Acude a la cita acompañado por su abogada. José Juan Martínez Gómez, alias El Rubio, se desprende de su abrigo para dejarse retratar en el centro de Irun. La conversación tiene lugar en una cafetería próxima a la sucursal del banco Santander donde se investiga un atraco frustrado el año pasado.

¿Está implicado en ese atraco?

—Quiero desmentir lo que se ha dicho sobre mí. ¿Alguien se cree que de haber estado implicado habría paseado por aquí con mi tarjeta Mugi y mi teléfono, como hice ese día? ¿Tan idiota soy? Si decido venir con ese objetivo no se habría enterado nadie.

¿Y por qué le ha señalado la investigación?

—Porque, al parecer, las coordenadas de mi teléfono me sitúan en Irun. Vine a Belaskoenea a visitar a una persona ya fallecida, cerca además del cuartel de la Guardia Civil. Soy un ciudadano libre y no tengo nada que ocultar. Estaba aquí como podía haber estado en Andorra. Sé que mi nombre vende y que es fácil que los periodistas os hagáis eco, pero se lo dije a la Policía: Os estáis equivocando, porque cada vez que pasa algo en Gipuzkoa os pensáis que estoy yo metido en el lío.

¿Se siente perseguido?

—Sí. Me acaban de condenar a once meses por otro supuesto delito. Todo por unas imágenes grabadas en 2016 en la plaza Mosku en las que no se aprecia nada. Un inspector dice reconocerme por la forma de andar, algo que no se ve en la prueba gráfica. Hay una segunda persona que ha sido absuelta. Yo he recurrido.

Cuando salía de la prisión de Martutene en 2016, tras cumplir condena, cuatro ertzainas le esperaron con una orden de arresto por atracos en oficinas de correos de Urruña y Baiona. ¿Qué ocurrió?

—Me estaban esperando dentro del recinto de la cárcel, algo que no pueden hacer. Me decían que tenía como para unos 20 años de condena. Al final todo se resolvió yendo a firmar a San Juan de Luz ante el juez durante cuatro años, dos veces por semana durante los primeros nueve meses y medio.

¿Cuántos atracos ha cometido?

—Uy... eso ya... (sonríe) secreto de sumario. Bastantes.

¿Bastantes cuántos son?

—No lo sé, no los cuento. Es algo del pasado, ahora mi situación es muy distinta. Tengo firmado un contrato con una productora para hacer una miniserie sobre mi vida. Y, además, nunca he hecho un butrón. Para un trabajo así me voy a una obra. Hacer un agujero en una pared es un riesgo muy grande.

Su adolescencia transcurrió de salto en salto por reformatorios. ¿Aprendió en ellos el oficio?

—Una cárcel es la universidad, y el reformatorio es la antesala del delito.

¿En la cárcel qué ha aprendido?

—A trabajar.

¿De qué?

—En la cantina, en la cocina..., donde he podido.

¿Y fuera de la cárcel?

—Económicamente he estado bien gracias a atracos que cometí en el pasado. Pero hace ya mucho tiempo.

¿Cuál fue su mayor botín?

—No lo sabría decir. Mucho dinero, pero no era para mí solo.

¿Todo por dinero?

—No, con Franco luchábamos también por la libertad. Fui preso político. Pasé por la organización de presos sociales, Copel, y fui uno de los más reconocidos por Cruz Roja Internacional cuando entraron por primera vez en las cárceles de España, como muchos miembros poli-milis de ETA o del Grapo. Fui amnistiado en el 77.

¿Qué recuerda de aquella época?

—Teníamos unos principios y luchábamos por las libertades. Los ertzainas y Mossos d'Esquadra de hoy, las autonomías, todo ello es posible gracias a la lucha de aquella época en la que la Policía mataba en manifestaciones y mediante torturas. Éramos jóvenes e implicados, no como ahora, que les da todo igual.

¿Cómo ve a la sociedad actual?

—Veo a una generación que lo tiene todo. No hay implicación social. Antes sí lo hacíamos mediante el sindicalismo. Pertenecí a la CNT, en la clandestinidad, claro está.

Pasó de ser miembro del grupo paramilitar de las Centurias Amarillas a anarquista exiliado en Francia. ¿Ideológicamente dónde hay que ubicarle?

—Son saltos que das en la vida. Era muy activo, muy inquieto. Me gustaba la aventura y me contrataban por los conocimientos que tenía de las organizaciones del interior, como les llamábamos. Hacía trabajos siempre y cuando no afectase a nadie.

¿Un trabajo de mercenario?

—Sí, pero también con un componente ideológico, ya que estuve refugiado político en el Pirineo oriental.

Habla de aventura pero le señalaron como integrante de una banda de "chorizos, macarras y anarquistas".

—Me da igual, se lo inventaron cuando no les interesó seguir adelante.

¿A qué se refiere?

—A nuestra detención el 23 de mayo de 1981 por el atraco al Banco Central de Barcelona, tres meses después del 23-F. Fui amenazado, y se me aplicó la ley antiterrorista.

Usted fue el último de la banda en entrar al banco aquella mañana, pegando tres tiros al techo. ¿Quién le contrató?

—El director del Centro Superior de Información de la Defensa (Cesid), Emilio Alonso Manglano. Ya lo dije en 2009, cuando aún vivía. Todavía nadie me ha llamado para preguntarme por todo aquello. El rey estaba implicado en el golpe de Estado.

