UEDE que otros titubeen, pero, cuando la necesidad aprieta, la respuesta es inmediata. “Mi deseo para 2022 es un trabajo. De lo que sea”. Joy Oghene, madre de tres menores de 11, 8 y 3 años, vecina de Zalla, labra la tierra y su incierto futuro en el taller prelaboral de horticultura ecológica que desarrolla en Gordexola Cáritas Bizkaia. “El contrato es anual y no se renueva”, dice. De ahí la urgencia de encontrar un empleo porque las facturas no perdonan. “Después de pagar la luz, el alquiler y todos los gastos, no me queda para mis cosas, pero digo: Otro día será. Mis hijos están bien, a ellos no les falta nada”.

Joy recaló en Euskadi hace once años y los tres primeros residió en un piso de acogida. “No tenía nada para pagar el alquiler”, recuerda esta nigeriana, ama de casa, que actualmente percibe la RGI. A sus 37 años, soltera y con tres bocas que alimentar, quiere valerse por sí misma. Por eso se apuntó al taller, para plantar “tomates, patatas o pimientos” y recoger sus frutos en la huerta y en el terreno laboral, aunque “esto no me da ninguna garantía de que mañana pueda encontrar trabajo”.

Afanada en quitar hierbas -“empezamos a poner las verduras en primavera”-, Joy asegura que el presupuesto se le queda corto para cubrir sus necesidades. “No es fácil. Hay mucho gasto. Con lo que cobro termino de pagar todo y si necesito comprarme algo, como ropa, pero el dinero no me llega, digo: Bueno, no pasa nada. Seguimos para adelante con lo que tenemos”, se anima. Aunque no se recrea en lamentaciones, Joy no ceja en su empeño de lograr un sustento. “Por eso tengo tanto interés en trabajar, porque pienso que cuando trabaje voy a cobrar más porque, por ejemplo, la luz de mi casa viene muy alta”.

Conciliar estando sola y con tres niños es un verbo difícil de conjugar. “En agosto estuve trabajando en una residencia en mi barrio, pero solo diez días. Luego hablé con la encargada para ver si me podía renovar el contrato y me dijo que sería posible, pero el problema es el horario. Entraba a las dos y media de la tarde y salía a las nueve y media de la noche. Tuve que pagar a una chica para que me cuidara a los niños mientras yo trabajaba”, relata. Joy, como muchas mujeres migrantes, carece de red social. “La única amiga que tengo está viviendo en un piso de Cáritas”, apunta. Ella no puede acceder a este tipo de vivienda. “Como estoy cobrando la RGI tengo que alquilar el piso”, aclara.

Por si no tuviera suficiente con lo suyo, a finales del pasado mes de noviembre le robaron el dinero con el que iba a pagar la renta. “Fui a sacar todo mi dinero porque quería pagar al dueño. Cuando me llamó y estaba de camino, no me había dado cuenta de que me lo habían robado. Al enterarme, fui corriendo a hablar con la oficina que tiene Cáritas en Zalla y ellos me ayudaron a pagar mi alquiler porque no tenía nada”, cuenta, agradecida. “Era la primera vez que les pedía ayuda. Estoy muy contenta con ellos porque no me lo esperaba”, reconoce. El cable que le han echado le servirá también para afrontar los gastos estas Navidades. “Como he perdido todo mi dinero, Cáritas me ha dado algo para comprar las cosas de los niños. He comprado comida y algunas cosas que necesitamos”, detalla Joy, que sueña con estrenar año y nómina. “Lo que yo quiero es trabajar y poder estar a la tarde con los niños”, desea.

“NO llegamos a fin de mes”

Embarazada, acompañada de su pareja y con la ilusión compartida de trabajar para sacar adelante a su familia, Susayne Angulo abandonó hace dos años su país de origen y se instaló en Portugalete. “En Venezuela teníamos un local de hostelería, pero la situación económica y la inseguridad allí son terribles. Al quedar embarazada, teníamos una mayor responsabilidad y decidimos emigrar para optar por una mejor calidad de vida tanto para nosotros como para la peque”, explica esta joven de 27 años, a quien le denegaron el asilo político, pero le autorizaron la residencia por razones humanitarias.

