El gen del primer ídolo
Pichichi, genio dentro y fuera del campo Rafael Moreno, sobrino nieto del mítico jugador, analiza la figura del delantero que marcó época
Bilbao - Los 120 años del Athletic son un terreno mágico en el que la afición ha cultivado ídolos en ingentes cantidades. Pero hubo un primero. Rafael Moreno Aranzadi se esmeró en ser diferente. Él no lo sabía, pero desde crío estuvo forjando el molde con el que se fabricarían en serie genios incomprendidos. Era un niño menudo, “muy esmirriado”, apunta su sobrino nieto, que, además de los genes, comparte con el mito nombre y apellido. Por esa apariencia débil, en casa comenzaron a llamarlo Pichín, “y eso acabó siendo Pichichi”, el sobrenombre con el que entró en el jardín de los dioses del fútbol.
Era hijo de Dalmacia Aranzadi, sobrina de Miguel de Unamuno, y de Joaquín Moreno, un abogado que, siendo teniente alcalde de Bilbao, llegó a ejercer de alcalde de la villa durante unos meses tras fallecer el alcalde electo. “Era de una familia acomodada en Bilbao”, explica su pariente, casi cien años después de la muerte del futbolista, “Pichichi era la amargura de su madre por ser el díscolo de la familia. Que saliese futbolista, que hiciese novillos en los Escolapios para jugar al fútbol con los marineros ingleses? ‘¡Por Dios! ¿Qué hago con esto?’, decía su madre. Además era el hermano mayor, era una estrella jugando al fútbol y era la admiración de sus hermanos. La madre veía que le estaba estropeando toda la familia”. De hecho, Dalmacia acudió a su afamado tío para que intentase separar a Pichichi del balón, pero su plan no funcionó: “La madre convenció a Unamuno para que iniciase al chaval en la filatelia y así apartarlo del fútbol. Le regaló una colección ya empezada muy importante, pero no cuajó”.
Efectivamente, para Pichichi el fútbol fue una vocación clandestina. Huía del colegio para jugar en la campa de los ingleses. Allí se curtió tempranamente. Siempre más pillo que los demás, siempre un paso por delante. Fue una de sus características como futbolista. Además, claro está, de un instinto goleador inusual, ya que no era un hombre agarrado al área. Él necesitaba todo el campo. Para regatear, para subir el balón de una costa a la otra. Quizás pecando de individualista. “Dicen que tenía un regate espectacular y que era rápido, pero yo creo que más rápido que de velocidad, era rápido de reacción y decisión”, describe Rafael Moreno, quien confiesa que su hijo es un clon del ilustre delantero, tanto físicamente como en sus pinitos en el fútbol.
Pichichi jugaba en el Bilbao y jugó ante el Athletic en el partido inaugural de Jolaseta. El delantero marcó gol en aquel partido y el destino quiso que, ya con la camiseta rojiblanca, también marcase el primer gol en la inauguración de San Mamés. Pocos meses antes, el 17 de marzo de 1913, había debutado en partido oficial como jugador del Athletic. Apuntó maneras desde el primer instante, ya que en aquel partido contra el Real Madrid anotó dos goles en los primeros once minutos.
Genio dentro y fuera del césped. Si Pichichi era inimitable como futbolista, capaz de poner en pie al graderío para abuchearle y alabarle en el mismo partido, también lo era fuera de él. “Según cuenta la leyenda, fuera del terreno de juego era como nos gustaría ser a muchos”, bromea su pariente, “su fama de vividor no era injusta, realmente lo era. Le gustaba pasárselo bien”. Como muestra, Rafael Moreno relata lo que en la familia de otro ilustre rojiblanco se ha repetido durante décadas: “Somos muy amigos de los nietos de Solaun, que era íntimo amigo y compañero de correrías de Pichichi. Ellos dicen que en su casa siempre se ha dicho que Pichichi y su abuelo liaban unas muy gordas cuando se juntaban. ¡Y se juntaban mucho!”.
