Un verano más seco de lo que se esperaba ha frenado la expansión de la banda marrón este año en Bizkaia, que se preveía importante tras una primavera que fue más lluviosa y cálida. A falta de contar con los datos que el Gobierno vasco publica en otoño, y con los que dispondrán de una fotografía real de la situación, y ver qué ocurre con el segundo repunte que se suele producir en esta época, los forestalistas del territorio siguen todavía con preocupación la afección del hongo en sus pinares. Esta misma semana acaban de recibir una nueva autorización para realizar el tratamiento preventivo por vía terrestre que, lamentan, complica de forma significativa su aplicación.Fue hace dos años cuando todas las alarmas saltaron en Bizkaia por la propagación descontrolada de un hongo que llegó a afectar a más del 25% de los pinares. Aunque la enfermedad que provoca en los ejemplares -denominada banda marrón o roja por la coloración que adoptan al ser contagiados- no era nueva en Bizkaia, un invierno muy húmedo y una primavera muy cálida conformaron el cóctel perfecto para que se manifestara con una virulencia desconocida hasta ese momento, poniendo en jaque a todo el sector forestal. Su expansión fue exponencial y meteórica: si en enero eran 2.000 las hectáreas afectadas, en julio se acercaban ya a las 16.000, una situación sin parangón en la historia moderna de la actividad forestal. “Esta enfermedad ya estaba afectando a Gipuzkoa desde hacía unos años y fue en 2018 cuando se produjo una entrada importante a Bizkaia por el este. El año siguiente las condiciones mejoraron y no tuvo tanta afección”, relata Eduardo Rodríguez, gerente de la Asociación de Forestalistas de Bizkaia. Los propietarios han seguido con atención y cautela su evolución este año, que no ha sido tan virulenta como en un principio se pudo prever. “La primavera fue lluviosa y calurosa, con una humedad relativa alta, y las masas empezaron a rojear y enmarronecerse. Nos temíamos un año complicado pero a medida que iba avanzando la estación y entrando el verano, el ambiente fue más seco, con más días de sol y menos lluvia, y más viento sur que reduce la humedad relativa, y se produjo un freno en el avance de la enfermedad”, explica Rodríguez.

Sin embargo, los forestalistas no lanzan las campanas al vuelo, ya que en esta época, entre finales de agosto y principios de septiembre, se suele producir otro repunte coincidiendo con la llegada de las lluvias. “Algunas zonas se están empezando a poner marrones”, reconoce el gerente de la asociación, aunque la llegada del invierno, con temperaturas habitualmente más bajas que retardan la propagación del hongo, les permite mantener cierto optimismo. Están a la espera de que el Gobierno vasco publique los datos que toman con teledetección en otoño, que les permitirán contar con una radiografía más detallada de la situación en la que se encuentran los montes. “Hongos hay muchos pero cuando provocan daños importantes es cuando se convierten en enfermedad. Hay diferentes niveles y estamos a la espera de que nos confirmen ese dato”, explica.

Las zonas más afectadas siguen siendo las comarcas más al este del territorio -como Lea Artibai o Busturialdea-, donde se concentra una mayor carga de esporas, y, en menor medida, Durangaldea, Arratia y Enkarterri. La afección, advierte Rodríguez, depende no solo de la posición geográfica, sino también de otros elementos: las masas situadas en suelos de baja calidad o en los fondos de valle, con más humedad, son más propensas a enfermar.

El terrestre, menos efectivo

El Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación ha vuelto a autorizar únicamente el tratamiento terrestre, como sucedió el año pasado, una decisión que choca frontalmente con las reivindicaciones del sector, que defienden la mayor eficacia del que se podría llevar a cabo con medio aéreos. “La enfermedad afecta primero a las hojas de abajo y va subiendo; siempre es mejor un tratamiento desde arriba. Además, por la propia orografía del territorio, el tratamiento terrestre es más complicado, porque tenemos un relieve muy abrupto, con accesos complicados. A nivel medio ambiental, además, es mejor porque va directo a las copas, que es donde tiene que hacer su trabajo; si tratas desde el suelo, tienes que lanzar hacia arriba, mucho producto no llega donde tiene que llegar y es más fácil que llegue al suelo”, argumenta Eduardo Rodríguez. El tratamiento terrestre, defiende, se ve por esos motivos muy limitado en Bizkaia. “Si con medios aéreos podrías tratar 30.000 hectáreas, con medios terrestres te limita a mil o dos mil”, enumera a modo de ejemplo. Además, el sector forestal vizcaino está compuesto por muchos pequeños propietarios, y es cada uno el que decide si aplica o no el tratamiento. El año pasado, por ejemplo, se trataron 2.133 hectáreas -1.533 titularidad privada y 600 públicas-, donde el óxido cuproso mostró su eficacia, a lo que contribuyeron unas condiciones climáticas favorables. “Pero el tratamiento es muy puntual; aunque trates una hectárea de parcela afectada, alrededor tienes cincuenta hectáreas también enfermas, con la carga de esporas que eso conlleva”.

La autorización

Vías terrestres. El Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación autorizó el pasado 2 de agosto el tratamiento preventivo con óxido cuproso por vía terrestre. La orden foral ha sido publicada esta semana.

Hasta el 1 de diciembre. Los propietarios tendrán hasta el 1 de diciembre para realizar como máximo dos tratamiento, con una dosis de entre 1 y 1,4 kilos de producto por hectárea, y manteniendo una zona de exclusión de 50 metros de distancia respecto a las masas de agua superficial. Se podrán utilizar productos fitosanitarios formulados a base de óxido cuproso al 75%.