El tío Sam contra el ‘Urduliz’
En 1988 el portaaviones nuclear ‘Eisenhower’ de la Armada norteamericana colisionó con un granelero de la Naviera Vizcaína que permanecía fondeado en el puerto de Norfolk, en Virginia
la colisión. El portaaviones Eisenhower colisionó con el Urduliz a las 8.20 horas. En ese momento el agregado del tercer oficial del navío vasco estaba en el puente de mando tomando fotografías. En la de la izquierda se puede ver al Ike a punto de chocar con el Urduliz. En su cubierta se puede observar al helicóptero del Secretario de Marina despegando. En la fotografía de la derecha los dos barcos ya han colisionado. La proa del Urduliz está incrustada en el costado de estribor del Eisenhower, justo por debajo de su isla.
A Juan Luis Plaza el agregado del tercer oficial lo encontró de camino al puente. Llegaba con cara de apuro, pero el capitán del Urduliz ya sabía lo que venía a decirle. En aquel pasillo quizás vio su propio reflejo años atrás. Él también había entrado en la Naviera Vizcaína como alumno y había impregnado su piel de salitre hasta llegar a ser capitán de un granelero que él mismo había recogido en el astillero de Ferrol dos meses atrás. A sus 52 años al capitán lekittarra su instinto le había empujado a observar por un portillo más allá de la bocana del puerto de Norfolk (Virginia) en el que llevaban días fondeados a la espera de poder recoger su cargamento. El agregado del tercer oficial, que estaba de guardia, iba en su busca con un cohete en el trasero porque un portaaviones más grande que la basílica de Begoña se les venía encima.
La del 29 de agosto de 1988 no era una mañana más en el puente del portaaviones nuclear Eisenhower, también llamado cariñosamente Ike. Regresaba a la base naval más grande del mundo tras meses de maniobras en el Mediterráneo, no sin antes recoger en Barbados un puñado de invitados de la Armada y familiares de la tripulación para que disfrutasen de un crucero de dos días en un aeropuerto flotante de 332 metros de eslora. Por si la vuelta a casa era poca emoción, en el puente de mando se presentaron, además, el Secretario de Marina y el almirante del Arma Aérea de la Flota del Atlántico. Ambos querían dar una palmadita en la espalda al comandante Gary L. Beck delante de una nube de periodistas y fotógrafos que también ayudaron a convertir en una verbena el ya de por sí caótico puente del portaaviones.
Eso es lo que piensa Luis Jar, un experimentado marino cántabro que tiene como afición documentar y escribir sobre naufragios e incidentes náuticos. “He navegado muchísimos años con vascos. Es un pueblo con una gran cultura oral”, explica, “cuando yo empecé a navegar los bermeosaurios, los lekeitiodontes y los plencídinos te contaban muchísimas historias. Con ellos he ido acumulando una cultura oral y pongo de mi parte para que no se pierda”. En la Revista General de Marina publicó su exhaustivo relato sobre el incidente entre el Eisenhower y el Urduliz, por lo que tiene una idea muy clara de lo que ocurrió en el puente del portaaviones: “El comandante tenía unas obligaciones políticas, de relaciones públicas. Tenía allí al Secretario de Marina y a un almirante, por lo que estaba muy presionado y no podía dar la imagen de estar estresado por entrar en puerto. Podría transmitir una imagen de mediocridad y lo que hizo fue delegar”.
oficiales reciclados Efectivamente, el comandante Beck confió en el navigator, un oficial especializado en navegación, que se dedicó más a presumir ante la prensa que a atender a la entrada en Norfolk. Este a su vez le pasó el muerto al tercer oficial, que solo llevaba un año navegando. Se daba la circunstancia, además, de que los tres oficiales que gobernaban el Eisenhower habían llegado a la Armada desde una carrera civil y se habían formado inicialmente como pilotos de avión, por lo que habían sido reciclados para cambiar de elemento.
Una de las claves de lo que ocurrió en Norfolk estuvo en la decisión del comandante Beck de no utilizar práctico para entrar en el puerto. La Junta Nacional de Seguridad del Transporte investigó después el incidente a fondo y uno de sus miembros declaró a la prensa que aquella decisión “olía a macho de la Armada”. Luis Jar rompe una lanza en favor del comandante Beck: “Es una soberbia institucional, no del comandante Beck en concreto. En primer lugar no es obligatorio utilizar prácticos en barcos de guerra. Se tiene la idea de que coger práctico es algo así como una debilidad. También es verdad que el comandante de un barco de guerra lo maneja mejor que un capitán de barco mercante. Los barcos de guerra están continuamente fondeando, atracando y haciendo maniobras, por lo que tienen más práctica en menos tiempo”.
Con unas cuarenta personas revoloteando en un puente de tan solo 36 metros cuadrados y sin práctico, el comandante tuvo que navegar a la voz, una labor que, con el ruido reinante, se antojó muy complicada. A las 7.52 horas el Eisenhower abocó el canal de entrada al puerto y un minuto después el Urduliz, fondeado a cuatro millas, fue visible por primera vez. Se trataba de un barco construido en Ferrol a partir de la popa del Urquiola, un petrolero que embarrancó en A Coruña en 1976, a la que le pegaron nueve bodegas de carga. Bautizado inicialmente como Argos, adquirió el nombre de la localidad de Uribe Kosta cuando la Naviera Vizcaína lo compró en 1988. Aquel día, correctamente fondeado por un práctico civil, dormitaba a unos 90 metros del canal dragado por el que tenía que pasar el Eisenhower. El tercer oficial (él solo contaba con trece años de embarque, uno más que los que sumaban juntos los tres oficiales del Ike) y su agregado observaban al portaaviones, cámara fotográfica en mano, totalmente relajados ante la seguridad de que semejante gigante bélico fuese incapaz de colisionar con ellos.