Se entregaba a la dolce vita con la misma pasión que a los goles. “Fue de los primeros futbolistas en cobrar en el Athletic y en España, si no fue el primero”, explica su familiar, “venía de una familia acomodada con recursos y encima cobraba por jugar. Se juntaban la fama, el dinero? te puedes imaginar. Pero también tenía fama de generoso. Invitaba a todo el mundo”. Si ante una buena mesa no le faltaban amigos, en San Mamés enloquecían si no saboreaban de su ración de goles: “Era el Athletic. Aquí somos así. Tenemos ídolos que de un día a otro los criticamos. Cuanto más estrella eres, más te pueden criticar. Si además tienes las características de Pichichi, que dependía de su genialidad? Tenía sus días inspirados en los que entraba todo y otros días en los que no daba una. San Mamés apoya, pero es muy exigente”.
Tanto fue el cántaro a la fuente que al final se rompió. Una tarde, tras un mal partido ante el Sparta de Praga en el que el público se ensañó con Pichichi, el delantero decidió que no volvería a jugar. El primer gran ídolo del Athletic dejaba de jugar con solo 29 años. “También es una característica de la familia: somos poco constantes”, comenta su sobrino nieto. Pero Pichichi no dejó el fútbol. Todavía resonaban los gritos por sus goles cuando saltó al césped de San Mamés en un Athletic-Stadium de Oviedo? ¡como árbitro! “No sé por qué se hizo árbitro, pero no le debió de ir muy bien”, lamenta Rafael Moreno, “no era tan buen árbitro como futbolista. Pero hay que ser conscientes de que era descendiente de Unamuno y ahí también se ve esa personalidad unamuniana de cambios, de dar bandazos?”.
Por desgracia, el genio ascendió a leyenda demasiado rápido. La fatalidad hizo que Pichichi muriese por fiebres tifoideas cuatro meses después de dejar el Athletic. Se dice que contrajo la enfermedad al comer una ración de ostras en mal estado, pero lo cierto es que Bilbao sufrió varias epidemias de dicha enfermedad en aquel tiempo. El jugador, antes de morir, le pidió a su compañero Acedo que cuidase de su esposa y su hija Isabel. La noticia fue un mazazo para la afición del Athletic, que desde un primer instante reivindicó algún modo en el que rendir tributo al espigado delantero del pañuelo en la cabeza. Tras algunos proyectos fallidos, por fin, se instaló en San Mamés un busto de Pichichi elaborado en bronce por el escultor vizcaino Quintín de Torre. Desde entonces, los capitanes de todos los equipos que visitan por primera vez San Mamés, colocan ante el busto de Pichichi un ramo de flores como ofrenda y gesto de respeto. “El busto es un orgullo”, se congratula su descendiente, “es un privilegio ver que sigue ahí vivo el recuerdo. Era una estrella, pero una estrella controvertida, con su parte de polémica. Pero pasan los años y siguen ahí con el busto, o dándole el premio al máximo goleador de la Liga. Es un orgullo”.
A la estela de Pichichi quedaron 83 goles, cinco Campeonatos Regionales y cuatro Copas, pero sobre todo la certeza de que en el Athletic se disfrutó de un futbolista singular. Rafael Moreno, el nieto de su hermano menor, da gracias a todos los astros y los dioses por no haber heredado el gen del balompié: “Tengo la inmensa suerte de no haberme dedicado al fútbol, porque de haberlo hecho habría sido una responsabilidad terrible. Yo no me imagino a un descendiente de Pichichi dedicándose al fútbol, porque no podría soportar el peso de ese apellido”. El propio Pichichi, entre carcajada y carcajada, entre gol y gol, no hubiese sospechado que aquella pasión que aprendió de los ingleses junto a la ría sería un siglo después una religión en su Bilbao. Como nadie imaginó el día de su último partido que cuatro meses después la villa se quedaría sin uno de sus vecinos más ilustres. Cincuenta años después de su muerte, en 1971, así lo escribía el cronista Lucio del Álamo en La Gaceta del Norte: “No sospechaba que antes de que blanquease en margaritas la ladera de Artxanda, la muerte se le habría aplastado sobre el pecho”.