Pero lo mismo que decimos lo anterior, que justificamos los altos salarios en origen que sostienen el tinglado, añadiremos que los actores, los que se visten de corto, tienen que ganarse necesariamente, día a día, semejantes jugosos emolumentos. Los propietarios de los clubes, sean accionistas o socios como el Athletic, tienen derecho a exigir un rendimiento continuado a quien se ha hecho acreedor a un 'pedazo de contrato'. Y ahí está, sí, la cuestión de las cláusulas por objetivos, no por manida menos procedente.

Ninguna duda cabe de que las relaciones laborales entre trabajadores/deportistas profesionales y empleadores/clubes pueden sujetarse, a la hora de definir la retribución de los servicios prestados, a condiciones vinculadas a resultados obtenidos en esa prestación. Ello ya es una realidad, en una u otra medida, en los contratos firmados por los clubes, y es también el caso del Athletic, inmerso en condicionamientos específicos por su particular filosofía. La entidad rojiblanca paga generosamente, y lo hace por su necesidad de atraer o retener a los jugadores vascos que son su voluntario y exclusivo ámbito de reclutamiento. De ahí su obligación de esmerarse en la gestión de la negociación contractual. Tiene que mantener a sus figuras, tiene que ofrecerles buenas condiciones, pero ello nunca puede significar no exigirles un rendimiento prolongado, que justifique, en muchos casos, sueldos por encima del mercado.

Los socios del Athletic, propietarios del club, no podemos acceder a la literalidad de los contratos, ni saber la exactitud de las retribuciones. Pregunto: ¿en otras sociedades o empresas no pueden los dueños de las mismas conocer el destino de sus aportaciones, más allá de genéricas partidas por colectivos, para poder reclamar resultados a cada cual? No saberlo da lugar, como siempre que no hay transparencia, a especulaciones sobre lo que cobra uno u otro jugador, lo que al final en gran medida acaba trascendiendo, entre otras cosas porque así ha de ser. Esta, por cierto, sí es una cuestión que podría plantearse por los socios (compromisarios o no) a la hora de aprobar cuentas y presupuestos.

Me refiero ahora, no tanto al 'ranking' retributivo de los futbolistas, sino al modelo de contratación, a cómo se plasma ese fin común del cumplimiento de objetivos, fin que sin duda comparten e intentan aplicar nuestros dirigentes (cuya defensa de los intereses del club no cuestiono). Hablamos de concretos índices o parámetros, de partidos jugados, titularidades, consecución de títulos, clasificaciones para Europa, quedar quintos, octavos o decimoprimeros... incluso del descenso. Y en el caso de un determinado delantero estratégico, que pueda ser el mejor pagado de la plantilla, por qué no, de goles conseguidos. Así facturaba Julio Salinas en sus últimos contratos. Si la bola no entra, si la efectividad no existe, si la calidad no se demuestra, el pedazo de contrato se rebaja. Ley del mercado, como en cualquier otra relación profesional de prestación de servicios con resultado.

La inminencia de renovación suele obrar milagros en el rendimiento de muchos jugadores, y en medio de los contratos cuando las cosas van bien también es habitual el toc-toc al presidente. Cuando no se cumplen las expectativas el ajuste ha de ser recíproco. ¡Cómo nos gustaría ganar mañana al Betis, sumar goles y victorias y no tener que hablar de esto!