‘ike’, torpe a baja velocidad A partir de las 8.00 horas en el puente del Eisenhower empezó a complicarse la cosa. Nadie contó con la complejidad de gobernar este tipo de naves en lugares confinados. A baja velocidad un portaaviones es muy torpe, en parte debido a su baja densidad derivada de contar con un hangar en las entrañas. Al disminuir la velocidad el Ike quedó a merced del viento, empujándolo hacia estribor, hacia la zona de fondeo. Para colmo de la inoportunidad, el submarino nuclear Lipscomb se presentó de frente, dispuesto a cruzarse por babor. Cuando el canal de Norfolk es utilizado por una nave como el Eisenhower, se cierra el paso en ambos sentidos, pero aquel día algo falló. “El que lo tenía que coordinar no lo hizo y permitió el paso al submarino”, detalla Luis Jar, “es un fallo que está registrado. Desde el arsenal de Norfolk no se coordinó el que no coincidieran esa mañana en el canal el portaaviones y el submarino”.
El ruido en el puente del Ike era insoportable, hasta el punto de que el comandante Beck pidió en tres ocasiones que se hiciera el silencio. No solo sus órdenes cayeron en saco roto, sino que incluso provocó que tuviese un pequeño roce con el navigator, que no quería que nadie le molestase mientras contaba a la prensa cómo habían repelido con mangueras un ataque de ecologistas cerca de Mallorca. En un momento dado el navigator recomendó reducir la velocidad a la mínima de gobierno. El subalterno del tercero vio que este asentía y ejecutó la orden sin que el comandante llegase tan siquiera a enterarse de la jugada por culpa del ruido. La casualidad quiso, además, que el Secretario de Marina abandonase en ese rato el Eisenhower a bordo del helicóptero SeaKnight, cuyos rotores tampoco eran precisamente silenciosos.
El Ike, al mismo tiempo que su personal de cubierta presentaba honores al paso del submarino, terminó invadiendo la zona de fondeo y ninguna de las escasas medidas tomadas en el último momento por el comandante Beck impidió que el costado de estribor del portaaviones terminase colisionando con la proa del Urduliz, al que precisamente habían dado ya permiso para acercarse a los muelles a recoger su cargamento de carbón. Tras arrastrar consigo a la nave vasca, con ancla y todo, durante media milla, unos 53 metros de la piel del navío norteamericano se vieron afectados. El impacto arrancó 23 balsas salvavidas del Eisenhower y destrozó el camarote del comandante. El granelero perdió cuatro metros de eslora, pero no hubo que lamentar daños personales.
una llamada imprevista Pocos minutos después el capitán del Urduliz llamaba por teléfono a Javier Ferrer, el director general de la Naviera Vizcaína. “Me contó lo que había pasado y cogí un avión de la misma para ver lo que había ocurrido”, recuerda el propio Javier Ferrer. “Al principio la Armada no colaboraba absolutamente nada porque decía que nuestro barco lo habían fondeado en una zona prohibida, por lo que les echaba la culpa a los prácticos civiles del puerto de Norfolk”, explica 27 años después. Los prácticos demostraron que el Urduliz estaba correctamente fondeado y la Armada tuvo que recular: “Admitió su falta y puso en marcha una investigación para ver por qué había pasado aquello”. La Armada norteamericana permitió al Urduliz reparar los daños en sus propios astilleros, vetados normalmente para barcos mercantes, para que pudiese cargar y volver a Europa. Después, en Ferrol, el barco fue reparado totalmente. Los seguros de la Armada se hicieron cargo de todos los gastos de las reparaciones y del lucro cesante. En total: 658.715 dólares.
Luis Jar destaca que el Urduliz poco pudo hacer para evitar el accidente. “La proa del barco quedaba a un cuarto de kilómetro del puente y desde allí no se distinguía si el portaaviones iba a pasar a 50 metros o a 150 metros”, explica el marino. Al quedar el Urduliz y su tripulación totalmente exentos de responsabilidad, todas las miradas se centraron en el puente de mando del Eisenhower. Alguien tenía que pagar el pato por los dos millones de dólares en desperfectos que sufrió la nave militar. “Las sanciones fueron proporcionadas al incidente. Aunque parece que no les pasó nada, a aquellos tres oficiales les arruinaron la carrera”, repasa Luis Jar, “el comandante Beck estaba diseñado para ser almirante. Iba a ascender en muy poco tiempo y después de aquel abordaje le arruinaron la vida”. Acabó de profesor en un colegio naval de mala muerte y se retiró de la Armada solo dos años después.
Al navigator también lo acusaron de incumplir sus obligaciones, lo destinaron a un puesto en tierra y jamás lo ascendieron. Tres años después también estaba fuera de la Armada. El tercer oficial, a pesar de aguantar doce años más entre militares, tampoco prosperó y hoy en día, marcado por el embarazoso borrón de estrellar un portaaviones contra un cuerpo inmóvil de 273 metros, trabaja en empresas civiles.
El portaaviones nuclear Eisenhower sigue siendo hoy en día una de las diez naves de este tipo que tiene la Armada de Estados Unidos en activo. El granelero Urduliz, por su parte, fue desguazado en 2002 en Bangladesh, ya con otro nombre. Seguramente sin que nadie le rindiese honores por haber aguantado el tipo sin cambiar la cara ante la embestida de Ike el gigante.
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