Tras más de dos meses en una guerra sin cuartel contra un mal bicho, ayer celebraron el Día Internacional de la Enfermería. Porque luchando a brazo partido contra el covid-19, muchas han pagado con su salud esta pandemia. Sin embargo, todas han dado y siguen dando lo mejor de sí para ayudar en el combate contra un enemigo invisible y letal. En una jornada en la que la ciudadanía no se cansa de romper en aplausos, revelan la crudeza del trabajo. Nerea Gutiérrez, directora de Enfermería del Hospital Universitario de Araba, reconoce sin tapujos que "ha habido momentos en los que no veíamos el final del túnel. Ingresaban más y más pacientes cada día. Veíamos cómo empeoraban en cuestión de pocas horas. Y algunos fallecían. No podemos volver a vivir esto porque igual no podemos pararlo", destaca.

Santa Marina también parecía una película de terror. Para su directora de Enfermería, Carmen Esparza, "ha sido muy duro. Trabajar con un EPI puesto tantas horas, viniendo aquí en nuestros días libres, prolongando turnos todas las veces que hacía falta y, sobre todo, asistiendo a la soledad de los pacientes. Yo, encima, he estado tres semanas en casa en aislamiento, aunque gracias a Dios con pocos síntomas", afirma.

Sin ellas, no habría sido posible alcanzar este campo base de la desescalada. "Para trabajar, se necesita un punto de estrés. Pero no miedo. Controlando lo que tienes que hacer, reduces también el miedo. Por eso nosotras intentamos tranquilizar a la gente sin que baje la guardia de la seguridad, y sobre todo, sin olvidar la higiene de manos", destaca Yolanda Gómez, supervisora de Medicina Preventiva del Hospital Donostia.

Profesionales como la copa de un pino que han hecho posible salir adelante. Mujeres como Carmen Esparza que lleva nueve años en Santa Marina, un hospital que desde el primer momento le cautivó. "Porque es especial, acoge a pacientes diferentes. Pacientes crónicos de mucha edad o en situación paliativa".Santa Marina ha llegado a ser la zona cero del zona cerocoronavirus. Y, aunque se han sentido sobrepasadas, lo han dado todo. "Una de nuestras virtudes es la capacidad de adaptación. Le echamos ganas e imaginación y eso nos ha salvado". "Fíjate, que con el covid, a pesar de ser pacientes tan mayores, de 85 años para arriba, hemos dado un 60% de altas. Esa gente se ha ido a casa gracias a los cuidados de todo el personal", subraya.

El actual sistema sanitario se ha revelado débil para atender un reto de esta magnitud y si ha habido una queja recurrente ha sido la falta de equipos de protección. Pero Esparza no está del todo conforme. "Ha habido situaciones en las que hemos estado más apuradas de medios, pero nunca nos han faltado EPI. Ya sé que el runrún de que faltaban equipos de protección se ha extendido, pero en mi hospital siempre hemos dispuesto de batas, mascarillas o guantes. Hemos tenido, sin embargo, dificultades con profesionales porque el boom fue brutal. Pero han venido sanitarios de otros lugares porque ha habido mucha solidaridad".

Txagorritxu fue el foco vasco de la pandemia y el punto negro inicial. "Esto no se esperaba y mucho menos con la velocidad y el volumen con el que llegó y se expandió. Todo eso nos sometió a una presión impresionante", destaca Nerea Gutiérrez, recordando que allí empezaron la batalla dos semanas antes que en el resto de los territorios. "Empezamos a organizar el material a final de enero y se hicieron pedidos para almacenar. Esto se desató el 28 de febrero y en un mes se nos fue de las manos, con un 70% de pacientes covid. Era mucha gente para atender, muchos profesionales trabajando, y todos nos teníamos que proteger. Y el consumo de material era tan elevado que las entregas fueron muy ajustadas. Ha habido momentos más críticos, pero creo que nunca nos ha faltado", sostiene Gutiérrez.

