"Tengo una niña de 4 años”. Fue lo primero que le dijo su pareja a María García, que nunca ha querido tener hijos, cuando se conocieron. “Muy bien. Yo tengo un perro. No pasa nada. Venimos a sumar”. Y en esas está desde el primer día que vio a su hijastra, sentada en la sillita de detrás del coche. “El que todavía era mi novio vino a buscarme. Tanto mi chiquitina como yo habíamos estado viendo en la tele Bob Esponja justo antes de salir de casa. Ahí ya fue... Luego fuimos a dar una vuelta por Mundaka y jugamos a escondernos de aita y darle sustos. Se lo pasó muy bien”, recuerda esta bilbaina de 50 años, que comparte su historia para despojar al término madrastra de sus lastres,
Dos o tres encuentros más tarde, la pequeña hizo sus averiguaciones. “Me pidió que le dijera los nombres de mis amigos. Se los dije y me dijo: No has dicho aita. Y digo: Es que aita es más que mi amigo. ¡Sois novios, qué bien! Ella misma sacó la conclusión”, relata. Con esa naturalidad fueron entretejiendo su relación, plagada de momentos entrañables, como aquel día que estaban tumbadas en la playa, buscando parecidos razonables a las nubes. “Tendría 7 años y me dijo: Yo me parezco físicamente a mi amatxu. Digo: Sí. Y de carácter me parezco un poquito a aita. Digo: Sí. Pero de ti, madrastri, de ti tengo el alma loca”, reproduce la conversación María, que se considera “afortunada porque la niña y yo tuvimos un match tremendo, pero porque por azar ella y yo tenemos un carácter muy parecido”.
Ambas “muy acuáticas”, entre olas han pasado horas y horas hablando. “Son momentos de cercanía que dices: Pues mira, no es mi hija biológica, pero es mi hija del alma, que ya me lo ha dicho, y no tiene por qué entrar en conflicto con otros tipos de roles adultos que forman parte importante de su vida”, explica esta bilbaina, convencida de que “los niños nos dan cien mil vueltas por cómo son de elásticos y asumen y se adaptan a los cambios”.
Con la mirada puesta en los adultos, María considera “muy importante la sororidad entre mujeres”. “Aunque no haya una comunicación fluida con la madre biológica de tu hijastra, tienes que saber ponerte en sus zapatos y saber que ahí hay un duelo de una separación y unos miedos porque de repente mi niña de 4 años va a pasar un fin de semana con una desconocida. Y, como mujer, tienes que entenderlo”, insta esta madrastra, para quien “no tenemos que perder de vista que esto no va de nosotras, va de generar el mejor ambiente posible para una criatura a la que queremos mucho y tenemos en común”.
En el arduo proceso de enlazar familias, “a veces hay que bregar con cosas que son un poco desagradables”, reconoce. Por ejemplo, con “el conflicto de lealtades” que sufren los menores. “Parece que si te quiere a ti mucho, no lo puede llevar por bandera en otros sitios, lo tiene medio que ocultar. Es como si el amor fuera limitado. Y no, hay que enseñarles desde chiquitines que el amor es ilimitado y que si tú les quieres y ellos te quieren, eso no le resta amor a aita, a ama, ni a sus amigos, ni a la andereño. Esto es a sumar”, recalca.
En su álbum de recuerdos no solo hay espacio para las anécdotas de color de rosa. “Un día, volviendo de la playa en tren, no había manera de que se sentara. Yo le decía: Siéntate, por favor, y de repente soltó la típica frase: Tú no eres mi madre. Le dije: Ya, pero, soy la adulta a cargo cuando no están aita y ama, te puedes hacer daño y además ¿quién te ha dicho a ti que yo quiera ser tu madre con la de niños que hay por ahí deseándolo? Ay, ¿sí? ¿Quiénes? Hizo cuatro pucheros y se sentó. Digo: Es que no quiero que te hagas daño, cariño, que te quiero mucho. Ay, perdona, barkatu, madrastri”, relata María, que “solía limar todas esas cosas con mucho sentido del humor y una mano izquierda terrible porque los niños son niños”.
Aunque no los hayan traído al mundo, las madrastras lidian con su día a día. “Lo típico: No me gustan las lentejas. Bueno, cariño, a mí con que te las comas me vale”, dice entre risas. “Pero esto te pasa en casa siendo amatxu o amuma. Te puede quedar un poco grande si no sabes gestionar o contar hasta diez. Si tú nunca has querido ser madre, de repente encontrarte batallando estas aventuras te puede sobrepasar, pero en mi caso no ha sido así, porque he tenido muchos elementos a mi favor”. Entre ellos, su marido, que, “aparte de ser un padrazo, es bastante asertivo y ha marcado muy bien los límites cuando se estaban traspasando de una forma que podía no ser saludable para todas las personas implicadas”.
María, por su parte, tuvo que “aprender a renunciar, asumir que ya no eres dueña de tu agenda y en cualquier momento puede saltar por los aires el convenio regulador y con él tu plan con tu pareja” y “hacer un trabajo muy fuerte” para no tomarse “nada como personal”, es decir, “tener muy claro que todo el mundo estaba haciendo lo mejor que podía con el conocimiento que tenía. Era una forma de rebajarle tensión al asunto”. Porque la madrastridad, advierte, “es un proceso duro, que no es lineal ni ascendente. Es una ruleta de emociones porque hay muchas piezas que encajar y no puedes tener un control sobre todas”.
Por si fuera poco, estas mujeres siempre están en el punto de mira. “Si decides entregar tiempo de calidad y amor a tu hijastro o hijastra, eres una usurpadora del rol materno, y si decides mantenerte un poco más en las distancia, que también es respetable, eres una malvastra. Tienes que aprender a ponerte un chubasquero y que te resbale todo”, aconseja. Para “no sentirte un bicho raro”, añade, viene bien compartir experiencias en “comunidades como Ser Madrastra, donde aprendes a normalizar que está bien no estar bien, que tus estados de ánimo van a fluctuar y que esto no es fácil. Te ayudan a tomar distancia y relativizar”.
Hace dos años que su hijastra “vive full time” con su padre y María. “Es una adolescente de 17 años y se sabe manejar de una forma muy responsable emocionalmente y mucho más madura que muchos adultos en sus relaciones interpersonales no solo con sus progenitores, sino con sus profesores, sus amigos y conmigo. Yo estoy muy orgullosa de ser su madrastra”, se sincera. Aunque hay madrastras que se quedan a las puertas del colegio o sin ir a las funciones “porque para las obligaciones lo son todo, pero para los derechos, nada”, no es el caso de María. “A mí mi marido me felicita el día de la madre y mi hijastra me felicita el día de la madre y el de la madrastra. El día de la madrastra me hace un regalito, una taza friki, porque somos muy frikis las dos, o un separador de libro pintado por ella. No somos rígidos, cada uno celebra lo que siente. No forzamos nada y yo creo que esa ha sido la clave”.