En muchas plazas de Europa y de América aparecen generales a caballo que señalan, con su mano, una bocacalle, como si señalasen por dónde entraron en las páginas de los libros de historia. Son estatuas que recuerdan un suceso relevante en la ciudad donde se yerguen. Ayer Bilbao también tuvo sus estatuas en la plaza de Vista Alegre: la de Emilio de Justo, capaz de hacer de Postinero un toro de gloria cuando no parecía serlo; la del francés Sebastian Castella, malherido al descabellar al primero de la tarde –una herida de 15 centímetros en el gluteo que más adelante requeriría cirugía y un varetazo en estómago al matar al cuarto, ya vendado y ensangentado...– y la de Miguel Ángel Perera, un cid que toreó cuando dos horas antes de la corrida le habían infiltrado en el costado para que pudiera estar en el patio de cuadrillas, tan solo cinco días después de sufrir en Donostia una doble fractura costal –novena y undécima costilla– y sendos hematomas tanto en el hígado como en el riñón. Qué quieren que les diga. Las estatuas no siempre hablan de bellezas. También se elevan con el bronce de las heroicidades.
Fue. como ven, un duelo entre la fuerza de la gravedad y la fuerza del corazón, batalla que se libró a plerna luz a la altura del tercero de la tarde. Postinero fue el tercer cuvillo, casi playero con esas cuernas tan abiertas. Cuidado en la enfermería de caballo porque parece que va, que puede ir, pierde las manos en el tercio de banderillas y encuentra las protestas del público aunque Morenio de Arlés tuviese que desmonterarse. Emilio de Justo cogió la muleta y vio lo que se intuía: el toro metía bien la cabeza. Aprovechó el diestro para sacarle jugo a las inercias del tor y, con aseo de quirófano, le recetó dos series limpias como la patena. Fue entonces cuando el toro, que algo de alma brava tenía, se vino arriba. Lo vio Emilio y tomó la franela con la zurda tras un trincherazo de ¡Aupa el Erandio! Cayeron entonces los naturales con gracia, como cae la fruta madura de los árboles cuando ya está para comer, en crudo o en mermelada.
¡Cómo volaba la muleta al natural, cómo se arrastraba por la arena! La faena tuvo el sello del clasicismo, puro encaje con la muleta por delante y la ligazón como estrella polar que todo lo guiaba. Una serie al natural, como les dije, fue monumental, rotunda en su temple y rematada por arriba como si una ola estallase en los acantilados del Cantábrico. Fue el último servicio del toro que se creyó grande y Emilio se lanzó a por el acero. La espada tuvo pasión a raudales y cayó un punto desprendida, es cierto.
Cuando el hermoso burraco abrochatarde salió por la puerta de toriles, Emilio pensó, supongo, que era su hora, su día consagrado. Pronto se desencantó. Era un manso de carretón, siempre enseñando su querencia hacia los adentros. Pese aque pareció que podía en los primeros compases, tapándoles con la bamba de su muleta ese feo horizonte, no pudo. El animal traía unos andares adormilados, casi de sonámbulo. Todo se apagó.
Para entonces ya se sabía que Sebastian Castella estaba en el quirófano, restañandose las heridas. propiciadas por Farfonillo, el primero de la tarde. El toro tuvo transmisión y Castella trató de llevarlo largo. Tragaba uno, tragaba dos y tragaba, ya a duras penas, tres. A falta de entrega y la sensación de que la muleta le asustaba al mínimo roce lo oscureció antes del arrebato de la cornada al sentirse muerto. En el cuarto a Castella, aplaudido por la gesta de salir, se le notó el alma enrabietada. Ligó con la diestra una trenza de buenos muletazos pero a medida que caía el toro decaía él.
Casi recién salido del hospital, Perera se dio de bruces con un toro mudo, con nada que decir. Le buscó el diestro las cosquillas pero no le sacó ni una sonrisa. Quizás porque el cloroformo de la infiltración perdía ya su efecto, a Miguel Ángel se le notaron las dificultades para andarle al toro por la cara. Lo intentó hasta última hora pero no, no era la suya. Tres estatuas, ya les dije.
La corrida de ayer
l Ganadería. Toros de Núñez del Cuvillo, de juego irregular y dispar y presentaciones del mismo tono. Destacó el tercero en el último tercio.
l Sebastia Castella, de azul marino y oro. Estocada desprendida y un descabello del que sale cogido. Sufre una herida de 15 centímetros en el glúteo. (ovación). Estocada desprendida (ovación). Al matar al cuarto pasó al quirófano
l Miguel Ángel Perera, de verde clorofila y oro. Estocada baja. (ovación). Pinchazo hondo y media desprendida (ovación)
l Emilio de Justo, de catafalco y oro. Estocada despendida (oreja). Estocada desprendida (ovación)
La corrida de hoy
l Ganadería. Toros de Victoriano del Río, uno de los hierros más celebrados de los últimos años que suelen ser bajos de agujas, finos de piel y de proporciones armoniosas.
l José Mari Manzanares. Presente en las grandes ferias desde hace años, su toreo estético acostumbra a calar en los tendidos cuando surge encajado.
l Alejandro Talavante. Tras su reaparción el toreo estático que acostumbra ha cogido vuelo y llega a Bilbao en buena onda.
l Roca Rey. Está considerado como uno de los ‘toreros de Bilbao’ con una capacidad asombrosa para hacerse con las embestidas de sus enemigos y con el corazón de los tendidos que aprecian su arrojo en el último tercio. Es la primera de sus dos tardes.