La lluvia matinal había provocado en este segundo día de fiestas la suspensión de un evento que concita mucho interés, como es la bajada de goitiberas por la calle Zabalbide, e incluso también la de la corrida de toros de esta jornada dominical. Sin embargo, aunque el cielo presentaba unas nubes amenazadoras, no ha hecho acto de presencia por la tarde y que permitido que el Desfile de la Ballena, una de las citas más emblemáticas y multitudinarias de toda Aste Nagusia, se desarrollara con todo su esplendor. Y es que está claro que Baly, la representación de la reina de los mares, del mamífero más grande que se existe en el planeta, se mueve mejor sin agua. Al reclamo del simpático hinchable y de su colorista séquito, miles de personas se han vuelto a reunir a ambos lados de la Gran Vía para disfrutar de un espectáculo que llama la atención especialmente de los más pequeños, pero también de los no tan txikis.

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Una hora antes del arranque del desfile, programado para las siete de la tarde, ya era complicado hacerse con un puesto en primera fila en todo el recorrido acordonado, desde la plaza Circular hasta la confluencia de la Gran Vía con Doctor Areilza. El estruendo de una batucada, emulando el rugido del mar embravecido, anunciaba la llegada de Baly, que encabezaba la comitiva con su gran sonrisa. Porteada por un grupo de jóvenes arrantzales ataviados con el tradicional impermeable amarillo, provocaba el murmullo de admiración cuando estos la elevaban a varios metros de altura por encima del suelo. Por fortuna, las únicas gotas de agua que han caído en el desfile han sido las que expulsaba la propia ballena.

Por detrás llegaban los arponeros, intentando divisar al cetáceo para darle caza de forma infructuosa. Nadie lo hubiera permitido. Y justo a continuación, a los tambores de la batucada les tomaban el relevo unos dulzaineros tocando la tradicional Desde Santurce a Bilbao y dando paso a un grupo de sardineras y sardineros, eso sí, sin la falda arremangada.

Otro de los hinchables que agrandaba los ojos de los txikis a su paso era el gigantesco pulpo, que regaba a la multitud con la lluvia de confeti que expulsaban sus tentáculos. Y por detrás de él, a los sones de una fanfarria, otro enorme pez hinchable iluminaba los rostros del público infantil.

Un colosal cangrejo de mar y una almeja que se abría de cuando en cuando para lanzar serpentinas completaban la fauna marina de un desfile en el que también se colaron algunos animales de tierra adentro, como un oso pardo que intentaba atemorizar a los presentes o un espectacular dromedario articulado, una de las novedades que más gustaron al personal. Completaba el elenco una enorme figura humana sobre un triciclo de madera, escoltada por un grupo de ciclistas vestidos de un muy marinero azul mahón.

En Moyúa, la comitiva daba su particular vuelta al ruedo para dejarse ver bien por todo el público que se concentraba en la céntrica plaza de forma elíptica. De ahí al punto final ya solo quedaba el esprint final. A las 19.50, Baly, en la cabecera del desfile, se internaba en el parque de Doña Casilda por la plazuela dedicada al pintor Darío de Regoyos para dar por concluida una de las actividades estrella hasta el año que vuene. Por detrás, los txikis arramplaban con el confeti que conformaba un tapiz multicolor sobre el gris asfalto de la Gran Vía depositándolo en bolsas de plásticos como si fuera un tesoro, para guardar un bonito recuerdo. Facilitaban así la labor de los servicios de limpieza que, a cola de pelotón, se encargaban de dejar la arteria comercial de Bilbao limpia como una patena. Como si nada hubiera ocurrido.