¿Qué vio en aquellos documentos ocultos en la caja 156 del banco?

—A todos los implicados. Yo mismo saqué esos documentos de la caja del Banco Central que implicaban al rey.

¿La monarquía implicada?

—En realidad siempre ha sido lo mismo, aunque ahora está Abu Dabi (sonríe). Era una familia pobre. La monarquía no tenía un duro y ya sabemos cómo se ha ido haciendo el dinero.

Tenía 25 años cuando ideó el atraco al Banco Central. ¿Qué cualidades debían reunir los asaltantes para integrarse en la banda?

—Primero, tener un nombre y haberse ganado el respeto dentro del mundo de la delincuencia. Vas conociendo a la gente. Uno te presenta a otro, porque en la cárcel se conoce a mucha gente. La mayoría de los asaltantes no tenían antecedentes.

¿Impone organizar un atraco de esas características?

—Bueno, tenía su riesgo, pero estaba haciendo un trabajo. Me pusieron un millón de dólares en la cuenta que tenía en Ginebra para sacar los papeles de la caja 156. Me engañaron. Habríamos muerto si no doy la orden de salida. Nunca entraron los GEOS como han contado, sino que fue cuando salíamos nosotros cuando accedieron. Pero nunca nos desalojaron. Solo uno de los empleados dice la verdad. Yo ahí dentro veía la muerte de todos ordenada por Calvo Sotelo.

Su imagen dio la vuelta al mundo, cubierto con un pasamontañas y blandiendo un arma que apuntaba a un rehén. ¿Qué le decía?

—Que estuviera tranquilo, que aunque me dieran un tiro yo no me lo iba a llevar por delante. (Toma el libro Algunos me llaman El Rubio, escrito por Juan M. Velázquez, y mira la instantánea que recoge el momento). Sentí el sufrimiento de la gente, que al fin y al cabo eran trabajadores. Fueron 37 horas ahí metidos, con más de 300 rehenes, 263 de ellos empleados. Me siento orgulloso del trato que les dimos, permitiendo las llamadas a familiares. Si uno se ponía enfermo, se llamaba a una ambulancia y se le sacaba.

¿Por qué no le ha cambiado la cárcel?

—¿Cómo que no me ha cambiado? Desde que salí de Martutene en 2016 inicié una nueva vida, a pesar de que la Policía se empeñe en señalarme. Soy muy hogareño, me gusta pasear, y he disfrutado de 32 permisos desde 2014 sin problemas.

¿Tiene delitos de sangre?

—Nunca he hecho daño a nadie. El herido del Banco Central fue un accidente que me quieren atribuir como homicidio. Los dos policías que murieron durante mi detención el 1 de noviembre de 1988 no fallecieron por disparos míos, como se dijo inicialmente, sino por los de un tercer policía. Yo recibí siete tiros, pero San Pedro dijo que ese no era mi día.

¿Cómo se encuentra de salud?

—Tengo una hernia y una bronquitis crónica de un resfriado mal curado en la cárcel de Martutene. Hasta ahora nunca había estado enfermo.

¿Cómo es la vida en la cárcel?

—Una porquería. Hay muchos intereses. No espero nada del sistema.

¿Sistema entendido como sociedad?

—No, me refiero a la cárcel. Estoy encantado de vivir en sociedad. Madrugo y ando mucho, que es lo que me ha permitido mantenerme en forma. Si no fuera por la hernia sería un atleta (sonríe). He hecho mucho deporte duro. Hacía dominadas tirando de barra en la cárcel, levantándola 300 o 400 veces de lunes a viernes.

¿Ha sido disciplinado?

—Para todo. Por eso me hace gracia que me acusen ahora de atraco, cuando estoy haciendo una vida rutinaria sin necesidad de ocultarme de nada.

¿Entiende que con su historial salten las alarmas?

—Veo normal que sospechen, pero que su trabajo lo hagan bien. Si yo estoy por aquí con mi tarjeta Mugi haciendo uso de ella es porque no tengo nada que temer. Conozco a gente en Irun. Sin nada que temer, ¿por qué me tengo que ocultar?

¿Hay algo que le dé miedo?

-No, sinceramente, no.

¿La muerte?

—No me asusta. Bueno, como a todo el mundo. En mi caso ya he resucitado dos veces. Una, tras recibir los siete tiros en el cuerpo, y la segunda, tras una sobredosis cuando me detuvieron en Francia. Me había separado y andaba un poco loco. Me comí una bolsa con cinco gramos de heroína.

¿Qué le parece la película 'Asalto al Banco Central', de José Sacristán?

—Es malísima (sonríe). Podían haber hecho una buena película consultándonos a través del abogado. Son unos aprovechados, es la agonía de pillar, e hicieron la película basándose en lo que publicó la prensa. Ahí es donde nace el apodo de El Rubio.

¿No le gusta el sobrenombre?

—Me lo puso la prensa y la Policía, pero nunca me han llamado así. En realidad me da igual. No me tengo que avergonzar de nada.

"La Policía cree que cada vez que ocurre algo en Gipuzkoa estoy yo metido en el lío; no tengo nada que ocultar"

"Yo mismo saqué los documentos del Banco Central que implicaban al rey en el golpe de Estado"

"Durante mi arresto, el 1 de noviembre del 88, recibí siete tiros, pero se ve que San Pedro dijo que ese no era mi día"

"La película 'Asalto al Banco Central' es malísima. Se basó en lo que dijo la prensa y nos tenían que haber preguntado"