El Consejo Europeo ha dado el visto bueno a un conjunto de gasto e inversión de 1,8 billones de euros: 1,05 billones como presupuesto europeo (MFP) 2021-2027 y 750.000 millones para el Fondo de Reconstrucción, el llamado Next Generation EU. Dicho Fondo, una herramienta nueva propuesta por la Comisión Europea, estará dotado de 390.000 millones en ayudas directas o subvenciones y 360.000 millones en forma de préstamos. El monto total será desembolsable en dos años, 2021 y 2022, es decir, se actúa con ambición en las cifras y con celeridad en la prestación. Pero si queremos entender el enorme compromiso adquirido por todos para salir unidos de esta crisis, baste decir que del total del Fondo, la suma de los dos Estados miembro más afectados por la pandemia, Italia y España, van a percibir cerca del 50% de los recursos - Italia un 28%, 209.000 millones y España un 19%, 140.000 millones -. Es evidente que el eje franco-alemán ha sido determinante para no dejar caer a la tercera y a la cuarta economía del Mercado Único y del euro.

Como no podía ser de otra manera, un volumen tan cuantioso de dinero no se concede sin condiciones. Y lejos de suponer un agravio para los perceptores, nos debería parecer una garantía de cumplimiento para todos. Tanto los condicionantes como la forma de control, son nuevos y, por tanto, una incógnita los resultados. Será la Comisión Europea la que examine semestralmente los planes de reformas, las cuentas y el uso que de los fondos se hará en cada Estado. Pero se articula una fórmula llamada "freno de emergencia" que posibilita a un Estado a solicitar la participación del Consejo Europeo si considera que algún país beneficiario está haciendo un uso inadecuado de las ayudas o su economía presenta graves desequilibrios. Por tanto, será de importancia crítica contar con unos presupuestos generales aprobados y caminar por una senda en positivo en la creación de empleo y en la reducción de los déficits estructurales. Algo que conlleva reformas o ajustes inevitables. Todo ello para acceder a los recursos que tampoco podrán usarse por libre, sino para proyectos alineados con las políticas estratégicas de la UE.

No cabe duda que de este terrible embate al que la epidemia nos está sometiendo, sanitaria, social y económicamente, la Unión Europea sale más fuerte y más unida. En cuatro meses ha respondido de forma mucho más adecuada a las necesidades y con más celeridad que en la crisis del euro de 2008. Después de plantar cara también unitariamente al Brexit, negociando con Londres sin fisuras, ahora ha dado un golpe encima de la mesa en el escenario mundial, dejando claro que entre Estados Unidos y China, existe una tercera vía de modo y estilo de vida, basado en la solidaridad y el bienestar, o dicho de otro modo, más civilizado para los duros tiempos que corren. Claro que nos hemos dejado pelos en la gatera en esta negociación y que también podemos ver la botella medio vacía. Por ejemplo, que Hungría y Polonia se vayan de rositas en esta ocasión y no se condicione su acceso a las ayudas a que dejen de vulnerar sus gobiernos los derechos y libertades fundamentales. Orban ha ganado tiempo para sus políticas populistas antidemocráticas. Y tampoco parecen razonables los recortes presupuestarios realizados en materias tan portadoras de futuro como la Economía Verde o la inversión en I+D+i. Pero tiempo habrá para tratar de corregir estos flecos, porque lo que hoy importa es celebrar que Europa ha vuelto a recobrar el protagonismo y que cuando nos enfrentamos a los momentos más complicados de nuestras vidas tenemos una Unión que nos va ayudar a salir de esta. Solos y aislados, nadie va a poder construir un futuro.