EL histórico y bello edificio del Banco de Vizcaya, enclavado, con su aire palaciego, en el corazón de la plaza circular fue derribado y las crónicas de la época reseñaban, incluso, el avistamiento de ovnis en Bilbao (en la carretera hacia León, en Gallarta...), un fenómeno en auge en la época. Se hablaba del advenimiento de un nuevo mundo no solo aquí, en un Bilbao que aún no intuía el gran ciclón que se llevó por los aires los jugoso frutos de la revolución industrial de principios del siglo XX, sino en el mundo entero. Hablamos de 1968, uno de los años con más renombre en ese mismo siglo, espolvoreado de guerras y adelantos tecnológicos, de avances científicos y de explotaciones que partieron el mundo en dos, no solo por los efectos de aquel telón de acero que dividía la tierra en dos maneras distintas de afrontar la vida sino también por esa otra zanja más cruel, la de los países ricos, desarrollados, y la de un tercer mundo que se moría de hambre.
Desde la muerte del Ché y la revuelta estudiantil del mayo francés, hasta la llamada primavera de Praga y la revolución cultural china; la ofensiva guerrillera del Tet en Vietnam y las protestas contra dicha guerra con el movimiento jipi y el festival de Woodstock; desde la conquista de la luna hasta la aparición de los primeros ordenadores en red, llamados a cambiar el mundo. Si existe un año en el siglo XX que pueda significar la síntesis de lo que fue la centuria este es 1968. Una serie de eventos que acontecen en ese año resultan de gran importancia. Unos aparecen como resultado de cierta acumulación histórica, otros son significativos por la serie de consecuencias que acarrearán, otros más muestran ser expresión y síntoma de las hondas contradicciones que atraviesan el siglo.
En ese paisaje revolucionario y convulso se enclava la historia que hoy nos ocupa. La situación de Bilbao cambió de manera drástica a partir de la Revolución Industrial. Desde finales del XIX y durante casi todo el siglo XX, la presencia cercana de minas de hierro transformó la ciudad y sus alrededores en un importante foco productor siderometalúrgico, convirtiendo los márgenes de la ría del Nervión en uno de los ejes industriales más importantes de la época. Hasta el siglo XIX, Bilbao era una villa pujante pero pequeña, con un puerto protegido que servía de conexión entre Castilla y el mar. El llano junto a la ría del Nervión no era muy extenso, rodeado de colinas por todos sus lados, pero suficiente para alojar a toda la población.
Esta frenética actividad económica fue el origen del crecimiento exponencial de la población: de los 35.000 habitantes de 1870 se pasó a 405.000 un siglo después . Hasta la Guerra Civil, el proceso de intervención urbana era más o menos controlado: las viviendas de obreros de Iralabarri vinculadas a Harino-Panadera, el programa de Casas Baratas desarrollado en toda la cuenca del Nervión hasta 1936... Eran ejemplos de búsqueda de soluciones habitacionales que garantizaban unas mínimas condiciones de habitabilidad para la población que llegaba en oleadas. Bilbao crecía de manera exponencial y se hacía necesario encontrar la fórmula para dar cobijo al efecto llamada de un progreso que parecía detenerse a pastar en estos campos de la villa.
El fuerte crecimiento industrial a partir de 1959 provocó la necesidad de una gran intervención del gobierno en materia de vivienda, promoviendo en Bilbao tres grandes actuaciones urbanísticas: Begoña, Txurdinaga y Otxarkoaga . Es precisamente en este último barrio periférico de Bilbao donde intervienen un grupo de jóvenes arquitectos, algunos de ellos recién salidos de la Escuela de Arquitectura, como Juan Madariaga, Luis Saloña, Martín de la Torre, Esteban Argárate, Julián Larrea o Rufino Basáñez, entre otros, para luchar contra la proliferación de chabolas. Nadie como Jorge Grau lo relata menor en aquel documental de 1961 llamado Ocharcoaga. Allí se ve la dramática situación de numerosas familias que se hacinaban en las innumerables laderas que rodean Bilbao.
Ese fue el punto de partida. En 1963, el Ayuntamiento de Bilbao convocó un concurso para la construcción de un conjunto de 227 viviendas en el barrio de San Ignacio. El concurso fue ganado por el joven Rufino Basáñez junto con los compañeros Esteban Argárate y Julián Larrea (con los que había coincidido en Otxarkoaga). Las viviendas también eran mínimas y el presupuesto también ajustado (como en Otxarkoaga), pero eso no fue un obstáculo para proponer una arquitectura de calidad.
Ganaron aquel certamen unos jóvenes arquitectos que habían empezado su carrera en los polígonos de Otxarkoaga. En este caso, la propuesta fue una reinterpretación de la Unité d’habitation que había construido Le Corbusier una década antes. Ese era el espejo en que mirarse. Recuerdan los informes arquitectónicos de la época que La Unité era una ciudad en sí misma, con una compleja ordenación de usos que nunca funcionó demasiado bien, con una calle comercial situada en una planta intermedia y unos equipamientos comunitarios situados en la azotea. Bilbao no llegó a tanto.
Le Corbusier propuso una calle interna, longitudinal, que daba servicio a viviendas a cada lado para un bloque de gran fondo. En Bilbao, los largos pasillos que dan servicio a las viviendas también en dúplex se sacaron al exterior, lo que propició su sobrenombre popular, las casas americanas. El estilo de vida americano que tanto se admiraba allende sus fronteras despertaba ilusión en la ciudadanía. Aunque el nombre proviniese más de los usos arquitectónicos de aquel continente que de la forma de vida. Era una novedad en tiempo de novedades.
Las casas americanas se finalizaron, como habrán intuido, en 1968, convirtiéndose desde ese mismo momento en una propuesta radical y única dentro del urbanismo de la época. Y al igual que la propuesta de Le Corbusier fue incomprendida (“Los arquitectos se quejaban de que el proyecto transgredía las ordenanzas, los médicos pronosticaban dolencias mentales en los futuros usuarios”), las casas americanas nunca han sido comprendidas. El racionalismo de la construcción llegó a considerarse como hijo del brutalismo.