Un trabajo vocacional con autistas severos
Un gran equipo, compuesto en su mayoría por mujeres, atiende a 23 usuarios del centro foral Errekalde de Derio
JOSEFA Mosquera cumplió ayer su último día de trabajo en el Centro Foral Asistencial Errekalde de Derio que acoge a 23 personas con autismo severo. A sus 65 años ha alcanzado una merecida jubilación después de haber estado trabajando más de tres décadas como camarera en centros del IFAS. “Lleva toda la mañana llorando”, decían sus compañeras. “Es que me da pena”, afirmaba, “aunque reconozco que es un trabajo muy duro”. Josefa es una de las 26 mujeres que atienden a los usuarios, en una plantilla en la que solo hay 6 hombres. Así que son ellas las que llevan el peso de un trabajo que en muchos casos llega a ser arriesgado. “Aquí el nivel de autismo es severo”, señala la directora del centro Lourdes García, “tienen muchos trastornos de conducta y hay muchas agresiones y heteroagresiones”. Por eso, todas las trabajadoras del centro están entrenadas para realizar las contenciones cuando se están agrediendo a sí mismos o a los demás, bien sean usuarios o personal. “La mayor situación de estrés se produce en las contenciones”, dice la directora, “porque hay una gran descarga de adrenalina, pero, como se trabaja espalda con espalda, cuando acaba todo se produce una relación personal entre las compañeras muy potente”. Por eso, Lourdes repite varias veces que “estoy muy orgullosa de mi equipo”.
Un equipo que se forjó hace muchos años cuando la Diputación Foral de Bizkaia decidió en 1990 crear un centro de acogida para personas afectadas de autismo, aunque en aquella época no se sabía diagnosticar como hoy en día. Primero ocuparon el caserío Madarias de La Campa-Erandio, posteriormente, en 2006, se trasladaron a Bilbao, concretamente al barrio de Uribarri, detrás del Ayuntamiento, y desde 2013 están afincados en un precioso caserío en Derio. “Se decidió venir aquí”, señala la directora, “porque estas personas necesitan mucho espacio”. El caserío Errekalde está enclavado en plena naturaleza, con un paisaje bucólico, y dotado de unas modernas instalaciones. Así que no es de extrañar que a Fátima Azkorra, otra de las empleadas del centro con más de treinta años de experiencia profesional como auxiliar de clínica, acuda “contenta” todos los días a trabajar. “Es que a mí me gusta todo, el ambiente con mis compañeras, el sitio, los chavales”, dice, “aunque cuando luego llega el fin de semana y hay que trabajar, te fastidia”. Confiesa que el día a día “es muy duro porque necesitan ayuda para todo, desde el aseo hasta darles de comer a algunos”. Además, por motivos de seguridad, no les pueden dejar nunca solos. “Ellos siempre tienen que estar controlados”, dice. El trabajo en Errekalde no entiende de fiestas ni horas. Las trabajadoras se distribuyen en turnos para poder ofrecer el servicio completo a los usuarios.
Autoagresiones Conchi Cervantes, técnico de integración social, también disfruta con su trabajo a pesar de llevar más de 28 años con personas autistas. “Esto es vocacional”, afirma sin titubeos. En su caso ya quiso especializarse en educación especial cuando estudiaba Magisterio, pero no pudo porque entonces no existía la especialidad. “Al final, esto es una actitud”, dice, “depende de lo que una se implique”. Para ella, “lo más duro es cuando ellos están mal, cuando se agreden a sí mismos”. A Francisca Prieto, cocinera, también le “encanta” su trabajo, aunque reconoce que cuando llegó al centro Errekalde le “impresionó mucho”, a pesar de que ya había trabajado con discapacitados.
Más en Sociedad
-
Dos años de cárcel por forzar un garaje para robar una bicicleta
-
La Fiscalía investigará la filtración del audio manipulado de la Aemet que difundió Mazón
-
Este es el primer país europeo que tendrá este mismo año taxis sin conductor
-
Aagesen afirma que el sistema contaba con una inercia "acorde" en momentos previos al apagón