EL tiempo habrá podido castigar el cuerpo de Mitxel Unzueta, pero ha sido incapaz de retorcer sus recuerdos. El abogado vizcaino revive los retos y dificultades que afrontó una generación comprometida con el país para llevar a los kioscos unas páginas que no difundieran el discurso dictado desde Madrid. “Las moscas del cadáver de Franco todavía estaban dando vueltas”, rememora. No había ya dictador, pero tampoco libertad. Y de esa necesidad nació un periódico en Euskadi.
Tener un diario siempre había sido una preocupación histórica del PNV. “Cuando ya se veía que definitivamente el franquismo desaparecía, la gente que estaba en el Euskadi Buru Batzar comenzó a decir que aquí había que hacer algo y la idea de un periódico fue la primera que salió”. Mitxel no ocupaba cargo alguno dentro del partido, pero colaboraba con él regularmente en asuntos jurídicos. “En algún consejo de guerra y cosas de esas”. Así pues, fue convocado para la creación de un periódico.
El primer problema a sortear, y a la postre el más complicado, fue el de conseguir la autorización. Había que salvar el escollo de la Ley de Fraga de 1962 y para tal efecto se creó un equipo de trabajo en el que estaba Mitxel Unzueta. “No nos recibieron mal, tampoco nos recibieron bien, pero la autorización no se veía venir”, relata el abogado, “a pesar de todo, Juan de Ajuriaguerra dijo: Tienen que dar la autorización, porque una democracia sin libertad de prensa no tiene sentido. Para el PNV, sin medios de comunicación cuando todos los medios que existían eran leales al movimiento nacional y habían apoyado la dictadura, hubiese sido una catástrofe”. La fe ciega y decisión que tenía Ajuriaguerra dio un empujón a las gestiones: “Pedimos la autorización y empezó la batalla. Fueron muchos viajes a Madrid y muchas entrevistas. Ahí nos ayudó mucho Julio de Jáuregui y Carmelo Renobales, que luego fueron senadores”.
gorordo y la rotativa Mientras se peleaba contra la burocracia, surgió la necesidad de elegir un cerebro para el nuevo proyecto. Unzueta tilda de “curiosa” la búsqueda del gerente, que resultó ser José María Gorordo. “Él trabajaba en la fábrica de galletas Artiach”, recuerda, “que había sido comprada por unos americanos que cambiaron la cúpula de la fábrica, pero a José María, que era muy válido, no solo lo respetaron, sino que lo acabaron haciendo director financiero”. A pesar de eso, Gorordo se presentó en una oficina “disimulada” del PNV y le dijo a Eduardo Estrade “que era el momento de hacer algo por el país y que estaba dispuesto a hacerlo aunque fuera ganando menos dinero”. Así llegó la tarjeta de José María Gorordo a manos del PNV. La noticia de su existencia llegó a oídos de Unzueta de boca del propio Ajuriaguerra: “Me dijo que hablase con Eduardo Estrade, porque tenía la tarjeta de un personaje que le había llamado la atención. Este me dijo que Gorordo había estudiado en la Comercial y allí me dieron unos informes fantásticos de él”. El futuro periódico ya tenía gerente.
El primer objetivo de José María Gorordo fue hacerse con una rotativa. “No teníamos ni idea de cómo se compra una rotativa”, confiesa Mitxel Unzueta entre sonrisas. Se enteraron de que en Singapur había un mercado mundial de rotativas de segunda mano, “¡pero a ver quién iba a Singapur a por una rotativa!”. Comenzaron a negociar con un diario ovetense que vendía su vieja rotativa, pero mientras estaban sumergidos en esos trámites, apareció el nombre de una empresa sueca que hacía unas rotativas de calidad. Gorordo encabezó una delegación a Estocolmo y hablaron con la empresa Solna. Gorordo les dijo: “Esto lo necesitamos en el mes de enero, porque las elecciones son en junio”. Pero la respuesta de la empresa sueca fue desoladora: “Los pedidos se hacen con dos años de antelación”. Unzueta destaca la rápida reacción de Gorordo, que apretó a los suecos hasta conseguir lo que buscaba: “Se llevó al gerente y a algún personaje más de la fábrica a cenar y les dio un mitin de la democratización de Euskadi, de que tenían que echar una mano? Al final, dijeron que tenían una máquina casi terminada que iba a Sudamérica o Turquía en unos días. Y decidieron que fuese a Euskadi. A la semana siguiente varios camiones llevaron la rotativa a Bilbao desde Suecia. Los suecos se portaron la mar de bien”.
el capital El sueño de un nuevo periódico iba cogiendo forma, pero había que solucionar la financiación. Las personas encargadas del proyecto decidieron solicitar aportaciones particulares. “Se pensó que había que dar a conocer la idea”, relata Mitxel Unzueta, “se hizo una comida a la que se invitó a unas pocas personas que, por su conducta, por su ideología conocida y su posición económica, podían hacer aportaciones”. Aquel encuentro tuvo lugar en un restaurante bilbaino junto a los Escolapios. “Tenía un comedor en el sótano que se usaba muchas veces para las comidas en las que no te interesaba que te viesen con alguien”, explica Unzueta cuatro décadas después, “en esa comida, Ajuriaguerra explicó por qué había la necesidad de un periódico, Gorordo explicó técnicamente lo que se estaba haciendo y Sabin Zubiri fue quien pasó el sombrero. En aquella ocasión se pidió a la gente que hiciese aportaciones de, al menos, dos millones de pesetas. Entraron al trapo. El primer sombrerazo fueron 14 millones, que era mucho, pero era poco. Luego hubo otras muchas reuniones de ese tipo”.
