Aveces, cuando se cierra la puerta de una casa, la familia que la habita empieza a vivir su particular pesadilla. La violencia de los hijos e hijas hacia sus progenitores se da en más casos de los que creemos y no necesariamente en hogares desestructurados, marginales o de bajo nivel socioeconómico. Tan solo en Euskadi aproximadamente 200 familias son atendidas cada año por entidades y programas dedicados a problemas de violencia filioparental y tanto los expertos como los datos indican que los casos que afloran -porque se denuncian o porque se solicita ayuda- están aumentando.

Se considera violencia filioparental (VFP) cualquier acto perjudicial reiterado, ya sea físico, psicológico o económico que realizan las hijas e hijos contra sus progenitores o cualquier otra figura (familiar o no) que ocupe su rol de autoridad, con el principal objetivo de ganar control o poder sobre ellos. Cuantificar los casos de VFP que se producen en Euskadi o su incidencia sobre el total de familias es complicado, porque una gran parte de las conductas violentas nunca trasciende. Al igual que otras muchas violencias dentro del hogar, los lazos afectivos que atan a las personas implicadas, el miedo a las consecuencias para los hijos, la vergüenza por el qué dirán? contribuyen al secretismo y a mantener el problema del maltrato hacia los progenitores dentro del ámbito más íntimo, bajo una gruesa capa de aislamiento, culpa y vergüenza.

No obstante, según un informe sobre la violencia filioparental en el País Vasco encargado por el Departamento de Empleo y Políticas Sociales del Gobierno vasco a la Asociación Berriztu, entre 2014 y 2017 los organismos que actúan ante esa problemática social atendieron a 677 familias, con un aumento gradual de casos año tras año. Esta cifra de menores violentos es la que aflora a través de las instituciones -judiciales, educativas y de asistencia social- y podría ser solo la punta del iceberg de un fenómeno emergente. Según Sonia Guerrero, autora del informe de Berriztu, se estima que de los 400.000 núcleos familiares con hijos que hay en Euskadi, entre 100.000 y 120.000 tienen elementos que encajan con alguno de los rasgos de las familias afectadas por VFP, que podría darse en el 1% de ellas. Así, la experta señala que “se sospecha” que actualmente unas mil familias de la CAV podrían estar viviendo esta violencia sin recibir ayuda especializada, “fundamentalmente por desconocimiento sobre los recursos existentes o también por el mito de la familia feliz”.

A pesar de la ausencia de datos exactos, la investigación de Berriztu obedece a la preocupación que genera una problemática en crecimiento y que preocupa a las instituciones, con el objetivo de darle la respuesta más adecuada, intentar determinar la prevalencia de esta violencia, conocer las necesidades y demandas de las familias y trabajar en medidas de prevención.

Las manifestaciones de la violencia filioparental son variadas: agresiones, empujones, golpes, arrojar objetos, insultos, amenazas, humillaciones, rotura de cosas, robos, desapego, exigir cosas que los padres no pueden afrontar? Todas estas acciones, que se pueden dar aisladas o combinadas, son la evidencia palpable de que hay algo que no funciona bien en las relaciones familiares y de que la convivencia en el hogar se ha transformado en un enfrentamiento continuado. En estos casos, aunque el protagonista es el hijo o hija, fundamentalmente adolescente, Luis Miguel Uruñuela, director de Berriztu, apunta que no se puede hablar de “chavales problemáticos”, sino de familias con problemas. “Tenemos claro que en la familia hay un conflicto y la manera de abordarlo determinará si brota la violencia o no. Hay familias en las que el conflicto se atasca y necesitan la ayuda de expertos”, explica Luis Miguel Uruñuela.

PABLO Ejercicó VFP

“Era duro con mi madre”

“Empecé a enfrentarme a la autoridad en la adolescencia, con 13 y 14 años y todavía más con 16. Llegué a Berriztu cuando estaba en Cuarto de la ESO. Yo veía cosas que para mí eran injustas e intentaba comunicárselo a mi madre, pero tenía rabia dentro, y eso con 15 años no sabes controlarlo. Con mi madre era muy, muy duro”, cuenta Pablo, un joven que ha pasado en dos ocasiones por los programas de Berriztu. “La primera vez -recuerda- vine con mis padres y me sentía como un delincuente. Además de los mensajes negativos que recibía dentro de la familia, yo me enviaba a mí mismo mensajes del tipo eres malo, estás aquí porque lo mereces. En esa etapa hice un trabajo potente y luego con 18 o 19 años, hubo un segundo ciclo en el que trabajé otras cosas, porque mis padres se habían separado y cambió el contexto”.

MARÍA Sufrió VFP

“Solo sabía actuar así”

“Poníamos límites y mi hija se los quería saltar constantemente. Decidimos pedir ayuda porque se veía que mi hija no podía vivir con nosotros”, explica María, que llegó a Berriztu a través de la trabajadora social. “Mi hija -añade- quería hacer lo que le diera la gana, conseguir dinero, aplicar el mínimo esfuerzo... Realmente no se sentía bien haciendo eso, pero solo sabía actuar así. Nosotros éramos unos padres autoritarios y machacantes, ella lo hacía mal y no parábamos de echárselo en cara. Eso no la ayudaba. Sabíamos que no es normal que si le dices algo a tu hija, ella empiece a pegar patadas a los armarios, pero no sabes cuál es el punto a partir del que no aguantas más. Aquí te dan las herramientas para poder cambiar”.

LALO Vivió VFP

“El qué dirán retrae”

“He ayudado a mi hija y a toda la familia, también me he ayudado a mí mismo. Creo que existen muchos problemas de este tipo y el qué dirán en la calle, qué dirán mis vecinos, retrae mucho a la gente y les impide tomar la iniciativa de pedir ayuda, pero yo lo volvería a hacer”, dice Lalo, padre de una joven que ejerció VFP, sobre su experiencia en el programa de Berriztu. “Yo acudí por mi mujer, porque era reacio, pero también llegué a tener miedo de mis reacciones. Pensaba que la situación con mi hija no iba a acabar bien y si seguía así haría algo de lo que me podría arrepentir”, cuenta Lalo.