No fueron 25, que son los años de carrera que festeja Mikel Urdangarin, sino 15 las canciones –a modo de velas– que el cantautor zornotzarra nos sopló al oído en Abandoibarra en el arranque festivo del escenario y rodeado de amigos, algunos presentes y otros en espíritu, encima y debajo del escenario. Quien puso el subrayado sinfónico a clásicos como Munduari begiratzeko, Kideari o Non geratzen den denbora fue la Bilbao Orkestra Sinfonikoa (BOS), que propulsó la emoción de estos himnos de la música popular euskaldun mientras Mikel flotaba como en un sueño.

En los tiempos de crisis, individual o social, los hombres de buena voluntad y generosidad deben ser capaces de festejar. Cuestiones políticas aparte, JFK dio en la diana cuando soltó la frase. Y en ello está Mikel, arrancando la celebración de su primer cuarto de siglo como músico con el espectáculo Badena eta ez dena, que se convertirá en disco en otoño y donde la BOS pone rúbrica orquestal a 14 composiciones clásicas del músico y a una inédita, a la vez que celebra también su centenario.

El de Abandoibarra fue el primer concierto conjunto entre ambos. 100/25 BOS–Mikel Urdangarin– es el nombre de este proyecto, que se convertirá en el disco Badena eta ez dena en otoño. La vida, casi siempre, nos muestra lo que es y lo que no. Y el concierto nos confirmó lo evidente, que Mikel no es solo presente y futuro, sino historia ya, forjada a la estela del folk euskaldun clásico y emotivo de, por ejemplo, Benito Lertxundi.

Tras calentarse la BOS con una obertura cinemática que alternó la lírica y la épica, Mikel citó a su actualidad con Hiru ahizpatik bigarrena tras un sentido ‘Gabon, Bilbo’. Entró fuerte, con la canción más emotiva de su último disco, grabada desde el lugar metafórico de los delfines, en pandemia, cuando todos nos encontrábamos perdidos; él, además, añorando la muerte de su ama, Miren Sorkunde, “la más guapa”, cantó.

La celebración cobró sentido al virar después hasta el inicio de su carrera, a su debut, Haitzetan, cuya desnudez original vistió con brío la orquesta, dirigida por Iker Sánchez Silva antes de sacar un imaginario lienzo que nos dibujó Itsasoan euria, con una arrope lírico de los maestros que caló a los 2.000 asistentes, la mitad cómodamente sentados. Mikel, ya maduro, con bigote y mosca encanecidos, se sobrepuso a los nervios y mostró siempre una voz en forma, delicada en la rareza Hauskor, con la BOS crecida, o la folk Aigan iralean, introducida por el pizzicato de los violines y con aires de vals.

Mikel Urdangarin junto a la BOS. Oskar Gonzalez

Estreno

Y llegó el estreno de la noche, Kontatu berriz, único original del concierto y del futuro disco, con letra de Kirmen Uribe y la orquesta conjuntada en cuerdas, metales y percusión, cada sección jugueteando en preguntas y respuestas. Mikel, casi siempre con los ojos cerrados y con una mano al micrófono y la otra cerca del corazón o dibujando al aire, rescató a una de sus primeras y más queridas hijas, Bazkalosteko kafea, antes de que los metales buscaran protagonismo en Egun argia y el ritmo orquestal juguetón se adueñara de Anek idatzi dit zutaz, con referencias a Bilbao y a amores pasados con un “gora gora” final propulsado por la percusión.

La recta final fue un carrusel de emociones, que el público vivió respetuoso hasta la devoción desde Badira hiru aste, esa “canción de felicidad” dulce y de melodía redonda que la BOS calcó, lírica, en su puente, entre reivindicaciones a persistir en los sueños. Luego llegó Munduari begiratzeko, con trompeta expresiva y otra letra Uribe, alejado de Nueva York por vacaciones, presente entre el público y al que se dirigió, “halagado”, Mikel. Sonó entre defensas al euskera y agradecimientos a la BOS, su director y a Bingen Mendizabal y al teclista Koldo Uriarte, responsables de la mayor parte de las orquestaciones del concierto, que subieron al escenario.

Mikel dejó el ramo de flores que le ofreció la diputada Lorea Bilbao y, entre amigos, nos hizo temblar con Kideari, con los arreglos de Fernando Velázquez que estrenó la BOS en Ura bere bidean y un “laruralela” que el crescendo orquestal llevó a la voz del cantante a su punto más alto de profundidad. Y borracho de felicidad, terminó su sueño con Non geratzen den denbora, su mejor melodía –sí, rectifico–, con las cuerdas arropándola y los metales marcando el ritmo. El fin de la celebración llegó entre amigos y abrazos, arriba y detrás del escenario.