Si DEIA llegó a la calle no fue gracias a esas grandes aportaciones, sino a la suma de muchas pequeñas cantidades. Unzueta reconoce que la cuantía de esa aportación que se pedía bajó de una manera importante, en parte, por la entrada en escena de la competencia: “Apareció el grupo que después fundó Egin. Aparecieron diciendo esos son unos capitalistas, nosotros somos el verdadero periódico del pueblo, porque este periódico se va a hacer recaudando peseta a peseta. En la inocencia o ignorancia que se tenía entonces de la política, eso hacía daño, así que bajamos el listón. Eso luego ha creado muchos problemas. No me acuerdo del número de accionistas de DEIA, pero la mayoría eran accionistas pasivos que daban el dinero y luego no se ocupaba ni de recoger las acciones”.
Por fin, la licencia La burocracia seguía siendo lenta y en Bilbao seguían sin tener licencia para sacar un periódico. Adolfo Suárez había nombrado ministro de Información y Turismo a un abogado del Estado que había sido abogado de Hacienda de Bilbao. Tenían buena relación con él, pero el ministro les decía: “Os quiero un carajo, pero yo no os puedo dar la licencia”. El entorno de Suárez les había prometido la licencia, pero después de las elecciones. “Eso era una faena”, lamenta Mitxel, “al final supimos que era porque Suárez tenía miedo a la posible maniobra de Emilio Romero, un pico de oro del falangismo y franquismo, con una agudeza intelectual importante y una capacidad para meter veneno a todo lo que tocaba. Suárez temía que creara otro partido que dividiera la recién nacida UCD. Cuando vieron que esto no iba a pasar, nos dieron la licencia”.
La situación fue tan límite que Juan de Ajuriaguerra y Mitxel Unzueta habían decidido ya sacar el periódico aunque fuese de manera clandestina. “El PNV tenía la necesidad de poder explicar qué había sido el PNV, qué quería seguir siendo y qué quería hacer”, aclara el abogado vizcaino, “eran días los que faltaban para las elecciones y era imposible recorrer Euskal Herria informando pueblo a pueblo. Se hizo muchísimo, pero no todo lo necesario. La otra razón era poner freno al comportamiento de los periódicos que entonces existían. Eran absolutamente antivascos, antipnv y eran periódicos que desconocían el significado de palabras como democracia, libertad y derechos humanos”.
El bautizo de la criatura también tuvo miga. No dejaban de aparecer sugerencias y al final tuvo que ser Juan de Ajuriaguerra el que pusiese paz: “Se va a llamar DEIA”, dijo “y, como la autoridad de Juan era total, se llamó DEIA, Gure Lurraren DEIA. El original era Gure Herriaren DEIA, pero herria aparecía con h. En euskera batua la h jugaba un papel, pero había un sector del PNV que no tragaba la h. Hubo broncas importantes con eso y hubo que acudir a Koldo Mitxelena, que estaba de catedrático. Decían que lurraren no recogía lo que tenía que recoger y querían herriaren, pero sin h. Mitxelena dijo que lurraren también servía conceptualmente y aplacó un poco las iras”.
Mitxel Unzueta también tuvo un papel crucial a la hora de redactar los estatutos de DEIA. “El PNV no existía y además no era recomendable que el periódico fuese propiedad del partido”, matiza el abogado, “había que pensar en una estructura humana próxima al partido, pero que no fuese el partido. Lógicamente tenía que ser una sociedad anónima y yo preparé los estatutos. No tienen ningún misterio, pero costó mucho el objeto social, porque no podía decir lo que la Ley de Fraga no toleraba que se dijera. Eso costó”. Finalmente, quedó constituida Editorial Iparraguirre. Se hizo un consejo de administración, pero también un órgano del que se sentía orgulloso: la junta de fundadores. “Funcionó solo al principio y fue una pena”, se lamenta, “esa junta es una institución típica del mundo de la prensa: un grupo de personas que no hacen el periódico en el día a día, pero que dice que en este tema en concreto lo harían de este modo u otro. Funcionó muy bien, pero era gente de edad, unos de Donostia o Iruñea, y no era fácil reunirlos a todos. La muerte se encargó de enterrarlos y los siguientes ya no quisieron unos ojos que les vigilaran y es una pena, porque se hizo con mucho cuidado para que no fuese un diario exclusivamente nacionalista y que también tuviese una visión humana de los derechos humanos y de la justicia social”.
Con esos escollos superados, por fin Mitxel Unzueta vio su DEIA en la calle el 8 de junio de 1977: “Para mí fue una ilusión enorme y un respiro por lo que hubo que trabajar para llegar a aquello. Todos los involucrados trabajaron como negros. La gente no se puede imaginar lo que fue aquello”.