Siguiendo la senda de sus suegros, que viven en Bilbao, Susayne aterrizó en Bizkaia creyendo saber a lo que se enfrentaba. “Éramos conscientes de que teníamos que esperar seis meses para que nos dieran el permiso de trabajo”, dice. Lo que no tenían previsto ni ellos ni nadie era que estallara una crisis sanitaria. “La pandemia nos pilló recién llegados, el tema laboral, el colapso total... Tuve a la bebé, que nació en abril, en pleno confinamiento, y fue un parto muy fuerte porque no podíamos salir y nadie nos podía apoyar con la niña”, recuerda.

Con los papeles en regla, Susayne trabaja actualmente en un establecimiento hostelero. Su marido está en paro y las cuentas no le salen. “No nos llega. Estoy percibiendo la ayuda de alimentos de Cruz Roja y el subsidio por desempleo por un contrato anterior de un año. Me pagan solo un porcentaje porque en el trabajo actual no tengo una jornada completa, pero esa ayuda es hasta ahorita, hasta diciembre”, señala.

La familia se aloja en un piso de la Fundación Eguzkilore, cuyo “precio es más asequible”, destaca. “Esto es de gran ayuda porque con mi sueldo pagamos el alquiler, los servicios y parte de la comida, pero no en su totalidad. Al tener una pequeña, con los gastos de pañales y alimentación, no llegamos a fin de mes”, reconoce esta mujer, a la que Cáritas apoya en su proceso de inserción laboral, además de costear el transporte para que su marido se forme en el campus de programación 42 Urduliz.

Con este panorama y la pandemia en mente, Susayne tiene muy claro su deseo para el Año Nuevo. “Al 2022 le pediría seguir con mucha salud y que mi esposo pueda encontrar un trabajo para podernos estabilizar un poco”, revela, preocupada por su precaria situación. “Estoy en un piso que es un puente. No podemos estar aquí tanto tiempo. Saber que tengo que salir a un piso de mercado, teniendo un sueldo que no me alcanza ni para el mes estando en un piso de precio más bajo, me agobia muchísimo”, confiesa esta joven.

Pese a que en Venezuela su marido era locutor y ella, licenciada en Recursos Humanos, por el momento ninguno ha podido hacer valer sus conocimientos. “Yo quiero validar acá mi título universitario, pero gano lo justo para vivir y no he tenido la oportunidad de invertir en mis documentos para tener una mejor calidad de vida”, lamenta, máxime cuando hay demanda. “He visto en las páginas de empleo que buscan mucho en mi rama, pero, al no tener el título homologado, no puedo optar por esos trabajos”, remarca.

Tener una hija pequeña añade más dificultad, si cabe, a la búsqueda de empleo. “A mi esposo le han salido trabajos nocturnos, pero no tenemos quien nos apoye con la niña porque mi trabajo de hostelería es nocturno también. Ahora trabajo yo porque mi contrato era más largo”.

La pandemia ha golpeado duro, más si cabe a los migrantes. “Vienes con tus pocos ahorros esperando encontrar un trabajo pronto, pero la pandemia se te escapa de las manos y te ves en una situación de vulnerabilidad que no esperabas. Cuando vienes piensas que no va a ser fácil, pero tampoco tan difícil”, confiesa, con la esperanza de que en 2022 su esposo firme su primer contrato desde que se despidió de su país.

“Después de pagar la luz, el alquiler y todos los gastos, no me queda para mis cosas, pero digo: ‘Otro día será’. A mis hijos no les falta nada”

“Emigras con tus pocos ahorros esperando encontrar trabajo pronto y te ves por la pandemia en una situación de vulnerabilidad inesperada”