A sus 73 años, Mario Draghi se ha ganado la fama de mago de las finanzas a lo largo de su dilatada carrera. Este economista italiano, ha sido presidente del Banco Central Europeo desde 2011 hasta 2019. Entre 1985 y 1990 fue director ejecutivo del Banco Mundial, y entre enero de 2002 y enero de 2006 fue vicepresidente en Europa, con cargo operativo, de Goldman Sachs, cuarto banco de inversión del mundo. Desde el 16 de enero de 2006 hasta el 31 de octubre de 2011, ocupó el cargo de gobernador del Banco de Italia. Durante su mandato, dentro de la lucha del Banco Central Europeo contra los efectos de la crisis económica, se puso en marcha el plan Draghi de expansión monetaria. Significativas fueron sus palabras el 26 de julio de 2012, en plena crisis de deuda soberana, cuando anunció que "el BCE está dispuesto a hacer lo que sea necesario para preservar el euro. Y créanme, será suficiente", y que marcaron un punto de inflexión en la crisis de la eurozona, calmando a los mercados.

En todo caso, Italia cae por segunda vez en la opción de un Ejecutivo tecnócrata como solución a su inestabilidad política. Primero fue Mario Monti y ahora Mario Draghi. Pero la elección en esta ocasión del artífice de la gestión de la crisis del euro tiene diversas interpretaciones que rebasan las fronteras de Italia. En primer lugar, que la UE no está para bromas o amaños políticos de poca monta cuando está en juego un plan inversor expansivo público con deuda mutualizada hasta 2054 que compromete el futuro de varias generaciones de europeos. En segundo lugar, que prefiere intervenir antes de que se produzca un proceso electoral de incierto resultado para la gobernabilidad del Estado miembro que más ayudas va a recibir. Y en tercer lugar, que de una manera subliminal el mensaje enviado a los partidos políticos italianos y a sus líderes, es que o se dan las condiciones de estabilidad o los fondos no llegarán a Roma. El corolario final es que este método empleado en esta crisis puede ser de aplicación al resto de los países y España es el segundo beneficiario de los fondos.

El principal Estado implicado en este estricto control del uso de los fondos es Alemania, que impulsó el acuerdo de julio de 2020 porque el Mercado Interior de la UE es básico para la supervivencia de la industria germana. Pero también sabe que se juega la vida si el euro entrara en un escenario de impago de deuda por parte de algún Estado miembro o por el despilfarro de los fondos que deben generar actividad y el cambio de modelo de producción y consumo en la transición ecológica que la UE ha emprendido. Junto a Alemania, los frugales - Holanda, Dinamarca, Austria y Suecia - tienen la lupa puesta en los proyectos en los que se van a gastar los fondos. Aceptaron a regañadientes la solidaridad y la cohesión como ejes motores para salir de la crisis y ahora se han reservado el derecho a un estricto control de la inversión. En el fondo, lo que está en juego es el futuro de la propia Unión Europea. Si se quiebra la confianza entre los socios y seguimos peleando entre ricos y pobres o laboriosos y zánganos, será imposible salir de la crisis. Pero el riesgo no servir tampoco como trágala para saltarse las reglas de la democracia y quitar y poner gobiernos al antojo de los Estados más poderosos. Sin libertad no existe Europa que valga.