Bilbao - La política del sexo y el sexo de la política. Dos dimensiones humanas antitéticas que se han dado cita en Bilbao en las primeras Jornadas de Sexología Sustantiva, organizadas por la Escuela Vasca de Sexología Landaize, bajo el lema Tradición y vanguardia: En conversación con la ciencia política. En ellas ha participado Aitzole Araneta Zinkunegi. Sexóloga, técnica de Igualdad de Pasaia y activista trans, nunca se imaginó siendo política cuando empezó a trabajar voluntariamente en la reforma y la redacción de nuevas leyes para evitar la discriminación sexual a nivel estatal e internacional, pero el próximo 26 de mayo se presenta a las elecciones municipales como candidata a la alcaldía de Donostia por Podemos-Ahal Dugu Donostia. Desde su posición, habla de la Sexología en clave política, de autocrítica y de los retos que todavía tiene por delante la gestión de lo público.

Política y sexóloga. Casi parece que estas jornadas se han hecho para usted. ¿Desde su punto de vista, qué relación tiene la política con la sexualidad?

-Por una parte, concibo la política como la filosofía de cómo nos ordenamos y regimos en el espacio público. Es decir, es un reflejo de cómo nos administramos los seres sexuados en la calle en el día a día, cuyas leyes rigen también nuestro plano moral. En cambio, la sexología habla del ámbito de lo íntimo y lo privado; de lo que hacemos cuando estamos fuera de la polis. Por tanto, se trata de una dicotomía, de polos opuestos de los que no se habla de forma regular y, como tal, pueden generar contradicciones cuando las regulaciones de lo público y las pulsiones de lo privado tiran en diferentes direcciones.

¿Es nuestro caso en la actualidad?

-Vivimos en una época en la que frente a lo político y lo público quizás estamos relegando a un segundo plano e incluso rechazando la gestión de nuestros deseos, intimidades y todo ese plano de lo privado. Por ejemplo, hoy en día hay muchas personas que se definen precisamente como personas, obviando la dimensión sexuada que tenemos como hombres y como mujeres. Creo que el auge de los feminismos puede responder desde lo político a esta búsqueda tanto individual como colectiva de identidades complejas más allá de esas etiquetas neutras y homogeinizadoras. Y es importante encontrar una respuesta, porque se está generando una grave desconexión en cómo gestionamos públicamente la dimensión sexual.

¿Hasta qué punto deben regular las políticas públicas, garantes de la racionalidad, sobre el ámbito de lo privado, más ligado a la emocionalidad?

-Es un asunto muy complicado, porque nos ha tocado el reto de construir un nuevo orden sexual. Todo apunta a que en el espacio público se está construyendo en base a las reivindicaciones de las mujeres, pero para llegar a buen puerto debería desembocar en un nuevo orden sexual más ginándrico, donde confluyan tanto ginos como andros y que, por tanto, sea más sinérgico. De lo contrario, nos encontraremos con una confrontación pública entre los sexos que posteriormente se trasladará al espacio privado, tal y como ya está ocurriendo. Por concretar más, un caso claro sería el de los piropos.

¿Los piropos?

-A día de hoy está muy mal visto que un hombre lance un piropo a una mujer, hasta el punto de que casi cualquier piropo se siente como una agresión, cuando a lo largo de la historia no ha sido así. Desde la gestión política ha habido encima de la mesa planteamientos de proposiciones de ley para regular este asunto, para inhibir y cohibir esa expresión de los deseos. Pero nos encontramos con grandes contradicciones. Por ejemplo, cuando un político expresa que decir piropos -independientemente de lo acertado del piropo- es machista y, sin embargo, en ámbitos menos mediáticos hace precisamente eso: piropear y usar frases con connotaciones eróticas para referirse a quien le resulta atractiva. Por eso digo que todavía tenemos mucho camino que recorrer para que la política no nos haga caer en una trampa donde públicamente expresamos un discurso y en lo privado y lo íntimo, en cambio, nos expresamos de manera opuesta. De hecho, cada vez impera una mayor corrección política que impide que se puedan decir ciertas palabras sin sanciones de diferentes tipos.

¿Por ejemplo?

-Sexismo. Pero no el sexismo como algo malo, como algo que distingue e inferioriza a las mujeres o a identidades diversas con respecto a la hegemonía histórica de los hombres, sino al sexismo como el ismo del sexo: como diversidad sexual. Y la diversidad sexual es positiva, porque significa que tenemos una dimensión sexuada, que somos hombres y mujeres, y que por tanto no somos todos iguales, salvo en los derechos. Es decir, aunque tenemos que ser iguales en cuanto a derechos, también somos diferentes. Ahí está el plano de nuestra dimensión sexual, que, lo queramos o no, nos seguirá acompañando.

Apuesta más por la visibilización de la diversidad sexual que por la homogeneización de las personas.

-Así es. Pero no es lo habitual, porque el sexo y lo sexual aún se piensan desde lo sucio, lo peligroso, desde los miedos? Gran parte de la clase política no encuentra en esa diferencia de lo sexual fuente de riqueza, de bienestar, de cultivo y de todos esos valores que tienen más que ver con lo que nos une que con lo que nos separa.

Y hablando de la clase política, ¿qué me diría si le pidiera que le tomara el pulso sexológico?

-Principalmente, que se está masculinizando. Se habla mucho de feminizar la política, pero nos movemos en un terreno en el que los gestos y las formas de hacer política son cada vez más masculinas: más ejecutivas, más instrumentales y más agresivas. Y esto implica tanto a los políticos como a las políticas. Lo cual contrasta mucho con esos deseos de ciertas izquierdas de feminizar la política.

¿Qué papel tendría que cumplir la política en el ámbito de la sexualidad?

-Es una pregunta difícil, pero deberíamos estar más conectados con otros planos como el de las identidades o lo íntimo para que la política pública no fuera a veces tan contradictoria. También, para no criminalizar ciertas actitudes y comportamientos que luego llevamos a cabo en lo privado, lo cual además de ser muy puritano es también muy hipócrita. ¿Cómo regular todo esto? Encuentro que es imperativo revalorizar el sexo y trabajar por esa sociedad diversa tanto en lo público y colectivo como en lo íntimo y lo individual.