta de atrás entra la emoción clandestina, siempre más intensa que la pasión de las nueve y cuarto o el beso de buenas noches. Hay un nosequé en los amores furtivos, un encanto especial e irresistible que invita a la complicidad cuando no al puro deseo. Aferrándose a ese impulso humano -tan humano como el hambre o la sed, según de qué tipo de humanos hablemos...-, los maestros del vodevil Ray Cooney y John Chapman escribieron la obra Sé infiel y no mires con quién que, adaptada al teatro por Pilar Massa, desencadenó anoche en el Teatro Campos un vendaval de carcajadas. La comedia de puertas que se abren y se encierran, de enredos amorosos en los que uno pierde casi el hilo del argumento, enfrascado en reírse a mandíbula batiente. La obra es un festín para los amantes del lío aunque, tirando del hilo, pueda resumirse con aparente sencillez. En casa de Félix (Jesús Cisneros) y Diana (Yolanda Arestegui, mujer de teatro a la que le llegó la luz de neón de la fama a través de la serie El internado...), la tranquilidad se alborota y desmelena en una remanguillé en la que se ven envueltos el socio de Félix, su mujer, dos amantes inesperados, el decorador de la feliz pareja, la sirvienta o una escritora de cuentos famosa por las peripecias de un lobo. No le faltaba razón al crítico que, en el día de su estreno mundial, dijo aquello de que "si las amantes fuesen suecas, hasta habría un hueco para Andrés Pajares o Fernando Esteso en el reparto".
No están en elenco, donde sí aparecen Isabel Gaudí, Fernando Albizu, Antonio Vico, Encarna Gómez, Marta Flich, Erika Sanz y Aitor Legardón, todos ellos poseedores de una vis cómica que engrandece el argumento de la obra. De sus manos van y vienen los amores, suben y bajan escaleras, entran y salen del salón y todo parece enredarse al igual que hace el sedal tras un mal lance o los cables de auricular, sin saberse cómo. Dan fe de lo que les cuento Begoña Arranz y Carmen Igartua, dos mujeres que ya habían visto la obra en Madrid y volvían para reírse con conocimiento de causa; Matxalen Aizpurua, Gontzal Zarate, Arturo Trueba, Marino Montero, Elena Marsal, Inmaculada Uralde, Aitziber Mendibelzua, Josu Agirre, Juan Carlos Sánchez, el extraordinario espectador, Nicomedes Chartalina, Carlos Serrano, Magdalena Ruiz, Mariví Santos, Cristina Machado, Jon Urrutia, Ibai Ortega y un sinfín de espectadores que no perdieron la ocasión de desmelenarse de risa.
Por el patio de butacas se movía, antes de la función, Iñaki Astigarraga, controller del teatro. A su lado pasaron Sol Epalza, Reinaldo Llorca, Erika Sendra, María Eugenia Respaldiza, Elisa Llorca, Miguel Aiestaran, María Jesús Etxebarria, quien acudió en compañía de Begoña Muñoz, Carmen Sagredo, María Ángeles Pastor y Esther Olaizola; María Ángeles Gorostiaga y un buen número de asistentes que se sumergieron en un mundo hoy irreal: el del humor en tiempos de cólera como los que vivimos, dicho sea con permiso del dragón de Aracataca, Gabriel García Márquez.
La risa como curapupas, como sanalotodo en los tiempos duros debiere ser estudiada en los laboratorios. No es nociva para la salud y su efecto es contagioso, con los que basta unas pocas cepas del virus del buen humor para propagar una epidemia. Contra los malos humos y los días retorcidos como el alambre de espino se levantan obras como las de ayer, capaces de invocar por un par de horas al dios de la carcajada y hacer que aparezca cuando más se le necesita.