GARBIÑE fue noticia el pasado mes de noviembre cuando se supo que había sido elegida por Barceló Hotels & Resorts para disfrutar de un estancia, gratis total, en la Riviera Maya. Ella fue la primera sorprendida. No sabía nada. Quien sí conocía los entresijos de la trama era su hija Eider, que se presentó sin comentárselo a un curioso concurso convocado por la cadena hotelera a través de las redes sociales. Únicamente había que contestar a una pregunta para participar en el concurso. “¿Quién crees que se merece el viaje de su vida y por qué”. Eider respondió en pocas palabras que su madre nunca había salido del país, que nunca había estado en un hotel y que sólo tenía tres días de vacaciones al año. El jurado eligió a Garbiñe de entre más de 1.000 solicitudes de 26 países. Así que en menos de una semana tuvo que sacarse el pasaporte y comprarse “ropa de playa”, aunque en un principio dijo que no iba. “Me entró el agobio porque yo soy una persona con mucho sentido de la responsabilidad y pensé que no podía cerrar la tienda una semana”, recuerda ahora, cuando ya ha disfrutado de la experiencia. Al final aceptó la invitación. Lo hizo cuando vio llorar a su hija por su negativa a viajar, cuando había puesto tanta ilusión en la iniciativa de Barceló. Se fue con su amiga Cristina, que ya había estado en ese paraíso del Caribe. Y la experiencia no pudo ser mejor para Garbiñe. “Fue maravilloso”, dice, “nos trataron como reinas”.
El viaje de Garbiñe sirve de excusa para conocer la historia de esta mujer trabajadora nacida hace 59 años en uno de los barrios altos de Bilbao. Allí se crió “cuando sólo había una acera, dos portales, campas, una fuente, caseríos y alguna chabola”, recuerda, y allí sigue viviendo. Precisamente, en la única calle que había en el barrio, Araneko Kalea, nació y comenzó a ayudar a su madre desde pequeña “en la primera tienda de comestibles que hubo en Arangoiti”, dice orgullosa. Esa misma tienda, donde también existió “el primer teléfono del barrio”, ha acabado por convertirse en el “Kiosko de Garbiñe” tras haber sido también papelería y un A partir de. Lo único que no ha dejado de vender, desde que la abrió en 1979, han sido periódicos y revistas. Así que está sufriendo en sus carnes el declive que están teniendo los medios de comunicación escritos en papel. “Lo tenemos muy mal los vendedores de prensa”, dice, “porque los jóvenes no compran el periódico”. Quizá por eso Garbiñe no se puede permitir el lujo de librar ni un solo día a la semana. “Esto no da para tener a otra persona”, dice. Así que su único objetivo, por ahora, es mantenerse hasta que le llegue la edad de jubilación o “que me toque la lotería”. Si eso sucede, ¿qué haría? “Montar una tienda de flores, que es lo que verdaderamente me gusta”, contesta. Se refiere a flores de tela, que ella misma confecciona y vende en el kiosko. “Lo primero que haría sería formarme en la confección de flores y luego montar la tienda”. ¿Seguiría en el barrio? “Sí, por qué no, además hoy en día con Internet y una buena publicidad se puede vender a cualquier parte”. Pero eso son ensoñaciones. Garbiñe es realista. Prefiere vivir el momento y recordar los días tan felices que pasó en la Riviera Maya. “El trato fue maravilloso”, dice, “y no nos teníamos que preocupar de nada porque nos llevaban de un sitio a otro”. Conocieron las “impresionantes instalaciones que allí tiene Barceló, que era todo limpieza y pulcritud, y una playa, que se llama Diamante negro, a la que me gustaría volver”.
Hotel No era la primera vez que se subía a un avión, pero sí su bautismo hotelero. “Yo sólo había viajado en avión a Alicante para ir a Torrevieja, donde tenía un piso, y lo hacía así porque era la única forma de viajar con perro, pero lo que nunca había hecho era estar en un hotel”, confiesa. “Yo cambiaba el fregadero y el aspirador de Arangoiti por los de Torrevieja”, dice con ironía. Tampoco había disfrutado en los últimos años de un periodo tan largo de vacaciones, siete días. “Siempre he estado aquí, en la tienda”, comenta, con sus clientes de toda la vida, que “son gente excepcional”. Su tienda también ha sido una de las mejores atalayas para ver cómo se ha ido transformando el barrio. “Ya no tiene nada que ver con lo que yo vi cuando era niña”, dice, “antes era más familiar y ahora, que ha crecido tanto, todo es más distante”. Lo que sí reconoce es que “los servicios son mejores”, aunque reprocha “nos han quitado el ascensor de Araneko”. Un ascensor en el que bajaba a Deusto “y se me taponaban los oídos de la presión por vivir tan alto”.