YER debería haber sido el día de los vencedores. Si nuestra vida hubiese seguido la senda que tenía prevista, sin pandemia y sin virus, ayer debería haber sido el día de la resaca electoral, al menos en la Comunidad Autónoma Vasca. Es el típico día en el que solo hay ganadores. Da igual cuánto se descalabre un partido, que siempre hay algún punto de vista desde el que se puede sacar una lectura victoriosa. Pero el domingo no pudimos ir a votar y ayer no hubo nada que analizar más que el hastío de esta cuarentena insoportable. Y encima llovió. Que estando encerrados no influye mucho, pero tampoco ayuda.

Si el mundo no estuviese ahora mismo en punto muerto, ayer tendrían que haber empezado mis vacaciones. Pero 2020 no tendrá Semana Santa, ni semana de Pascua. Si el mundo hubiese seguido funcionando como siempre, ayer mi mujer habría estado en Transilvania, de viaje con mi suegro. Visitando castillos con el único encargo de traerme un kit de cazavampiros. Pero nada en el mundo sigue como debería y por eso seguimos todos encerrados en casa. Adiós Transilvania y adiós a mi nueva salida laboral como cazador de vampiros. ¡Maldita vida cruel!

Hasta qué punto llegará la desesperación que ayer, mientras mi mujer se aislaba para concentrarse en sus trabajos con el ordenador, yo me pasé media mañana organizando los juguetes de los críos. Cogí a mis dos hijos y les obligué a volcar todos los cajones y sacos en los que guardan juguetes. El salón se convirtió, en solo diez segundos, en una planta de reciclaje. La alfombra desapareció cubierta por 100.000 piecitas que en otro tiempo formaban muñequitos y artilugios de toda clase y condición. Un brazo de Lady Bug, una cabeza de un Lego, la rueda de una moto, bloques de construcción€ Se nos fueron un par de horas procesando aquella versión zombi de Toy Story. Conseguimos llenar de forma considerable una bolsa de basura con juguetes rotos, obsoletos o estropeados y, por lo menos, organizar de una manera más eficiente todo lo que conservamos: los coches con los coches, Blancanieves con los cinco enanitos que conservamos, los pitufos con Pitufina€ Soy plenamente consciente de que este esfuerzo y este trabajo mañana ya serán solo un recuerdo y todo estará revuelto como en una concejalía de Juventud, Euskera, Cultura y Deportes.

A todo este despliegue las tres gatas de casa asistieron con diferente actitud. Moio es la más mayor y la experiencia le hizo desaparecer. Ya sabe que, normalmente, el caos no trae nada bueno para los felinos domésticos. Frida, la mediana, también mantuvo las distancias, pero desde un sitio en el que pudiese vigilar todo lo que se hacía con tantas piecitas pequeñitas y de colores que rodaban por el suelo haciendo ruiditos€ ¡Hay cosas que son demasiado tentadoras para una gata! Y Urtain, la más joven, no pudo evitar estar, literalmente, husmeando entre los juguetes. Tan pronto estaba intentando sacar una canica de entre los escombros como se veía convertida en un caballo del Lejano Oeste. Y aunque ponga cara de enfadada, eso le encanta. Ayer fue el día de los juguetes y hoy puede que sea el de la ropa. ¿Es temprano para sacar ya la ropa de verano?