Bermeo - Imponente a primera vista con sus casi cien metros de eslora y 17 metros de manga, el Esperanza del Mar sobresalía ayer en la estampa habitual del puerto mercantil de Bermeo. Centenares de personas pudieron visitar un buque que, lejos de su impactante figura externa, guarda en su interior un servicio tan imprescindible como agradecido para los pescadores que faenan en las costas africanas de Mauritania, el mar Cantábrico y las islas Azores, sus principales caladeros. El buque, un hospital flotante provisto de quirófano, es un seguro de vida para los arrantzales que, en medio de los océanos, pueden ser atendidos por una embarcación sanitaria del Instituto Social de la Marina que vela por su seguridad las 24 horas del día y los 365 días del año.

Centro sanitario peculiar, el Esperanza del Mar es un laberinto de pasillos y estancias por las que DEIA transitó ayer de la mano del capitán, Gonzalo de la Vega. Nadie mejor para desvelar los recovecos de un buque en el que una treintena de marineros, entre los que se encuentran dos médicos, un ATS y un auxiliar, surcan los océanos para ser el auxilio de los arran-tzales cuando sufren cualquier percance. De hecho, y desde que el ISM puso en marcha este servicio, el Esperanza del Mar y sus predecesores contabilizan más de 31.000 consultas radiomédicas, 8.700 consultas ambulatorias a bordo, 5.400 hospitalizaciones en sus 14 camarotes disponibles para los pacientes, más de 3.000 evacuados por la gravedad de sus lesiones -de los que 236 lo fueron en helicóptero- y 1.700 náufragos salvados del mar. De ellos, más del 65% son trabajadores estatales -alrededor de 20.000 atendidos- que se ganan la vida en caladeros alejados de sus hogares. Son cifras que en frío no resaltan pero son actuaciones en caliente a los que la tripulación está más que acostumbrada a lidiar con situaciones límite. “El objetivo es que los pescadores tengan la mejor cobertura sanitaria que les podamos brindar, aunque nos encontremos en medio del mar y la situación no sea fácil”, resume el capitán. “Priorizamos las necesidades médicas. Lo primero es estabilizar al paciente y tratar de que vuelva al barco una vez que esté curado. Si la situación es lo suficientemente grave, se queda hospitalizado. Si es más grave y requiere de evacuación, decidimos llevarlo a algún hospital”, afirma. Por último, y si la urgencia es máxima, “se despliega un helicóptero del SAR (Servicio Aéreo de Rescate) del Ejército del Aire”.

‘Fátima’ Con base en Las Palmas de Gran Canaria desde que comenzara su actividad en 2001, el barco-sanitario tiene su corazón en el hospital que alberga. De hecho, y debido a los condicionantes, su quirófano se ubica “en el centro de gravedad” de la embarcación. No podría ser de otra forma, ya que aunque atienden a arrantzales que no revistan de excesiva gravedad, “si que es necesario tener la mayor estabilidad posible”, ahonda de la Vega. Conseguirlo en pleno temporal con olas de gran altura “suele complicar las cosas”. Malagueño y con varios años a sus espaldas en el Esperanza del Mar, bromea señalando que la zona sanitaria es conocida como “Fátima. Vienen pescadores que llevan días trabajando sin parar. Muy cansados y con necesidad de atenciones médicas. La estancia aquí para es muy cómoda y salen descansados, con otra cara incluso”, desvela. “Pero es que estamos para eso, que suficientemente duro es su trabajo”, remarca.

Las costas vascas no le son ajenas al Esperanza del Mar, aunque su base está en Canarias. “Costeras de bonito sí que cubrimos”, afirma De la Vega, aunque esa labor suele recaer en el barco Juan de la Cosa, “un hermano pequeño” del buque. De hecho, gobernando el timón del buque “me he acercado dos veces a Bermeo para traer a dos pescadores aquí”, asegura un capitán que acumula miles de millas náuticas pero que guarda especial cariño a los regalos que les llegan de las personas que han atendido, y salvado, en pleno océano. Tanto es que el Esperanza del Mar está trufado de gestos de gratitud. La otra cara de la moneda son los rescates de cayucos a los que el barco ha tenido que hacer frente, incluso llegando a dar cobijo a más de cien migrantes. “Es el código del mar. Ayudar a quién lo necesita. Estamos para ello”, concluye.