Se palpaba en el ambiente que era un día especial. La iluminación navideña y la inusual cantidad de niños que transportaba el metro a media tarde en las estaciones cercanas a la Gran Vía bilbaina, el corazón de la capital vizcaina, hacían presagiar una experiencia que, posteriormente, se confirmaría como mágica. Aitites y amamas acompañando a sus nietos, aitas y amas saliendo a la carrera del trabajo para llegar a tiempo con sus hijos. El carbonero más famoso y entrañable del mundo estaba a punto de llegar a Bilbao y nadie se lo quería perder.

La colosal Gran Vía estaba abarrotada a ambos lados de la carretera. Miles de niños expectantes, sobre los hombros de sus entregados aitas y amas, siempre fieles a la magia de Olentzero, Mari Domingi y todo su séquito. El barbudo apareció puntual a su cita, con su inconfundible blusa, su chaleco, el gerriko y las abarkas, encantando por semejante recibimiento. El año se ha hecho largo pero Olentzero ya está aquí. Entregado a la causa pese a todo el trabajo que le espera esta noche. “Kaixo lagunok!”, saludó a sus emocionados fieles desde el balcón del Arriaga, punto y final de un travesía de casi una hora, tiempo que le llevó atravesar el centro de la capital vizcaina.

La plaza Moyúa fue el punto de partida de la kalejira, donde se agolpaba un gran gentío instantes antes de la seis de la tarde. Copada por una legión de niños que no paraban de gritar: “Olentzero! Olentzeroooo”. Todos querían captar su atención. Sin embargo, a lomos de su inseparable y gigantesco pottoka era muy difícil que les oyera. Pese a todo, no dejó de saludar amablemente a todos y cada uno de los niños que, cargados de ilusión, le siguieron en su camino hacia el Teatro Arriaga. “Mira Izan ahí viene, salúdale”, animaba Nerea, a su hijo, con los ojos como platos cuando al ver pasar por delante a Olentzero. No en vano, se ha pasado todo el año intentando portarse bien esperando este momento. “Sabe que si no lo hace le traerá carbón y eso no quiere”, afirmó Nerea mientras Izan negaba con la cabeza.

Como ningún niño quiere quedarse sin regalo, Olentzero llegó a la capital acompañado de un gran séquito de colaboradores. Fieles amigos que llenaron de fantasía la villa y le ayudaron a transportar todos los regalos que tiene previsto entregar esta noche.

Un grupo de animosos zanpantzarrak anunció su llegada, seguidos de los galtzagorris y de unos pícaros duendecillos que dieron un gran colorido con su espectáculo pirotécnico mientras serpenteaban toda la kalejira y recogían las últimas peticiones de regalos de los txikis. Algunos iban sobre Tiobibo, una colorida atracción en la que todo el mundo deseaba montar.

MARI DOMINGI Detrás, elegante y sonriente como siempre, Mari Domingi deslumbró a todos los asistentes subida en su espectacular oca y también el inseparable Basajaun. Su presencia era el preludio de la llegada de Olen-tzero. “Mira, aquí está Mari Domingi y ya verás cómo detrás viene Olentzero”, exclamaban aitas y amas, mientras una nube de cámaras de fotos retrataba la escena. “Corre grítale lo que quieres para que te lo traiga”, le decía Iker a su hijo Ander, deseoso de estrenar una bicicleta estas navidades.

“Horra! Horra!/Gure Olentzero! /Pipa hortzetan duela /eserita dago”, cantaban a coro cientos de niños, animando al carbonero para llamar su atención. Algunos emocionados, no podían contener las lágrimas. “Esta noche hay que descansar bien que mañana os espero a todos”, exclamó Olentzero.

Todo el cariño recibido llevó a Olen-tzero en volandas hasta el Arriaga, donde le esperaba otra legión de pacientes seguidores para verle de cerca. Los galtzagorris se marcaron un divertido baile y los duendes encendieron sus coloridas bengalas. El “Hator, hator mutil etxera...” llenó de magia la noche y Mari Domingi, con algunos problemas para bajar de su oca, esperó la llegada de Olentzero. Él no les decepcionó y respondió con afecto. “Otro año más estáis aquí, muchas gracias, ya me conozco las caras de casi todos. Ahí está Mikel, Naroa y, Asiertxo, tu tampoco has faltado”, exclamó. Quienes también aguardaron pacientemente su llegada fueron el alcalde de Bilbao, Juan Mari Aburto, y la concejala de Fiestas, Itziar Urtasun. Olentzero les entregó un regalo y Aburto la makila. Y es que, por un día, quien verdaderamente mandó en Bilbao fue Olentzero. Acto seguido, agradecido por tanto cariño se retiró a descansar. Hoy tiene mucho trabajo y no puede fallar.