Quién es el Marquina que aparece en uno de los cuatro medallones de la fuente del parque de Doña Casilda de Iturrizar? Es la pregunta que se han hecho durante decenas de años muchos bilbainos al pasar ante una de las fuentes más representativas que tiene la villa junto a las del Paret y a las de las calles Jardines e Iturribide, en el Casco Viejo. No hay duda sobre la identidad de sus tres compañeros, tres prohombres de la localidad, pero existe duda en torno al tal Marquina. El monumento en cuestión, situado frente al Museo de Bellas Artes, cumple ahora su primer siglo de vida activa.

Hay quienes apuntan hacia Eduardo Marquina, el famoso dramaturgo de principios del siglo pasado, pero tal afirmación carece de sentido si analizamos las circunstancias que rodean a la ejecución de la obra. De momento, el misterio está servido.

Las bocas de los murciélagos

Cuando de niños, cansados de andar en aquellas prehistóricas bicicletas y triciclos que se alquilaban en el kiosco inmediato, íbamos a saciar nuestra sed a la fuente, lo hacíamos con cierta prevención por eso de que sus cuatro grifos están situados en las bocas de sendos murciélagos de bronce. Teníamos que acurrucarnos entre las negras alas de estos voladores para poder beber y eso, en la infancia, daba cierto yuyu.

Han pasado los años, y la fuente del parque sigue ofreciendo la fresca agua de Bilbao con la misma generosidad que lo hacía hace un siglo. Y es que el monumento en cuestión está de aniversario al cumplir estos días nada menos que cien años.

El proyecto inicial de la fuente correspondió al arquitecto Ricardo Bastida en su plan de construcción de un soberbio parque para Bilbao que incluía también una gran cascada de agua que finalmente no se ejecutó. Contó para ello con varios gremios que empezaron con la tarea en 1911, sobre todo los ingenieros Gamboa y Domingo, que cuidaron de la base de hormigón armado, y los canteros Benito Zumalde y Domingo Castañares, encargados de llevar a cabo la estructura básica de la obra. Sobre ella, trabajaron luego los especialistas en fontanería y desagües a las órdenes del arquitecto-jefe de Construcciones Civiles, Ricardo Beraza. Fue, por tanto, una obra complicada en cuya ejecución se emplearon cuatro años.

Bastida cambió Bilbao

En 1907, Ricardo Bastida fue nombrado arquitecto-jefe de Construcciones Civiles del Ayuntamiento de Bilbao. Estuvo en el cargo veinte años, y durante este tiempo fue el principal artífice del cambio que se operó en la villa, a la que vistió con las mejores galas arquitectónicas derivadas de su pasión por las corrientes modernistas de los secesionistas vieneses Otto Wagner y Josef Olbrich. Basta citar como ejemplo los lavaderos municipales de la Alameda de San Mamés y de la calle Castaños, el Centro de Desinfección y el Salón Olimpia con sus puntos de art-nouveau, sin olvidar la Sala Cuna de Urazurrutia, la Alhóndiga, el propio parque de la villa junto con el ingeniero Juan Eguiraun, los grupos escolares del maestro García Rivero, Indautxu e Iturribide?

Pero no solo se distinguió con edificios suntuosos como las casas de Lezama-Leguizamón y Power en la Gran Vía, sino que también lo hizo con otros de tipo social, como los grupos de viviendas de Torreurizar y Torremadariaga. Bilbao despertaba hacia tiempos nuevos y Bastida fue el artífice del modernismo local. Posiblemente, sus obras máximas correspondan a las sedes centrales del Banco de Bilbao en Madrid y Barcelona.

La inauguración de la fuente

La fuente del parque se inauguró en la mañana del 6 de julio de 1915. Los periódicos se limitaron a transcribir la que, al parecer, fue una nota informativa del Ayuntamiento. Todos coinciden en un contenido similar a este: “Se descubrió la fuente monumental del parque. Efectuó la ceremonia el alcalde señor Marco-Gardoqui acompañado por los arquitectos Bastida, Beraza y Goicoechea, los ingenieros Manjón y Suárez? El alcalde dio agua a la fuente felicitando a Bastida, autor del proyecto. Asistieron muchos curiosos”.

Lo que vieron aquellos interesados fue algo más que una fuente: todo un monumento digno del condicionado que había dispuesto Bastida. La admiración que despertó entonces es semejante a la que provoca hoy. Tiene un edificio vertical sobre dos plataformas planas a modo de escalones de leve altura, formado por un núcleo central en torno al cual hay cuatro frentes perfectamente diferenciados por sendos pozos situados en direcciones opuestas, dos a dos. El agua mana de cada uno de los grifos que salen de la boca de unos murciélagos que parecen protegerlos con sus alas medio extendidas. Sobre cada uno de ellos se sitúan dos columnas que sujetan la corona de la estructura total.

Las fuentes se alternan con sencillos asientos en cuya parte superior existen cuatro medallones en bronce con las efigies de otras tantas personas, bajo las cuales están sus nombres. Tres de ellos son fácilmente identificables: Hurtado de Amézaga, apellido de una distinguida familia, cuyos vástagos florecieron en Bilbao durante los siglos XVII y XVIII, sobresaliendo principalmente Baldomero, síndico de la villa en 1661 y más tarde marqués de Riscal. Otro medallón está a nombre de Gardoqui, apellido que ostentaron tres ilustres de la historia local, pero que en esta ocasión, por el capelo que luce el retrato, corresponde al cardenal Francisco Antonio Javier Gardoqui de Arriquíbar, gran predicador que llegó a ser secretario del Papa Pío VII, del que consiguió que otorgara el título de basílica a la bilbaina iglesia de Santiago.

El medallón a nombre de Arriquíbar representa, sin duda, a Nicolás de Arriquíbar y Mendoza, un notable comerciante y gran economista del siglo XVIII. Formó parte de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País y fue presidente del consulado de Bilbao.

A las efigies de estos tres ilustres bilbainos se une la de un tal Marquina, al que algunos historiadores han identificado como el poeta y dramaturgo catalán Eduardo Marquina (1879-1946). Me atrevo a decir que se trata de un error por varias razones: No era bilbaino ni tenía nada que ver con nuestra historia; su etapa vital no corresponde ni con mucho a las de sus compañeros de monumento y, sobre todo, el personaje del cuarto medallón luce una larga melena hasta los hombros por donde le asoma la tirilla-cuello de lo que puede ser una casaca, aspecto totalmente distinto del que ofrecen las fotografías del literato. ¿Quién es, por tanto, este Marquina?