En vísperas del doble duelo con el Barcelona con la Supercopa en juego, más que pesimismo era resignación lo que se palpaba en el ambiente. Las tres decepciones vividas frente a los azulgranas en sendas finales de Copa, la última solo dos meses y pico antes, impedían ponerle buena cara al nuevo reto. Que el segundo cruce fuese en el Camp Nou cerraba el círculo de una teoría fatalista sustentada en la ilimitada ambición de Messi, especialista en sabotear el palmarés rojiblanco.Además, el Athletic no podía distraerse en exceso pues estaba en plena fase de calificación para la fase de grupos de la Europa League, un objetivo irrenunciable. Solo ganar en San Mamés, opción que pese a los antecedentes siempre se contempla al calor de la hinchada, alumbraba una leve esperanza en un torneo metido con calzador, en tres días, en viernes y lunes. El conjunto de Luis Enrique venía de imponerse en la Supercopa de Europa al Sevilla, en un duelo loco.

Cuando llegó el momento de comprobar el grado de inconformismo real del equipo de Ernesto Valverde y el de la grada, resultó que el fútbol mostró su disposición a saltarse alegremente el pronóstico. Entre otros factores, pesó la absoluta convicción en el éxito del técnico culé. Persuadido de que no había color, Luis Enrique reservó a Piqué, Busquets, Iniesta y Rakitic. En la segunda mitad tiró de los dos últimos, pero ya fue demasiado tarde.

Quien dio con la tecla fue Valverde, con un plan muy valiente, presión altísima y descaro. De salida, el rival monopolizó la pelota, pero las llegadas fueron locales. Un saque de área a área de Iraizoz animó a Ter Stegen a despejar de cabeza desde el borde de su frontal. Tras controlar en la divisoria, a San José se le ocurrió buscar portería y la encontró, estaba vacía. Enfrente acusaron el golpe mientras se desataba una batalla sin cuartel por todo el terreno: se mostraron diez amarillas. Lo mejor, que no hubo noticias de Messi, pese a que el Barcelona dio un paso adelante en el inicio del segundo acto. La lógica reacción tuvo una réplica demoledora con un Aduriz estelar. Firmó tres goles en un cuarto de hora, del 52 al 67, el último de penalti. Se desató la locura. Poco o nada importó que el visitante acumulase un 68% de posesión, el Athletic ofreció un recital de solidaridad y un índice de acierto envidiable.

Con el fin de semana para digerir la goleada y preparar con tranquilidad la vuelta, se comprobó hasta qué punto podía el Camp Nou ejercer su poder intimidatorio. La noche del lunes de aquel 17 de agosto arrancó con una tensión impropia del marcador registrado en Bilbao. Los temores se disiparon pronto, el Athletic se atuvo al guión ensayado en San Mamés, no se dejó encerrar y mantuvo a raya al Barcelona hasta el descanso, pese al gol de Messi. Prueba del control rojiblanco el nerviosismo que condujo a Piqué a la caseta en el 54. Aduriz redondeó la hazaña cerca de la conclusión. El global de 5-1 no dejó margen a polémicas o discusiones, aunque Iniesta meó fuera del tiesto. “Hemos sido infinitamente superiores”, dijo. Bastante más fuste tuvo la reflexión de Aduriz: “Competimos contra el resto del mundo”.