“Para una niña, salir a medianoche a la Misa del Gallo era una aventura”
Angelines y Crisber recuerdan la coliflor y el besugo de unas Nocheviejas en las que las campanadas se oían en la radio
Bilbao - Angelines Galíndez ha pasado todas las nochebuenas y días de Navidad de su vida, y tiene 91 años, en Gordexola, donde nació y creció. “Nunca he faltado”, admite. De pequeña, con sus padres y hermanos, y ahora, en casa de una sobrina junto al resto de su familia. En Nochevieja ha tenido que trabajar muchos años, en el restaurante que tenía junto a su marido. “Venía una cuadrilla a cenar y ya nos quedábamos allí con ellos”, cuenta. A Crisber, su hija, la llevaban a Gordexola con sus abuelos, sus tíos y sus ocho primos. “Me lo pasaba muy bien; me iba el último día de colegio y volvía la víspera de empezar las clases”, relata. Los abuelos ya habían dejado el caserío y vivían en una casita encima del bar y fonda que regentaban. “Había muchos hombres hospedados que eran de Extremadura y Andalucía, y no volvían a casa por Navidad. Siempre comían y cenaban esos días con nosotros, a los abuelos no les gustaba que se quedaran solos”, recuerda Crisber. “Nos ponían unos colchones y dormíamos en el suelo”.
Cuando Angelines era pequeña, en la mesa nunca faltaba la nogada -“bacalao con nueces, que nosotras recogíamos y triturábamos con una botella”, explica- y el pollo, que se comía muy pocas veces al año, pese a que tenían gallinero. “Solo para Navidad y para las fiestas de verano”, advierte. En Nochevieja era típica la coliflor y el besugo asado. Crisber también recuerda ir a la Misa del Gallo, al filo de la medianoche del 24, a un convento que estaba a medio kilómetro de su casa. “Salir de casa tan tarde era toda una aventura. Iban todas las familias, era como una romería. Y las monjas ponían unos belenes muy bonitos”, retrata. “Eran unas fiestas muy bonitas, cantábamos villancicos, tocábamos la pandereta... Aita la tocaba muy bien”.
Antes de que llegara la televisión, las campanadas de Año Nuevo se escuchaban en la radio, mientras se tomaban las uvas. Y con los Reyes Magos llegaban los regalos. “Me regalaban un año tras otro la misma muñeca. Mi madre la cogía unos días antes, le hacía ropa nueva de punto, la llevaba a la peluquería y me la ponía como si fuera otra nueva”, cuenta Crisber, entre las risas de Angelines.
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