Nadie es infalible
“Lo peor no es cometer un error, sino tratar de justificarlo, en vez de aprovecharlo como aviso providencial de nuestra ligereza o ignorancia”.
Bilbao - Aunque a nadie le gusta constatar que ha metido la pata, la humildad para aceptarlo y la disposición a enmendarlo y a no repetirlo son virtudes que hablan muy bien de quien actúa así. Y, desde luego, ante un error, lo que no debemos desaprovechar jamás es la posibilidad de aprender algo nuevo.
J. V.: ¡Cuánto nos cuesta reconocer que nos hemos equivocado!
-I. Q.: Pues no a todos en igual medida ni siempre, pero suele costar. Casi siempre nos gusta aparecer como infalibles y conocedores de todos los secretos de las tareas que afrontamos, y estoy de acuerdo contigo en que no es fácil. Pero como en casi todo, el reconocimiento del error te hace mejor persona ante ti mismo y ante los demás, y cuanto antes lo hagas, mejor.
J. V.: Fundamental lo que acabas de decir: cuanto más tardemos en reconocerlo, más nos costará rectificar.
-I. Q.: Pues sí, porque en el fondo, albergamos la fantasía de que no se nos va a descubrir y entramos en aquello que suelen decir de “tú niega la evidencia” y que es una iniciativa con muy escaso recorrido, porque los errores terminan teniendo consecuencias y tarde o temprano se detectan.
J. V.: Y claro, persistir en el error es multiplicar ese error.
-I. Q.: Así es. El error y sus consecuencias. Cuesta poco preguntar y cuando no lo hacemos, a veces por vergüenza, a veces por no querer molestar, conseguimos lo contrario: se nos detecta como poco hábiles y molestamos bastante más.
J. V.: No hablemos ya de esa extendida (y fea) costumbre de cargar la culpa a otros.
-I. Q.: Pues sí. Eso son excusas. Sienta mucho mejor a todos los que se relacionan con nosotros alrededor de un error el que se reconozca lo que se ha hecho mal, que nos pasa a todos, que atribuir a los demás lo mal hecho. Los errores se pueden explicar y luego, en función de la magnitud del fallo, habrá un peaje que abonar o no, pero en cualquier caso, el peaje siempre es más favorable si se reconoce el error.
J. V.: Una vez reconocido, y aunque a nadie le gusta constatar que ha fallado, tampoco es cuestión de pasarse con el flagelo. Es mejor ver el modo de enmendarlo.
-I. Q.: Eso pienso yo. Es más, creo que es lo primero que debemos buscar: la reparación del error y la prevención de sus consecuencias. En relación con nuestra imagen, quiero recordar que hay una distorsión que consiste en conceder más valor a lo malo que nos ocurre, aunque sea en un instante, que a todo lo bueno que hayamos podido hacer. Hacemos lo que se llama una abstracción selectiva.
J. V.: Si no es posible la enmienda, que nos quede, por lo menos, el aprendizaje.
-I. Q.: Esa ya es una forma de enmendar. He repetido muchas veces en esta sección y también en la radio que el error es la oportunidad para mejorar. Además, el reconocimiento del error es algo que también se entrena y cuanto más repites su puesta en escena, más fácilmente lo aplicas y antes te pones en el camino de la reparación y del aprendizaje.
J. V.: Ver los errores de los demás: ¡eso sí que es fácil!
-I. Q.: Pues sí. A veces ni tan siquiera estamos viendo errores, sino situaciones bajo las que discurre algo que no conocemos y que explicaría todo lo que vemos, pero somos imperfectos en eso también, y juzgamos con demasiada facilidad a los demás.
J. V.: Cuando de verdad los demás han cometido un error, en lugar de regodearnos, mejor si les echamos una mano para arreglarlo.
-I. Q.: Lo primero es saber si esas personas están dispuestas a reconocer ese error y hacerlo ante otra persona. Luego, la disposición para arreglar debe ser máxima, pero es muy importante que pidamos esa ayuda. Es muy frecuente que alguien se ponga a ayudarnos sin que lo pidamos, y por lo tanto, sin haber reconocido el error. En esas circunstancias, a la primera de cambio la irritabilidad que se siente cuando algo no se hace bien, se expresa contra quien nos ayuda, y da al traste con el intento. En ese caso tenemos dos problemas: uno, que el error sigue sin enmendar, y otro, que nos hemos enfadado con una persona cargada de buenas intenciones.
J. V.: A pesar de lo que comentábamos más arriba, tampoco es cuestión de quitarle importancia a los fallos. Quiero decir que alguien a quien no le importen nada acaba siendo un peligro para sí mismo? y para los demás.
-I. Q.: Hombre, estamos repitiendo todo el tiempo que el principal objetivo de un error es enmendarlo y evitar que se repita. No siempre lo conseguimos a la primera, pero hay que insistir.
J. V.: Si un día veo que vas a meter la pata, ¿te lo digo o dejo que lo descubras por ti mismo?
-I. Q.: ¡Por favor, si de verdad me quieres, dímelo! Yo en esas situaciones prefiero que se enfaden conmigo a sentir que una persona querida ha cometido un error que probablemente no se habría cometido con un comentario mío.
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