Si hay una costumbre muy nuestra esa es la de dormir la siesta. Descansar un rato después de comer, en el sofá o en la cama, nos sirve para recargar pilas, sobre todo en los calurosos meses de verano o después de una comida copiosa.

La palabra siesta procede del latín sexta, que se refiere a la sexta hora del día. Los romanos dividían el día en períodos de luz de 12 horas, y la sexta hora del día corresponde en España con la 1 de la tarde en invierno y con las 3 de la tarde en verano.

Allá por el siglo VI, San Benito instauró una norma para que los monjes pudieran cumplir fielmente con sus deberes y estableció un horario en el que la sexta hora correspondía precisamente al descanso, y de ahí viene la tradicional siesta.

La siesta ideal, según los expertos, debe ser en el sofá, no en la cama, y debe durar entre 15 y 30 minutos. Con ese tiempo obtendremos un descanso reparador sin profundizar demasiado en el ciclo del sueño. Dormir más tiempo hará que entremos en fases más profundas del sueño lo que provocará que nos despertemos aturdidos y nos cueste más reanudar la actividad.

Busca un lugar cómodo, poco iluminado y lo más silencioso posible y aprovecha para echar la siesta el periodo de somnolencia máxima que se produce entre las 13.00 y las 16.00 horas. Nunca deberíamos dormir más tarde de las 15.00 horas, ya que podría afectar a nuestro sueño nocturno.

Siesta y café, ¿una buena combinación?

Si quieres descansar y estar doblemente activo después de la siesta, aunque parezca contradictorio, los expertos recomiendan tomarse un café justo antes de la cabezadita. El sueño, por un lado, servirá para mejorar nuestras funciones físicas y cognitivas y el café actuará justo cuando nos despertemos, ya que desde que se toma hasta que hace su efecto pasan más de 30 minutos.

Estas siestas cortas, que se han popularizado a nivel internacional como power nap (siesta energética), tienen muchos beneficios entre ellos aumentar la concentración y el rendimiento, elevar la capacidad de aprendizaje, memoria y creatividad, subir el estado de ánimo y reducir el estrés e incrementar la energía durante el día.

A partir de un estudio de la Universidad de Michigan se demostró que, las personas que duermen siestas de un máximo de 30 minutos al día, se esfuerzan más y se frustran menos ante problemas difíciles que aquellos que evitan dormir siestas.

Por ello, cada vez son más las empresas que se suman a la iniciativa de adaptar espacios especiales dentro del área de trabajo para que los empleados puedan echar una cabezadita y mejorar así su rendimiento laboral. Al carro de la siesta se han subido ya marcas como Google, Nike o Uber y dan buena cuenta de sus beneficios.

Desmontando los mitos sobre la siesta

Decir que España es el país con mayor afición a la siesta no es cierto y es un tópico que puede tener los días contados. Alemanes, italianos e incluso británicos nos llevan ya ventaja. Casi un 60% de los españoles asegura que no duerme nunca la siesta, mientras que solo el 18% dice tomarla alguna vez.

El origen de la siesta en España puede estar en sus horarios laborales, como es el caso de la jornada partida, y en el hecho de que, después de la Guerra Civil, muchas personas tuvieran que trabajar mañana y tarde en dos empleos distintos para poder subsistir. Esta organización del trabajo dejaba dos horas de descanso entre la ocupación matutina y la vespertina que muchos aprovechaban para dormir un rato.

Otro de los mitos en torno a la siesta es que dormir después de comer engorda. Los expertos lo desmienten al asegurar que durante el sueño liberamos una hormona llamada leptina cuya función es transmitir sensación de saciedad. Puntualizan que la siesta es demasiado corta para interferir en procesos metabólicos, por lo que, a pesar de las leyendas, ni engorda ni adelgaza.

Así que ya los sabes, mientras en España sigamos trasnochando más que el resto de nuestros vecinos europeos, nunca nos vendrá mal echar una cabezadita después de comer para reponer fuerzas. Eso sí, si pretendemos que la siesta sobreviva a este siglo XXI, alguien deberá darle una vuelta y hacerla más compatible con la actual cultura del trabajo.