Por si el enemigo estuviese causando pocas bajas, el reparto de mascarillas defectuosas debilitó más a las que combatían en primera línea. "Me parece terrible que se distribuya material en malas condiciones", destaca desde Donostia, Yolanda Gómez. Ellas han sido el sector más castigado por los contagios. "En Santa Marina tenemos un índice de personal infectado más alto del que nos gustaría. ¿Dónde hemos fallado? Nos hemos contagiado, sobre todo, al principio de la pandemia cuando llegaban aluviones. Nuestro contacto es muy directo. Las enfermeras pueden estar cinco horas con pacientes positivos y, aunque vayas bien equipado y tengas cuidado, hace falta un aprendizaje y es posible que cometas algún error. Estamos analizando dónde han sido los focos de mayor contagio y las razones. Además, hemos pasado muchísimas horas juntas, por eso Osakidetza ha hecho a todo el personal dos pruebas PCR y una analítica de anticuerpos", explica Esparza.

La soledad de los pacientes vino a poner un peso más en la mochila del sufrimiento de las enfermeras. "En el hospital -cuenta Esparza-, hemos trabajado mucho el tema de las videollamadas y personal que no tenía su servicio en activo ha leído a los pacientes los mails que mandaban sus familiares. Estaban solos y tratábamos de ayudarles y acompañarles. Por eso hemos recibido muchas muestras de agradecimiento. Que algunos tuvieran que fallecer solos ha sido también terriblemente duro. Pero incluso hemos recibido mensajes de apoyo de hijos cuyos padres han muerto".

No en vano ellas son de una pasta especial. Lo dice abiertamente Yolanda Gómez. "Para trabajar de enfermera hay que tener algo diferente. El cuidado a los pacientes es muy difícil. También es muy gratificante, sobre todo en esta situación que ha fallecido tanta gente". Desde Gipuzkoa y desde su posición en Medicina Preventiva, Gómez asegura que "ha sido muy estresante. La situación vino de repente, y aunque ya se habían establecido protocolos y planes de contingencia a raíz del ébola, este caso es muy diferente". Ningún sistema sanitario podía estar preparado para algo así. "La gestión de todas las camas del hospital ha marcado la diferencia. Y nosotros hemos intentado controlar la infección para que no se expanda dentro del propio hospital", dice esta enfermera que ha dado negativo en la PCR, a pesar de ejercer de cuidadora de sus padres, los dos positivo.

Siempre han estado todas a una. Dándolo todo. "El covid nos ha dado una visibilidad real. Enfermeras de Atención Primaria han venido al hospital, las de quirófano se han metido en la UCI, las de unidades quirúrgicas se han metido a atender a pacientes con patología respiratoria y a nadie se le han caído los anillos", señala Gutiérrez. Los contagios han sido el pan nuestro de cada día "porque en un inicio, cuando no se sabía el diagnóstico, manejábamos pacientes que inicialmente no eran sospechosos y eso ha incrementado el riesgo", dice Gutiérrez, que ha sido serología positiva. "Nos ha puesto a prueba, pero la hemos superado y hemos aprendido".

Para la responsable de la enfermería alavesa, también se puede extraer algo positivo de una crisis así. "Me quedo con cómo se ha comportado la ciudadanía, respetando el quedarse en casa y también con la respuesta de los profesionales. Y cómo han respondido los profesionales de mi división, trabajando 24 horas al día, haciendo propuestas sin quejas gratuitas". Por eso, los aplausos de las 8.00 les emocionan. "Los primeros días que estábamos tan saturadas, lloraba. Pero claro que también quiero medios", expone Esparza. Gómez declara que ella sale todos los días a aplaudir "a todo al que está en la calle trabajando y ha tenido que arrimar el hombro en esta gigantesca epidemia".

"Ha habido momentos en que no veíamos la luz al final del túnel, solo ingresaban más y más pacientes"

Directora de Enfermería en el HUA

"Ha sido muy estresante, a pesar de los protocolos que teníamos, todo vino demasiado de repente"

Supervisora en el Hospital Donostia