Bilbao
Eslabón retirado de una saga de pelotaris y nacido en Fernández del Campo, en el mismísimo cogollo de aquel Bilbao sucio rociado por el sirimiri de octubre a mayo, Jesús Azurmendi golpea el olvido contra el frontón de la memoria y se ve de niño, jugando a la pelota o al fútbol, en las calles Elcano y Euskalduna, abstemias de tráfico. "Cada veinte minutos pasaba un coche. Parabas, pasaba y seguías jugando", se recrea, y uno se imagina a este hombre de 65 años medio siglo atrás, chutando un balón en pantalones cortos.
En una céntrica cafetería, mientras degusta pausado un tinto, el poso de su infancia sale a flote. "Como mi padre era el intendente del frontón Euskalduna, prácticamente me he criado allí, entre el frontón y la calle". En la suya este hombre, que debutó como profesional y tuvo que abandonar la pelota por una lesión en la mano, no paraba más que para dormir, por el trasiego de tranvías. "Por Fernández del Campo pasaban el 6, que iba de Atxuri a Indautxu, y el 10, que iba de Atxuri hasta Iralabarri", detalla. También se acuerda como si fuera ayer de los domingos que iba a ver jugar al Athletic a San Mamés. "Íbamos a lo que llamaban el triangulito, donde dejaban entrar a los chavalitos. Los partidos empezaban a las tres, porque no había luz artificial, y a la una y media ya estábamos allí para coger sitio", saborea.
Eran los tiempos en los que nadie tenía reparo en tocar el picaporte del vecino para pedirle prestado un vaso de aceite o una taza de arroz. "El trato era muchísimo más familiar. Nos preocupábamos más por los vecinos. Ahora hay excepciones, pero normalmente cada uno va a su aire", reconoce y rescata de entre sus recuerdos sepias la figura del sereno, "un hombre alto y flaco". También merodea por su mente "una señora que se sentaba en la plaza Arriquibar con un sombrero verde. Decían que estaba medio pirada. Siempre estaba mirando a una tienda de ultramarinos que había en la esquina de la calle Concha. Decían que estaba enamorada del tendero. Decían, tampoco lo sé", se escuda una y otra vez con cautela, como si a estas alturas alguien fuera a pedirle cuentas.
De su paso por el Instituto Unamuno, donde estudió ocho años, se le quedó grabada otra cara. La de Aurelio, el jefe de bedeles. "Tenía mala leche, pero era muy majo", matiza y describe las aulas de techos estratosféricos, la derribada pérgola, los frontis para jugar a pelota, la puerta de hierro enfrente de Correos. Ni siquiera olvida la campana con la que tocaban a clase desde el patio, ahora mordido "para hacer un aparcamiento", ni la Alhóndiga de los vinateros. "Tenían que haber hecho ahí el frontón, a Miribilla no va a ir nadie", aventura quien otrora fue profesor de pala y ayudante de intendente.
"El bar JK era mi segunda casa" Afable y dispuesto, Jesús se presta a pasear, sin mover un pie, por las calles de su juventud. "Las aceras eran más estrechas, las casas estaban menos arregladas, la circulación prácticamente no existía...", comienza a relatar como si planeara sobre la ciudad. "En Fernández del Campo estaban los almacenes de alimentación Ruiz Gómez. Enfrente tostaban cacahueses. Había seis o siete tiendas de ultramarinos", afina la lupa. "Al lado de mi casa estaba el cine Albéniz, que ahora es un gimnasio. En Egaña estaba el Ideal Cinema, que tenía un patio de butacas terrible. Echo de menos un cine grande. Prohibiría comer y beber en las salas. La única manera de ver tranquilo una película es ir de noche, un día laborable, en versión original subtitulada".
Sin necesidad de colocarse unas gafas 3D, este bilbaino "del centro" evoca negocios ya extintos. "El primer coche que tuve, un seiscientos a medias con mi hermano, lo dejaba aquí, en el garaje Elcano", dice y uno, que no ve ni rastro del desaparecido aparcamiento, duda por un instante de si Jesús no se habrá teletransportado realmente al pasado. El callejero imaginario, como no podía ser de otra manera, hace parada y copa en un par de locales emblemáticos. "Me acuerdo del primer pub que pusieron en Elcano, se llamaba La Picota, sería sobre el 76 ó 77. Fue bonito", asegura, sin ahondar en detalles.
Mención especial merece su campo base. "Durante muchos años mi segunda casa fue el bar JK, que estaba en Iturriza. Los dueños eran muy amigos míos. Como murieron y el bar está cerrado, tomé otros derroteros", explica este soltero que llegó a contar "en Fernández del Campo, entre Concha y Hurtado de Amézaga, hasta nueve tabernas. Pero no había jaleo", aclara. Y si lo dice, será por algo.
Puestos a contar desgracias, tralará, no pasa por alto la riada del 83. "Esta parte no sufrió, pero estuvimos sin luz y teléfono. Yo estuve en el Casco Viejo limpiando la tienda de un amigo. Nos dieron de comer y hasta la inyección del tétano, aunque cuando ya teníamos heridas por todos los lados", comenta. Su particular crónica negra la protagoniza "el dueño de una pensión que se tiró de un cuarto piso, después de haber apuñalado a tres chicas. Oímos los cristales y ya había tele, o sea que tuvo que ser por los sesenta".
Convencido de que si le tocara la primitiva se iría "a una casa mejor en la Gran Vía", en vez de a un chalé, lleva a gala ser de "Bilbao Bilbao". "Clemente cuando entrenaba decía: Cuidado, que soy de Bilbao. No, majo, tú no eres de Bilbao, eres de Barakaldo. Aunque dicen que los de Bilbao nacen donde quieren", zanja, cómo no, con una bilbainada.