altsasu - Cuando la joven Sara Escalante se montó en un autobús que cubría la ruta Donostia-Iruñea, difícilmente podía imaginar el infierno que le esperaba en la carretera, donde quedó atrapada durante doce largas horas. No fue la única. Decenas de conductores se vieron sorprendidos por una tormenta de nieve que colapsó la N-I en Etzegarate. Camiones cruzados, placas de hielo y centenares de coches parados hicieron y decenas de personas en los arcenes completaron una estampa que los atrapados tardarán en olvidar.
Escalante fue previsora y antes de embarcarse en autobús llamó a Alsa para cerciorarse de que el servicio a Iruñea estaba operativo. “Nos dijeron que habían desviado la ruta por la N-I, que tardaríamos más, pero que llegábamos seguro”, relata ya desde su casa. Sin embargo, no tardaron más que una hora en darse de bruces con el atasco. Eran las 18.15 horas. Comenzaba la pesadilla. “Había una fila enorme de coches y camiones parados, pero pensábamos que habría habido un accidente o que estarían limpiando”, recuerda. Estaban completamente parados y comenzaron a pasar los minutos. Una hora. Dos. Tres. “Ya cuando llevábamos cuatro horas en la carretera, sin ningún tipo de información, llegaron los de la DYA con un poco de agua, unas galletas y caldo”, cuenta. “Pasaron siete horas hasta que apareció una patrulla de la Ertzaintza con algo de información -prosigue-. Nos decían que estaban intentando solucionarlo”.
Refugiados en las carpas que habilitó la DYA, donde pudieron cenar y tomar algo caliente, esperaron hasta las 4.30 horas, cuando, tras un quitanieves, lograron descender el puerto de Etzegarate de regreso a Donosti. “Nos pararon en una gasolinera, la verdad es que ya ni sé qué pueblo era, pero estábamos a 24 kilómetros de Donosti. Nos dijeron que podíamos esperar ahí, que cogiéramos un taxi o que llamáramos a alguien para que nos viniera a buscar”, critica esta joven, que no entiende la absoluta falta de información que padecieron, ni por qué el autobús no los llevó de vuelta a Donostia en vez de dejarlos a mitad de camino.
Finalmente, a las 5.30 horas de ayer, y gracias a unos familiares que salieron en su busca, regresaba a casa. Por el momento, ha conseguido recuperarse de la experiencia, pero ahora comienza el largo camino de reclamar los perjuicios sufridos como consecuencia del atasco.
La misma sensación de falta de información y cierto desamparo que narra Escalante comparte el célebre ciclista Pello Ruiz Cabestani, también afectado por la nevada. “Estuvimos siete horas y por allí no apareció nadie. Al final nosotros resolvimos como pudimos”, asegura.
En su caso, viajaba en una furgoneta con otras cuatro personas, y aunque al principio “todo fueron risas”, a medida en que avanzaban las horas comenzaron a impacientarse. “Teníamos la sensación de que íbamos a arrancar en cualquier momento, pero luego empezaron a pasar los minutos y las horas y dijimos: De aquí no salimos”, recuerda. ”Pones la radio, no hay información; llamas al 112 o al 011, nadie dice nada... Pasa el tiempo y ves que no pasa nadie diciendo nada”, prosigue.
solución pala en mano Entre la impaciencia y su espíritu aventurero, al final, pala en mano, decidió ponerse manos a la obra. “Era todo un caos. Había coches por todos lados. La gente había circulado por el carril derecho, pero al quedarse bloqueados, otros empezaron por el izquierdo y al final, nos quedamos atrapados todos”, lamenta. “Al principio fui andando, corriendo más bien, al origen de todo y vi que no había un coche cruzado ni nada. Así que volví a la furgoneta y, avanzando por el arcén, llegamos hasta donde pudimos. Salimos con la pala y fuimos sacando los coches que teníamos delante”, narra. “A los que no se podían les decíamos que lo sentíamos, pero que con ese coche no podían ir hacia delante y les metíamos a la derecha. Así, Fuimos liberando hasta que llegó nuestro coche y nos tocó marcharnos”, cuenta. Estuvieron “más de una hora” ayudando a los vehículos a salir. “Había un montón de coches, era un caos. Unos pasaban, otros patinaban? Ibas de uno en uno diciendo: Venga, ahora te toca a ti”, describe.
Testigo de todo este calvario fue el camionero portugués Alberto Ferreira, quien permanecía junto con otros compañeros parado en el aparcamiento que hay junto al hotel Alai, en el alto de Etzegarate. Allí llegaron en la mañana de ayer y pronto vieron que la cosa se ponía fea. “Nosotros hemos pasado las horas entre el restaurante y la cabina del camión. En los dos sitios se estaba caliente al menos”, se resigna este transportista, acostumbrado a los problemas circulatorios durante el invierno. “Esta zona y los Pirineos suelen ser bastante problemáticos”, reconoce.
Por ello, con muchos años de experiencia en la carretera a sus espaldas, Ferreira aconseja al resto de conductores: “En una situación así, lo único que puedes hacer es intentar dormir y comer para aguantar el frío”. Él seguirá esta estrategia al menos hasta hoy, cuando espera poder cargar el camión y seguir con su ruta tras dos días de parón.