Cómo es un mundo de silencio? En muchas ocasiones los oyentes se quejan de los ruidos que les rodean. Sin ir más lejos, las personas que viven con misofonía -literalmente, odio a los sonidos- no soportan algunos ruidos cotidianos como comer, sorber, toser, masticar o incluso respirar. Pero de ahí al silencio total hay todo un mundo, hasta tal punto que, en cierto modo, los sordos constituyen una comunidad aparte. Al menos, así lo considera Naiara Pérez, profesora de Lengua de Signos en Euskal Gorrak. “¡Si hasta tenemos nuestro propio idioma!”, señala.

Sorda de nacimiento, Naiara es una joven burgalesa de 34 años que vive en Bilbao. Se crió en una familia de oyentes, por lo que está acostumbrada a que la hablen. Después de todo, antes no había lengua de signos y, además, sus padres tampoco acogieron la idea demasiado bien. “Les entendía algo gracias a que cuando hablaban conmigo exageraban la vocalización, pero aun así pierdes muchísima información”. Por ello, confiesa que a veces se sentía “un poco marginada”. “Antes no había tanta sensibilización e información como ahora”, recuerda. A día de hoy, en cambio, esta es mayor y ello ha hecho que los padres de Naiara se den cuenta de la creciente necesidad de aprender lengua de signos teniendo un hija sorda. “Para mí nunca es tarde, aunque ellos eso es lo que sienten”.

Aun así, asegura que la sensibilización existente todavía no es suficiente. “Siempre nos estamos conformando con el algo, pero nunca estamos en igualdad con los oyentes”. Como ejemplo señala las dos reacciones más comunes cuando un oyente se da cuenta de que alguien es sordo. “La primera es que te hablen más alto, incluso que te chillen, porque no entienden que no puedas oír”. La segunda, que no intenten comunicarse con dicha persona. “La gente todavía tiene miedo a hablar con una persona sorda, porque no saben cómo entablar una conversación”.

En opinión de Naiara, esto tendría que resolverse desde la educación y por ello critica que a día de hoy, aunque en estudios como Magisterio se hable sobre algunos tipos de diversidades funcionales, la sordera no se encuentre entre ellas. Una de las posibles razones: que se trata de una discapacidad menos visible. “A un ciego le ves con sus gafas y su bastón, a alguien con movilidad reducida con la silla de ruedas, pero cuando miras a un sordo, a simple vista, no se ve nada diferente a cualquier oyente”. De ahí que considere necesario continuar sensibilizando a la sociedad para poder avanzar.

Al igual que Naiara, José Martín Sáenz también es sordo profundo y tampoco le ha quedado otra que adaptarse a la vida de los oyentes. Ahora tiene 55 años y es profesor de Lengua de Signos en Euskal Gorrak, pero aún recuerda cuando era pequeño y en Navidad se juntaban con el resto de la familia. “Todos hablaban sin parar y se lo pasaban muy bien, menos yo”. En cambio, en la actualidad vive con su esposa y sus dos hijos, todos ellos también con deficiencia auditiva. Para él, no tiene nada que ver estar con sordos o con oyentes. “Entre nosotros la comunicación fluye de manera natural, mientras que cuando estás con oyentes te pierdes casi toda la información”. Y aún peor, indica: “Te señalan como el pobrecito sordo”. Pero admite que en ocasiones -las menos- también ocurre lo mismo a la inversa. “Cuando mi padre, décadas más tarde, venía por Navidad a mi casa, sufría lo mismo que yo había sufrido de pequeño”.

Cine adaptado A raíz de sus experiencias, José Martín reconoce que es una situación difícil de reconciliar, pero asegura que sí que hay muchas cosas que se pueden mejorar sin que se repercuta negativamente a los oyentes. Por ejemplo, el cine. “En Bilbao todavía no tenemos sesiones de cine adaptadas para personas sordas”. Lo que más se le parece, explica, son las sesiones de los martes a las 20.00 horas en La Alhóndiga en las que no se puede elegir ni la película. “Pero solo está subtitulada porque es versión original, por lo que no está adaptada”.

Para que estuviera realmente acondicionada a las personas sordas, José Martín indica que los subtítulos tendrían que diferenciar por colores quién está hablando. Pero no solo eso: también propone que se juegue con el tipo y el tamaño de letra para dar pistas sobre el volumen y la entonación de los interlocutores. Mayúsculas para gritar, cursiva para susurrar, etc. “De lo contrario, resulta algo muy frío y en ocasiones requiere mucho esfuerzo comprender qué está pasando”. De ahí que muchos sordos terminen accediendo a las obras audiovisuales desde sus propios portátiles.

A día de hoy, grosso modo, se conocen tres tipos generales de sordera. El primero, que al no haber adquirido el habla, aunque uno nazca oyente, termina derivando en sordomudo. En segundo lugar, sucede lo contrario: uno puede nacer sordo pero aprender a hablar, como es el caso de Naiara y José Martín. Y en tercer lugar, uno nace oyente, aprende a hablar y, por alguna razón, termina quedándose sordo. Este último caso es el de Eduardo Amorós, profesor de Lengua de Signos en Euskal Gorrak y presentador de las noticias Zeinu TV.

Sin acceso a la información “Yo no nací sordo, pero a los dos años tuve una infección de garganta y el jarabe que me dieron me afectó al oído”, explica Edu. Al igual que sus compañeros, opina que la sensibilización es crucial. “Todavía tenemos que explicar qué significa ser sordo y las barreras a las que nos tenemos que enfrentar a diario”, indica. Sobre todo, para él uno de los grandes problemas es el acceso a la información. De ahí, precisamente, que se haya hecho presentador de Zeinu TV, un canal online que hace un resumen de las principales noticias diarias en lenguaje de signos.

A diferencia de Naiara y José Martín, Edu lleva audífono. No obstante, asegura que solo es un apoyo. “No hay que emocionarse, porque en mi caso, por ejemplo, solo oigo ruidos”. Una ambulancia, el timbre, sonidos fuertes... Pero un pájaro o las voces, por ejemplo, se le escapan. “Si me esfuerzo puedo llegar a escuchar los sonidos de las palabras, pero no entiendo el contenido”. Por tanto, no le queda otra que seguir leyendo los labios cuando tiene conversaciones con oyentes que no saben lenguaje de signos.

Aun así, Edu recalca que la efectividad del audífono depende mucho de la persona y del tipo de sordera. Naiara, sin ir más lejos, lo probó y apenas escuchaba nada, salvo ruidos inconexos. Es más, le daba tales dolores de cabeza que a los nueve años terminó quitándoselo y volviendo a su mundo de silencio. “En cambio, un amigo mío oye y entiende mucho mejor que yo con el audífono porque tiene menos pérdida auditiva”, señala Edu. Por tanto, recuerda que todo son ayudas, pero que tampoco hay que emocionarse. “Algunas personas piensan que te pones un audífono y ya está, que está todo arreglado, pero no es así”.

Más allá de estas cuestiones, las personas sordas viven con muchísimas otras peculiaridades. Por ejemplo, utilizan despertadores y alarmas de luz y en los conciertos, ya sean de baladas o de heavy metal, se colocan allá de donde tienden a huir los oyentes: al lado de los bafles. “A muchos sordos nos encantan las vibraciones ya que es una manera de disfrutar de la música”, confiesa Álvaro Ortega, presidente de Euskal Gorrak. Otra forma: hinchar un globo para captar las vibraciones a través de él. La vida de los sordos es, literalmente, otro mundo.